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―¡Esto es genial! ―gritó el muchacho mientras saltaba al lado del moreno de ojos café, el cual reía al ver como su acompañante se comportaba como un niño pequeño. ―¡Hay que ir a la casa de los sustos! ―dijo entre gritos tomando al mayor de la mano para llevarlo consigo hacia aquella atracción.

Dylan y Nicholas llevaban más de una hora en el parque de ferias. El moreno no sabía si aquel sitio estaba bien para una cita, pero aun así había decidido arriesgarse, después de todo, ¿quién no amaba una feria? Además, el chico de veintitrés años parecía estar divirtiéndose mucho. Desde que habían llegado, no había dejado de ir de un lugar a otro para subirse a las atracciones.

―¿Seguro quieres ir a la casa de los sustos? ¿No te da miedo? ―el muchacho se giró a ver a su acompañante y lo golpeó suavemente en el hombro para luego soltarlo y cruzarse de brazos.

―¡Oye! Tampoco soy un cobarde, además, cualquier cosa estas tú. ―respondió formándose en la fila para poder ingresar a la atracción. Dylan se colocó detrás de él y esperaron su turno.

Tan solo habían pasado algunos minutos cuando el chico encargado de la atracción, los dejo ingresar. Sonriendo, Nicholas ingresó junto al resto del público y subió a uno de los carritos que allí habían, dándole espacio a Dylan quien lo miraba sonriendo con ternura. Nunca antes se había divertido tanto en un parque de ferias, no después de que él y su hermano entraran a la adolescencia.

―De acuerdo, mantengan manos dentro del carrito y disfruten del paseo. ―el encargado encendió el juego y el carrito comenzó a andar por los carriles de la atracción ingresando en la oscura y tenebrosa mansión.

Ruidos de lobos y animales del bosque se escuchaban. Mientras que todo en el interior estaba a oscuras. Nicholas podía sentir un poco de nervios mientras sentía como el carrito seguía su curso, en realidad nunca había sido fanático de la oscuridad. Escuchando como una espeluznante risa sonaba, él en conjunto a los demás niños, dejaron salir un grito cuando la luz se encendió de la nada dejando ver a una bruja bastante horrorosa para el muchacho.

Dylan y algunos padres, solo habían reído ante las reacciones de los más pequeños y sí, eso incluía al pobre Nicholas que de un momento a otro se había aproximado mucho al chico de cabello negro. Suspirando, el carrito siguió andando a oscuras hasta que de un momento a otro, un muñeco de Freddy Krueger apareció moviendo sus manos. Nicholas no lo soporto más y se abrazó a su compañero como un gatito asustado.

El chico sonriendo, cubrió de manera sobre protectora al muchacho que se encontraba acurrucado y temblando. Sabía que aquello no podía ser buena idea, pero ¿cómo iba a decirle que no al menor? Después de algunos otros monstruos sacados de cuentos de terror y de películas, además de los sonidos de ultratumba y las risas escalofriantes, el carrito salió del hogar dando así por terminado el juego.

Todos bajaron riendo, en especial los padres y Dylan, mientras abrazaban y consolaban a los más pequeños. El moreno observó a su compañero de orbes grises y le sonrió de forma burlona. Nicholas lo fulminó con la mirada y comenzó a caminar dejándolo atrás.

―¡Nicholas, espera! ―gritó el chico corriendo tras su compañero. Al alcanzarlo, lo tomó del brazo para detenerlo y mirarle sonriendo. ―Tranquilo, a todos nos ocurre eso. Pero ya paso, tampoco creí que era muy buena idea entrar allí. ―el menor suspiró asintiendo para luego abrazarse a sí mismo. ―¿Tienes frio? ―recibiendo un asentimiento, Dylan se quitó su chaqueta negra y se la colocó al menor por encima de sus hombros, luego este se la acomodo. ―Listo, ¿tienes hambre?

―Mucha a decir verdad, tenemos bastante tiempo aquí. ―el mayor asintió tomándolo de la mano para llevarlo a comer. Irían a uno de los puestos de comida rápida al que su padre solía llevarlo.

Treinta CitasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora