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  Perdonen la tardanza, he tenido algunos problemas por mi parte, entre ellos que el trabajo de fin de grado no me valía y debo hacer otro, tanto de ánimo como de tiempo. Os dejo el Capítulo :)

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No.

Al menos este año no. Es lo que ocurre cuando después de que pasen los tributos del tres, envueltos en cables, nos toca a nosotros. Roy pulsa un botón, oculto en su tridente, que hace su traje iluminarse tanto como el del uno. Los Capitolinos chillan eufóricos mientras él sonríe, alzando el puño. Arrogante, dominante, fuerte,... Lo apoyan por todos lados.

Mi traje también atrae vítores y estoy segura de que si actuase a lo Finnick Odair, ni necesidad tendría de cantar. Pero no me apetece así que, manteniendo en mi mente el canto que me enseñó Dale, decido abrir la boca.

El efecto es inmediato, los gritos, que ya amenazaban con romperme los tímpanos, se van silenciando, primero poco a poco, luego de golpe. Hasta Claudis parece haberse quedado sin habla al oírme. Caesar, en cambio, mantiene la compostura y ríe, intentando mantener el hilo, presentar más tributos, pero hasta el fin de la canción, no lo consigue.

– Impresionante, ¿verdad?–Interroga al público que responde con un grito agudo y yo siento ganas de sonreír. Los tengo en mis manos, definitivamente. – Es el canto de las Sirenas, seres hermosos mitad mujer mitad pez que hechizaban a todos los hombres que se les acercaban. Como nuestra voluntaria del distrito cuatro, ¡Annie Cresta!

Después de aquella exhibición de voz queda obvio que el desfile es mío. Poco pueden hacer los demás tributos con sus insustanciales trajes. Los cuales me observan con expresiones que varían de la sorpresa a la ira, excepto Roy.

Él parece divertirse, no sé por qué.

–¿De qué te ríes? – Articulo solo con los labios y él señala el palco de mentores, donde la vencedora de los Sexagésimo Cuartos Juegos le susurra algo al oído de mi mentor, instándolo así a despegar su mirada de mí. – ¡Oh!

Me tapo la boca, más sorprendida que avergonzada, una cosa es cautivar al Capitolio con mi voz pero, ¿él? ¿Qué pasa que ninguna de sus amantes sabe cantar? Cuesta creerlo.

Cuando los carros se frenan nos toca bajar y atender al discurso del presidente Snow. Cosa que no me sale del todo bien, pero dado que él está más concentrado en el chico del nueve, que en mí, resulta trascendental. Me fijo en que Roy y yo aparecemos más tiempo de lo normal en las pantallas del Capitolio, él equiparado con los tributos del uno y yo...

Soy la sirena del distrito cuatro. Alguien sobresaliente.

Y lo mejor es que no necesité actuar como una persona que no soy para ello.

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– ¿Ves? Te dije que hacerla cantar era una maravillosa idea. – Presume Dale ante Rena, cuando estamos de vuelta al edificio de tributos. – ¡Annie estuviste perfecta!– Me halaga y yo no puedo más que sonreír. Me siento poderosa, como en una nube, sé que es peligroso porque ahora todos me tienen en el punto de mira por arrebatarles patrocinadores, pero no puedo evitarlo.

Rena también felicita a mi compañero, que encaja los cumplidos de forma más sosegada que yo y le coge el tridente y adornos más aparatosos. No nos quitan la cola porque lo único que hay bajo ella es la ropa interior, pero sí se les arreglan para que no nos entorpezca, cuando nuestros mentores y escolta penetran en el salón con una expresión más que orgullosa.

– ¡Buenas noticias!– Anuncia Finnick, radiante de felicidad. – Vengo de hablar con Cashmere y Gloss, y Geld y Silber ya están incluidos en nuestra alianza. – De modo que de eso hablaba con la codiciada vencedora del uno. –Entre eso y lo que me costó escapar de tus patrocinadores, Annie, podemos considerar este desfile como uno de los más exitosos desde que soy mentor.

Me guiña un ojo, arrogante, antes de dejarse caer en el sillón. No sé por qué me llama por mi nombre ahora, pero lo prefiero.

– Sí, conmigo también hablaron varias personas. – Anuncia Mags con una pequeña sonrisa. – Estás al mismo nivel de apoyo que Silber, Roy, es un buen comienzo. – Mi compañero sonríe, agradecido, y no vacilamos en sentarnos juntos, como los buenos amigos que somos. A saber durante cuánto tiempo podremos estarlo en los días venideros...

Desde ese día se producen grandes cambios. Roy y yo adiestramos juntos, lo que me libra de pasar ratos incómodos con el codiciado Finnick Odair, el cual tampoco actúa igual desde que lo caché absorto por mi canto en el desfile. Nada de llamarme preciosa, ni acercarse como si intentara seducirme. Descubro que tras esa apariencia de seductor empedernido se encuentra alguien agradable, tranquilo, inteligente y dispuesto a todo por hacerme ganar. Me recuerda a como lo veía con doce y trece años.

Por ello me es difícil no simpatizar con él, convertirlo en mi amigo en vez de mi mentor. Roy no parece molesto con eso, al contrario, encuentra más que divertida nuestra peculiar lucha por el dominio de estos juegos. Las únicas recomendaciones que sigo son no desvelar todas mis habilidades ante los demás profesionales, ni desafiarlos. No me interesa buscarme más enemigos de los que tengo. En lo demás soy un espíritu libre y orgullosa de serlo.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora