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Con esto de haber terminado de publicar conservando la luz tras el rojo y el trabajo de fin de grado terminado me siento mas motivada a retomar la escritura y publicación de historias. No puedo prometer nada sobre lo que estanqué en su día ya que la presentación se acerca y no las tengo todas conmigo pero intentaré activarme una vez que pase todo. Por ahora os dejo el siguiente Capítulo.

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Espectacular.

Es así como debe ser el baño de sangre según el Capitolio. Espectacularmente sangriento.

Yo por mi parte tengo otra opinión al respecto. Una que es obvio que solo Roy entendió.

A nuestro alrededor, la tormenta sigue arreciando, me planteo si debería buscar a la chica del seis cuando los rayos de los vigilantes se vuelven a suceder, disuadiéndome.

– ¡¿Se puede saber por qué hiciste eso?! –Protesta Cassius, ante mi amigo. –Me estaba divirtiendo.–Me abstengo de rodar los ojos, nada conforme. Mientras que mi compañero de distrito se mantiene firme.

– Espectáculo. –Responde, sin un ápice de duda. –Piensa un poco, Cassius, el público quiere acción. Algo prometedor y, en cierto modo, lo tuyo lo es. Pero también es lo que los profesionales llevan haciendo setenta años seguidos, ¿no crees que se merecen algo mejor? ¿Ver como sus favoritos se alzan entre batallas que parecen superarles en todo? Es lo que busco yo. –Le guiña un ojo, tranquilo, conozco ese punto de vista, era el mismo que llevaba a Sean a enfrentarse al chico del siete. Un reto.

Cassius lo mira tan sorprendido como incrédulo, seguidamente agacha la cabeza y niega.

– ¡Arg! No entiendes nada. –Refunfuña, hastiado, y parte a buscar más víctimas. Roy ni siquiera se inmuta.

– ¿No vas a decirle nada?–Interrogo, en voz baja, aprovechando el ruido de batallas y tormenta, que todavía nos rodea. Mi compañero niega con la cabeza.

– No me interesa razonar con ellos, Annie. – Explica. – Tienes razón en una cosa, los tributos son contrincantes, no amigos. No puedo tratarlos como tal si quiero ganar.

– ¿Entonces, de qué fue tu juego con el del diez?–Sigo cuestionando, intrigada, Roy ríe.

–Honor, Annie. –Responde bajando la voz. –Honor y otra cosa, no eres la única que aprendió malas lecciones de los Sexagésimo Sextos Juegos del hambre. La mejor forma de que no te dominen es hacerlo tú.

Sacudo la cabeza, ¿dominar yo? Lo cierto es que nunca me lo planteé dado mi carácter, pero a Roy el papel le va bien.

– Ya veo. – Afirmo riendo. – Yo, por mi parte me baso en lo que dijiste al inicio, más una sucesión numérica, cuatro, cinco, ¿adivinas el siguiente? – Aquello lo digo en voz alta, buscando intriga no solo del público sino también de mi amigo el vigilante, el puso las notas. Sabrá deducirlo.

– ¡Resumiendo que estos juegos van a ser más que genial!–Afirma Roy, excitado, él es el único que conoce mi plan, lo fuimos debatiendo durante las entrevistas.


Los demás tributos debieron presenciar el espectáculo de mi compañero de distrito, ya que ninguno se acerca a la zona de armas. Igual ya varios sucumbieron: la chica del distrito doce, envuelta en un rojo tan abundante que apenas se le distingue el torso. No sé cómo al capitolio le gusta eso.

El chico, más precavido, debió echarse a correr antes de ser atrapado por Silber, y, ahora, está en el

suelo con la espalda herida de muerte por su espada. La cual, si bien no es una Claymore, sino una espada común, no le causa problemas. Es obvio que la chica se cansó de reunir utensilios, dejándole todo el trabajo a Sheet.

La chica del siete, sin embargo, no protesta, sigue reuniendo cuerdas hasta que algo la hace detenerse, casi paralizada. Cassius atrapó a su compañero de distrito y está más que dispuesto a hacer una auténtica carnicería con él.

Roy la observa atento, vigilante ante su expresión aterrada cuando otro grito llama nuestra atención, el de Geld.

Y nos encontramos con una escena más que sorprendente, el del nueve yace en un estado deplorable, producto de una lenta agonía a manos de nuestro aliado, cuya axila sangra abundantemente, producto de un golpe de cuchillo. Lucas sonríe un poco, pero su expresión se muere cuando la hacha de Sheet le atraviesa la espalda. Estoy sobrecogida, ¿cuando volvió en sí? ¿Por qué le ayudó?

Geld por su parte reacciona de forma más que imprevista, corre hacia ella hasta que el arpón de Roy cae frente a él.

– ¡Detente Geld! –Dice con una voz tan suave como firme. – Recuerda que ella es de los nuestros. –Y el brillo enloquecido de los ojos de nuestro aliado desaparece al instante.

– Perdona yo...–Pestañea tan confundido como avergonzado. – No sé qué me pasó. –En definitiva este chico es un peligro, está tan loco que nunca sabes qué va a hacer. Roy sacude la cabeza y vuelve la mirada hacia el horizonte, viendo que el baño de sangre parece a punto de terminar.

Y no es para menos, gran parte de los tributos huyeron ya con mochilas, provisiones o, directamente, nada. Circe y la niña del distrito tres ruedan sobre el agua hasta que la primera le atraviesa el corazón con su estilete, agarrando la lata de alubias de sus débiles manos. Finalmente suspira.

– ¡Me ha costado lo mío, pero creo que estos son los juegos en los que más provisiones tenemos!–Exclama levantándose mientras la tormenta amaina. – ¿Cuantos van?–Miro a los lados, contando en mi cabeza, los dos del tres y del cinco, el chico del siete, los dos del doce, Lucas, y el compañero de distrito de Sheet: Dan nueve.

– ¡Nueve!–Se adelanta Silber, enfurecida. –¡Los vigilantes son idiotas! Mira que lanzarnos a la batalla en plena tormenta, ¿qué pasa que no aprendieron nada del año del hielo? –Cuestiona mirando al cielo, suelto una carcajada. El año del hielo fue el siguiente a los Sexagésimo Sextos juegos del hambre, un auténtico aburrimiento para el Capitolio. Los tributos fueron lanzados a un páramo helado con apenas abrigo, muriendo casi todos debido a ello. –¡Los profesionales trabajamos mejor en climas templados!

– A mí me ha parecido una linda sorpresa. –Intervengo con una linda sonrisa para mi amigo el vigilante. – Llevamos tantos años culminando fácilmente con casi la mitad de los tributos que hasta aburre.

Roy ríe, asintiendo, justo en el momento en que la tormenta se detiene del todo. Los otros profesionales nos miran como si estuviéramos locos, a la par que se suceden los nueve cañonazos.

– Me gustó mucho tu espectáculo con el del diez. –Interviene Sheet, entregándole algunas cuerdas a Roy. –Un poco extraño pero entretenido.

– Gracias. –Dice mi amigo, amable. – Sé que te parecerá extraño pero, ¿por qué mataste al de nueve? –Le susurra. –No creo que sea más peligroso que nuestro amigo el loco. –Ella se encoge de hombros.

– Creí que era lo correcto, al fin y al cabo, Geld es nuestro aliado, ¿no?–Nos sonríe de forma suave, para luego ayudar a los demás a amontonar las provisiones. La observo con la mirada, dubitativa. No sé por qué su actitud me da mala espina.



El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora