27: Despertar

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Annie Cresta, 17 años, vencedora de los Septuagésimos Juegos del hambre.

Rojo, azul, negro, verde, marrón,... Los colores de la arena se mezclan en mi mente creando visiones tan aterradoras como incomprensibles. Cabezas de tributos rodando por el sueño y aquella voz:

"Por tu culpa, por tu culpa"

Lo que me hace agitarme cada vez más frenética intentando escapar, despertar. No comprendo nada, ¿por qué no estoy muerta? Debería ya que apenas recuerdo nada desde que la cabeza de Roy cayó ante mis rojos, unicamente rojo, rojo brillante, el color de la venganza y de la locura a la vez.

Y, sin embargo, no me siento así, me siento tan viva como recuerdo estarlo en el agua cuando alguien me agarró. Una chica con la que peleé desesperada hasta que sonó su cañonazo y escuché una voz que no me creí.

"Señoras y señores les presento a la vencedora de los Septuagésimos Juegos del hambre, Annie Cresta."

Una voz que me volvió a sumir en la locura, nada más ver la luz negra y rojiza que rodeaba quiénes vinieron a por mí. Aquellos médicos que lograron someterme con una aguja y así culminé aquí.

Sucumbiendo a un sueño tan rápido que creí que era la muerte que venía por mí. Que mi declaración de victoria no había sido más que una ilusión. Al igual que lo parece ahora lo que me encuentro al despertar de mi pesadilla, más viva que nunca.

—Annie, tranquila, ya no estás en la arena. Estás a salvo.

Son las palabras de Finnick las que me frenan, las palabras y la luz tan intensa que le rodea. Pestañeo intentando espantarla, a la par que me adapto a mi nueva realidad. Las luces, los colores, todo parece haberse intensificado de una forma más que nueva, al igual que él.

Finnick...

La sonrisa suave de mi rostro se muere al notar que yace encima mía, sobre la cama ¿Qué pasa aquí?

—Finnick, ¿por qué estás sobre mí? —Él suelta una carcajada, enrojeciendo, y se aparta.

—Solo intentaba frenarte, preciosa —explica —. Debiste ver la forma en que te movías. Poco te ha faltado para atacarme. —Lo miro alucinada. —¿Estabas teniendo una pesadilla? —Asiento.

—¿Tú también las tuviste nada más salir? —Niega con la cabeza.

—Pero no tardaron mucho en aparecer —aclara —. Tributos que me acusaban e intentaban matarme... —Se estremece. —Cuando hablé a Mags de ello me explicó que eran parte de las consecuencias de salir de los juegos. El arrepentimiento que te embarga por sentirte vivo y feliz, mientras que otros no...

—Pero lo que vi no era eso Finnick —lo interrumpo. —Eran cabezas envueltas en rojo y una voz acusándome. Lo cual no comprendo, la única que vi caer fue la de...—No tengo el valor de continuar, me obligaría a recordar y era lo último que quería. —¿Finnick qué pasó después? —Me mira con sus ojos azul mar teñidos en sorpresa. —¿Finnick?

—¿Qué recuerdas tú? —Lo fulmino con la mirada, ¿qué le pasa? ¿Por qué me pregunta eso? ¿Por qué me observa tan aterrado como incrédulo? ¿Qué hice?

—Rojo —contesto firme —. Rojo brillante como la sangre, que había bajo mía después, y aquella voz, mi voz... —Me tapo la boca, asustada. —Dime que no grité lo que creo. —Asiente despacio. No entiendo ¿Por qué estoy viva entonces? Desafié al capitolio.

Finnick suspira, abandonándose sobre la cama, a mi lado.

—¡Genial! —Dice sarcástico. —Cuando creía que no podías parecerte más a él, ¿debías enloquecer tú también? —Lo fulmino con la mirada.

—Yo no estoy loca, Finnick —protesto —¡Los locos son ellos!

Y es que nunca me he sentido tan cuerda como en este momento.

Irónico.

Los ojos azul mar de mi mentor me enfocan con absoluta incredulidad, a mi expresión de firmeza y negación, antes de soltar una carcajada y decir:

—¡Está claro que nunca dejarás de sorprenderme, Annie! —Ríe de nuevo. —En cualquier caso es mejor que no repitas mucho eso por aquí. Lo único que conseguirás así es que conviertan tu vida en un infierno y entonces tu mejor manera de no sucumbir será encontrar una vía de salvación. Así que sigue mis reglas, ¿sí? —Asiento algo asustada por lo que dice, ¿podrían hacerlo? —Ser vencedor no es el final, Annie, solo el principio ¿Annie?

Me obligo a volver a la realidad, espantar los colores que pretenden envolverme y atraparme, como lo hicieron en la arena. Los colores y las ansias de morir. No puedo hacer eso, no puedo huir, no ahora que estoy fuera. No es lo que se merece mi familia, menos él.

Finnick.

—Está bien, pero dime una cosa, si desafié al Capitolio, ¿por qué estoy viva? ¿Por qué ellos..? —Me estremezco nada más recordar el agua rodeándome. —Están locos, definitivamente.

Digo lo último en voz baja, es la única explicación que encuentro para el agua dulce que me rodeó: Una locura. Yo era del distrito cuatro, era más que obvio que sobreviviría mejor que nadie a esa artimaña. Finnick niega con la cabeza.

—Te equivocas, Annie, no lo están. —responde —. Al menos no quiénes rompieron la presa, pero créeme cuando te digo que cuanto menos sepas de ese tema, mejor. —Lo miro sorprendida, ¿por qué es tan cauteloso ahora? ¿Qué pasa? —Vamos a tener crear una estrategia para arreglar las cosas lo más posible. Por fortuna, tu falta de memoria nos puede ayudar. Podemos justificar lo que hiciste como un acto de demencia...

Demencia...

Algo tan inesperado como mi salida de la arena, perder la cordura, sucumbir al rojo de mi mente, ¿o no?

Finnick se negaba a creerlo, aseguraba que quizás hubiese un modo de controlarlo, de evitar que los colores y visiones me abrumaran. Le dejé hacer por algo obvio, lo que me ocurría ahora me hacía sentir más viva que nunca, casi invencible... Si aún por encima de ello podría volver a casa, si todo salía bien... ¿Qué importaba mi estado mental?

¿Qué importaba que nunca volviera ser la misma mientras me sintiera tan bien?

Ese era el problema, lo que me impedía retroceder, esas sensaciones intensas que me envolvían. Los colores de mi equipo de preparación estuvieron a punto de crearme otro ataque. Estaban locos, definitivamente e, irónicamente, yo también.

Incluso así me dejé envolver, otra vez, bajo la ilusión de que todo estaría bien. De que podía con todo mientras pudiese volver a casa con los míos.

No debí hacerlo.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora