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Recién me fijé en que este mes mucha gente se pasó por la página de facebook de "Una Profesional diferente" y, o le dió a "me gusta" ¡Muchas gracias! *_ *

Os dejo el Capítulo :D

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—¡Señores y señores les presento a Annie Cresta! ¡La vencedora de los Septuagésimos Juegos del hambre! ¡La Sirena del distrito cuatro! —La voz intensa y emocionada de Caesar me hace taparme los oídos. Vencedora, eso es lo que menos me siento ahora. Finnick se ha negado a responder mis preguntas sobre el final de mis juegos, dice que cuanto menos sepa de ello, mejor.

Y dado lo que me dijo, que lo único que conseguiré diciendo lo que pienso es convertir mi vida en un infierno, es mejor que le haga caso. Ya la siento así, de todos modos.

—¿Annie, querida?, ¿estás bien? —La voz suave de Caesar me convence de sacar mis manos de las orejas. Está rodeado de un aura azul tan oscura como su traje, pestañeo repetitivamente, espantándola. Debo controlarme.

—Solo un poco sobrecogida, Caesar. —Sonrío viendo que Finnick Odair suspira, aliviado, y su mentora le coge la mano. Ojalá alguien como ella lo hiciese conmigo. Disiparía mis temores. —Todo esto es nuevo para mí.

—Evidentemente, preciosa —dice el presentador, riendo —. Ven, siéntate, y veamos la retransmisión de tus juegos ¡Has estado más que impresionantes!

Hago una mueca viendo el trono rojo, verde, negro y azul, ¿por qué se empeñan todos en atormentarme así? Están locos, definitivamente.

Más que yo, ya que al menos soy consciente de que lo estoy.

Me muerdo el labio más que nerviosa mientras avanzan los segundos, no quiero mirar a Finnick, menos el vídeo, pero no es que pueda huir ahora mismo. Ni siquiera Cynthia, la vencedora de los juegos de Sean, pudo. Debió afrontarlo.

Así que me toca hacer igual.

Las cosechas fluyen como un vendaval, haciéndome advertir lo poco en que me fijé en la niña castaña de trece años que salió elegida en mi distrito. No me importaba, yo era la voluntaria, quién iría a los juegos. Todos lo sabían, incluso ella. Se le nota en su expresión de reconforte y alivio.

Profesional o no, seguía siendo una niña no capacitada para los juegos, sería extraño que no la remplazasen, que la obligasen a ir, llevan desde los juegos de Sean sin hacerlo, nombrando profesionales capacitados, o aceptando voluntarios. Es lo habitual.

Resulta todo tan habitual como diferente de ver, recordar que todos estos chicos que ahora muestran en desfile, entrenamiento, y entrevistas, yacen en rojo. Dejo de morderme el labio en cuanto siento el sabor de la sangre y comienzo a jugar con el esmalte escamado de mis uñas. Otra vez soy una sirena, una sirena envuelta en un vestido negro con falda larga y escamada verde mar. Solo que esta vez no tengo cola. Mi estilista me dirigió disculpas antes de vestírmelo, dijo que era en honor al final, cuando nadé y peleé como una auténtica sirena. Y me volvió a pedir perdón.

Lo que no entiendo es por qué lo hizo, ¿será por la clave que dijo antes de que partiese? La que me permitió descubrir a un amigo entre los vigilantes: aquel hombre...

Elevo la mirada al palco de vigilantes, buscándole. Está tranquilo, sonriente incluso, como si no ocurriera nada. Como si no hubiera salvado una desafiante al Capitolio. Una rebelde...

No lo entiendo, definitivamente no.

Y comienza a ofuscarme tanto como lo que me rodea, la película, la arena roja, azul, negra y verde. Sus gritos eufóricos mientras se sucede el baño de sangre y rojo, rojo brillante por todos lados. Sin pensar me levanto y grito, la furia y locura de mi interior poseyéndome, no lo soporto más.

—¡Basta! ¡¿Es que acaso no os dais cuenta de lo que hacéis?! ¡¿De lo que celebráis?! ¡Estáis locos! ¡Completamente locos! —Ahora el Capitolio luce asustado e incrédulo, creo que es la primera y única vez que un vencedor dice eso. No sé qué me ocurre, por qué no siento ningún arrepentimiento, menos por qué no controlo mis ansias de gritar y pelear con todos los que se me acercan, hasta que, de nuevo, siento aquel pinchazo y todo se vuelve negro.

De nuevo sucumbo a un sueño casi tan plácido como la muerte....

Y sé que no importa lo que haga, no puedo detener nada.

Estoy loca.

Simple y llanamente loca.

Y, sin embargo, no me siento así...


—¿Annie? —Otra vez es la voz de mi mentor la que me saca del sueño. —Annie, lo siento, yo... Creí que lo soportarías. Que todo saldría bien... Perdoname. —Finnick parece a punto de llorar a la par que se agarra la cabeza. Lo miro algo sorprendida, ¿por qué se disculpa? No es su culpa.

—Tranquilo, no es culpa tuya —digo suavemente. —Yo también creí que podría ¿Y ahora qué? ¿Me van a matar? —Él me mira asustado y niega.

—No pueden, eres la vencedora, ¿recuerdas? —Asegura, asiento, ignorando el instinto que me dice que soy todo menos eso. —Eres la vencedora y estás loca. No pueden eliminarte, provocarían un motín, menos negar lo otro. —Vale, supongo que tiene sentido.—¿Crees poder soportar la entrevista? —Me encojo de hombros.

—¿Tengo elección acaso? —Finnick vuelve a negar. —Entonces no sé por qué preguntas. Me las arreglaré, ¿sí? —Asiente dubitativo. —Solo una pregunta, ¿qué haces sentado en la misma cama en la que estaba dormida? ¿Debo ir al banquete, acaso? —Otra negación que me hace mirarlo más que confusa.

—Necesitaba verte —musita tan bajo que me convenzo de haberlo imaginado —. Dado tu estado el Capitolio dictaminó que se podía hacer una excepción. No volverás a salir en público salvo para la entrevista, donde deberás actuar como si no recordases lo que les gritaste ¿Crees que podrás? —Asiento, decidida. —Annie...

—Podré Finnick, tranquilo —pronuncio —. Todo saldrá bien.

Pero esta vez no me lo creo ni yo.

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PD: la foto pertenece al vestido de Annie.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora