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Amigos. En eso nos hemos convertido Roy y yo en dos años. Amigos inseparables, siempre estamos juntos, rodeados de varios chicos de la academia y adiestramos con más valor y emoción.

Es a su casa a la que me dirijo cuando, repentinamente, choco con alguien conocido, aquel chico de ojos azul mar que con catorce años se ha convertido en el chico más atractivo de nuestro distrito.

Finnick Odair.

El chico que se hallaba junto a Sean por aquel entonces, aquel que temía matar. Desde aquel día parece tener un valor y una vitalidad cada vez más notables. Varios días después de su primer encuentro lo vi defender un niño de once, del hijo del alcalde, y pasé de envidiar a Sean a envidiarle también a él.

Hace falta mucho valor para defender a otros sobre ti mismo. Yo no sé si lo tendría.

Un valor por el cual me interesa mucho, además de su bondad e inteligencia. Llevo desde los doce años persiguiéndolo, buscando un momento donde no esté acompañado de nadie que me delate. Nadie que me impida conocerlo y así averiguarlo todo sobre él.

Pero hasta ahora no he tenido ocasión de ello.

Chocamos, nos conocemos y, por primera vez, siento mi rostro ruborizarse. Él se ríe, alegre y relajado. No culmino de entender por qué lo está, es día de cosecha y creo que él tiene más papeletas en la urna que yo, la mala suerte de, no tanto ser de más edad, sino también menos afortunado.

Basta con ver la calidad de nuestras ropas para advertirlo.

Es como Roy, puede que mejor, porque a pesar de su falta de fortuna no piensa en ningún modo de conseguirla.

Está bien como está.

Cuando parte sacudo la cabeza y sigo mi camino. No sé por qué me inquieta él, por qué me siento afortunada de que me conozca. No es más que el hijo de un pescador y la sanadora del distrito cuatro. Un chico guapo, valeroso y bondadoso. Sí, quizás sea por eso.

No me gusta la idea de que alguien así vaya a los juegos.

Por eso cuando, horas después, oigo su nombre en la cosecha y veo su expresión asustada no puedo sentir más que tristeza.

Tristeza porque alguien que conozco va a los juegos, posiblemente para no volver.

Al fin y al cabo, ¿quién ha ganado los juegos del hambre con solo catorce años? Sería algo imposible, casi un milagro.


Y, sin embargo, Finnick Odair lo consigue.

Consigue un milagro, no mucho después de su elección. Ganar, matar, vencer en los juegos. Es coronado en pantalla ante la admiración y sorpresa de nuestro distrito.

Y no por ser más fuerte, sino guapo, guapo y listo.

Se comportó como un ángel seductor durante gran parte del juego, alguien que se aprovechaba de sus compañeros profesionales para matar, hasta que no tuvo más remedio.

Todavía recuerdo el miedo y la tristeza en sus ojos al atravesar con un cuchillo al tributo del distrito cinco, que yacía en su red.

Lo atrapó para demostrar utilidad y valor a los profesionales, la mejor forma de que no te consideren débil y así no te descarten al primer segundo.

Y lo consiguió, no lo hicieron entonces, sino mucho después. Quedaban siete tributos, los profesionales y el chico del distrito diez. Rubí, la profesional del distrito uno y él, se quedaron en la Cornucopia, mientras los otros iban a cazar al chico del diez.

De nuevo no sé por qué recuerdo el nombre de ella, quizás porque es una de las conquistas de él, Finnick Odair.

Me gusta.

Les gusta a todas.

Capitolinas, chicas del distrito, todas gritaron al verle esperar a que la chica rubia durmiera y huir.

Todas menos yo.

Al fin y al cabo, ¿de qué iba a servir? Desde allí no me oirá.


Ahora todos gritan y celebran su coronación, aquella artimaña que realizó para vencer. Huir, esconderse, tejer redes con hierbas, atrapar a sus contrincantes y así matarlos a todos con el tridente que le entregó el público.

Y aun así no parece feliz del todo, su sonrisa se muere al susurrarle algo el presidente. Lo observa confuso, luego sacude la cabeza y comienza su banquete de vencedor.

Y yo, de nuevo, no sé por qué me inquieta él, sus expresiones. Quizás porque me gusta. Pero le pasa igual a todas las chicas del distrito y aun así ellas no le observan como yo, ¿o sí? No lo sé.

Solo sé que desde aquel día Finnick Odair se convirtió en mi distracción preferida y yo en la suya.

No nos hablamos, la fama de él nos lo impide, pero nos miramos y admiramos mutuamente de forma cada vez más obvia desde que él regresa al distrito.

Y yo, al hacerlo, por primera vez, desde que murió mi hermana, siento que puedo ser feliz sin necesidad de ganar los juegos.

Viendo el brillo de felicidad en sus ojos, desde que se coronó vencedor.

El brillo de haber sobrevivido, independientemente de las secuelas.


Y dos capítulos juntos, me encantan estos dos de jóvenes, son muy monos. 

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora