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Escupió algo de sangre en mi camiseta y fue perdiendo poco a poco la fuerza en sus piernas, no pude evitar sostener su peso en mis brazo libre para que no cayera al suelo. Su sangre se derramaba por la herida, manchando mis manos y las suyas. Soltó él cuchillo y llevó sus manos a mis hombros para no caer, me miró a los ojos, los suyos estaban llenos de tristeza y ruego.

— ¿Esto es lo que tanto querías?— le dije y ella sonrió.

— Al final... Sí, era lo que... Más deseé.

Sus palabras me sorprendieron, no pude sostenerla más y la dejé en el suelo, a sangre fría sacó el cuchillo de su abdomen, lanzándolo a un lado.

Dejó salir algunas lágrimas de sus ojos, no sabría decir si son de tristeza, sociego o impotencia, no sabría deducir por qué está sonriendo de una forma tan simple en este momento.

— ¿Me harías... Un favor?— susurró.

No quiero hacerlo, pero algo en mi me empujó a asentir y escuchar lo que tenía que decirme. Las manos me tiemblan, siento un horrible pesar en mi pecho, un picor en los ojos y un nudo formarse en mi garganta, ¿así se siente matar a alguien?

— ¿Puedes llevarme al mirador?— su voz era suplicante.

— ¿Por qué ahí?— pregunté.

— Luego lo entenderás...— toció algo de sangre, manchando su boca.

Tomé a Angela en mis brazos, bajé las escaleras y llegué a la camioneta. Abrí una de las puertas traseras y la senté allí para luego ponerle el cinturón de seguridad.

Seguía sangrando, su blusa blanca se había manchado casi totalmente de sangre, eso me hizo sentir culpable.

Subí al auto y como me había pedido, conduje hasta el mirador, que quedaba a más o menos media hora. Al avanzar por la carretera no podía evitar observarla por el retrovisor, sus ojos se encontraban cerrados, me daba la impresión de estar muerta ya que su piel palideció y sus párpados habían oscurecido.

— Sabaneth— le llamé.

— Deja de llamarme por ese nombre...— apenas la escuché susurrar.

Para ser sincero, una parte de mi se estaba arrepintiendo de cumplirle su “último deseo”, quería aparcar, tomar su cuerpo y dejarlo tirado a un lado de la carretera para que se desangrara hasta morir; la otra es la que ya había aparcado en el mirador y ahora iba a bajarla de la camioneta.

Abrí la puerta, ya era demasiado tarde para arrepentimientos, además, de todas formas ella moriría, si no era en mis manos, serían en las de Amaya o las de Matt.

La observé por unos momentos, la cargué dejando que una de sus manos colgara y la otra descansara sobre su abdomen, cerca de la herida. Cerré la puerta al empujarla con mi cuerpo, caminé unos metros hasta entrar en un claro lleno de pequeñas margaritas rodeado por un campo de girasoles sobre lo que es un precipicio. De alguna forma extraña, este lugar se veía hermoso.

La brisa del mar agitó los cabellos de la morena en mis brazos haciendo que abriera los ojos y observara el amanecer:

— ¿No es hermoso?— susurró, cada vez le era más difícil respirar—. Como la muerte...

— No digas esas cosas— no quiero que siga hablando de esa forma, me perturba.

— A todos nos llega el momento en que debemos volver a las profundidades de la tierra...— suspiró profundamente—. Que ironía...

No entendí que quiso decir con eso último, pero la dejé en el suelo cerca del acantilado como me pidió, manchando las flores blancas con la sangre de sus manos.

Me alejé hasta la camioneta, pero algo me hizo mirar hacia atrás.

Se levantó como pudo, sus piernas temblaban y en su rostro tenía una expresión de dolor. Se giró hacia mi, levantando en su mano derecha una pistola:

— Si no puedo tenerte en vida, te llevaré conmigo a la muerte.

Me disparó, me moví lo más rápido que pude, pero la bala rozó mi brazo. Tomé mi arma, apunté sin titubear, hiriendo con la primera bala la mano con la que sostenía el arma y la segunda entró directo a su pecho. El impulso la hizo resbalar y caer por el acantilado, corrí hacia ella, pero al llegar al borde, lo único que pude ver en las aguas del océano fue la espuma de su caída.

Tiré la pistola al agua, caminé hasta la camioneta para alejarme de ese lugar y en el camino tuve que orillar el auto, las manos me temblaban y una rara sensación se apoderaba de mí.

Miré por el espejo retrovisor y había una nota como las otras en el asiento, justo en el lugar donde ella estaba sentada. Me estiré para leerla:

« Cuarta pista:
... Para en sus aguas brindarte
el descanso eterno. »

“... A descansar.”

Junté todas las notas y cada linea de las pistas, eran un poema:

« Donde el Sol no llega
y las sombras reinan
Te abraza cálidamente
y te ahoga a la vez
Te recibe en su etérea suavidad,
para nunca dejarte escapar
Para en sus aguas brindarte
el descanso eterno. »

“Ayúdame a descansar.”

Ella quería que la matara desde un principio, o al menos es lo que pude entender de esta situación, sus cambios de humor eran tantos que difícilmente podía entender quién era de las dos, Sabaneth o Angela.

Mi teléfono sonó en el asiento de copiloto, era Amaya:

— ¿Amor?— escuchar su voz me tranquilizaba.

— ¿Sí?

— Vuelve ya a casa... Te quiero aquí.

— Iré, espérame.

Guardé las notas en la guantera y arranqué para llegar rápido con Amaya. Al llegar a casa me esperaba con Bryan en el pórtico de la casa. Amaya se levantó de la mecedora, caminó hacia mi con una sonrisa, pero esta cambió por una expresión de sorpresa al verme. Mi camiseta, manos y rostro estaban cubiertos de sangre:

— ¿Estás herido?— llegó a mí, revisándome todo.

— No es mía— le dije refiriéndome a la sangre, algo de su silencio repentino me afectaba.

— ¿La mataste?

Dejé caer mi cabeza sobre su hombro derecho y deslicé mis manos por su cintura anhelando un abrazo que recibí rápidamente, estoy realmente cansado.

— Te amo, Richard, ¿lo sabes?

— Sí, yo también te amo— apreté más su cuerpo contra mi.

Esto aún no había acabado, faltaban algunos cabos sueltos.

Gozzlie

Criminal |Richard Camacho| (2MO)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora