14

9 0 0
                                    

Quince minutos. Es lo que tarda Roy en salir de la sala, los clásicos quince minutos en los que me limito a jugar con el colgante de mi hermana, todavía más nerviosa. Circe, (que sigue aquí a pesar de que su prueba terminó), me intenta hacer conversación pero no consigue mucho. Cuando Roy sale me dirige una sonrisa aliviada y el indicativo para mi aliada de que es mejor que parta. Indicativo que ella sigue al instante.

Realmente es favorecedor que mi amigo sea el líder de los profesionales, siempre encuentra un modo discreto de ayudarme y eso se siente bien.

Bien...

Es así como me mentalizo que debe salirme la prueba, independientemente de la nota que reciba.

Bien. Perfecta. Sorpresiva.

Al igual que mi victoria.

La sala de pruebas me recuerda al examen que me hicieron en la academia, nada más saber que pretendía presentarme voluntaria este año. Un examen donde testan tu habilidad para los juegos.

Lo pasé con creces.

Al igual que me gustaría pasar este. Decidida, me dirijo a los cuchillos, mientras pienso en mi plan y advierto que no puedo hacer eso.

No puedo seguir los consejos de Roy, no dado que no toqué los cuchillos nunca, no me favorece para ganar un diez.

Así que me detengo, fingiendo nerviosismo. Uno de los vigilantes, mayor, de pelo rubio y barbilla, además de ojos azules, arquea una ceja y luego me sigue con la vista ¿Soy yo o está estudiándome?

Llego a la estación de machetes, donde me muevo de forma tan mecánica como certera, consiguiendo que varios vigilantes bostecen aburridos, esto ya lo han visto. Lo hice durante todo el entrenamiento, no, hice algo mejor.

Me desaté cuando el chico del nueve me sacó de mis casillas.

Finnick me confesó que aquello no era malo, que había llamado la atención de los vigilantes, quienes podían ayudarme si les daba un buen espectáculo en la arena. El problema es que sé perfectamente en que consiste ese buen espectáculo para ellos.

Y no estoy dispuesta a hacerlo.

Cuando me canso de dar golpes como un robot, dejo el machete y voy a la estación de cuchillos. Todos los vigilantes han perdido interés por mí salvo uno, otra vez ese hombre rubio, el cual repara en que lo estoy observando y sus labios forman una palabra, un desafío.

"Sorpréndeme"...

Y yo misma me pregunto, ¿puedo hacerlo? Claro que sí. Puedo sorprenderlos a todos.

Cojo tres cuchillos y los hago bailar en mis manos, distraída, formando, figuras, rayos, al igual que vi hacer a Sean con doce años.

Rayos de luz, señales, uno de nuestros puntos en común.

Nos encantan los juegos.

Y los juegos del hambre son un juego en toda la extensión de la palabra.

Solo hay que saber aprovecharlos bien.

Busco con la mirada un lugar donde ejercitar mi agilidad, una pista con obstáculos de los vigilantes, y lanzo mi plan.

Guardar los cuchillos, correr, saltar, esquivar todas las trampas posibles como Denalie y Sean. No dejarme guiar, ni por nada, ni por nadie. Hasta que, en el último momento, consigo escapar de un holograma de un muto subiéndome a la replica de un árbol, él intenta tumbarlo y lo conseguiría de no ser por el salto que doy, mi voltereta a la par que lanzo los cuchillos.

Al igual que hizo Sean en los Sexagésimo Sextos Juegos del hambre, al salvar a Nolan.

Tres cuchillos, tres puntos, un objetivo, para él herir y jugar, para mí, matar.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora