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Aprovecho el confinamiento para terminar este fanfic que ya es hora. Os dejo el Capítulo 29 y el final.

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Todo saldrá bien. Mi mantra, durante la espera de la entrevista del vencedor, suena tan ilusorio como mi cordura. Finnick y yo hemos ensayado preguntas y respuestas, como hicimos en mi primera entrevista. Habitualmente no se hace, pero dado mi estado dice que es lo mejor. Buscar un modo de domar mi locura lo más posible. Me sigue pareciendo inútil, pero no se lo digo. Sería admitir que no tengo salvación y no quiero.

No quiero pensar que todo se ha acabado para mí, me derrumbaría y como lo haga entonces sí que no podré controlarme.

Y dado que no pueden matarme todavía, lo más probable si lo hago es que me encierren y entonces nunca podré ver a mi familia.

Así que me dejo envolver, de nuevo, en una ilusión, convenciéndome de que lo soportaré y entonces todo habrá acabado.

No debí hacerlo.

—¡Querida Annie! Bienvenida de nuevo entre nosotros. —La voz de Caesar suena mucho más suave que la primera vez, casi cautelosa. —¿Cómo te sientes? —Me encojo de hombros.

—No lo sé, supongo que mejor —respondo —. Me gustaría pedir perdón: no sé qué me pasó ayer. No recuerdo nada aparte de la retransmisión del baño de sangre. —Caesar me mira sorprendido y asiente, suspirando aliviado, casi dócil, por mi mentira. —Lo siento.

—No te preocupes, preciosa —me reconforta —. No es tu culpa el haber enloquecido. —Asiento despacio. —Hemos tenido que frenar el programa ayer, pero estoy seguro de que hoy no ocurrirá nada —asegura. —. Tu victoria nos ha sorprendido a todos, aquella lucha... ¿Llegaste a pensar que no lo lograrías?

—No del todo, Caesar. Estaba segura de que podía resistir el agua, era algo que conocía como la palma de mi mano, pero ella, la del diez... —Me quedo callada un momento, recordando la expresión desesperada de la chica, sus ojos negros,... Otro rostro a añadir a mis pesadillas. Caesar culmina la frase por mí.

—Era fuerte —asiento, no es ninguna mentira, era fuerte y estaba desesperada, al igual que yo. Caesar continúa hablando:

—Volvamos entonces al inicio: ya desde el baño de sangre Roy y tú os coordinabais tan bien... —Me estremezco nada más recordarlo, mi mejor amigo, mi compañero de distrito, cuya cabeza rodó por el suelo hasta mis pies... —¿Qué sentiste al verlo morir?

—Dolor, Caesar —respondo —. Dolor e ira. Él era mi mejor amigo, una de las personas que más quería, simplemente no lo soporté.

—Y enloqueciste —dice él. —¿Qué recuerdas de aquel momento? —Suelto un suspiro, ¿qué recuerdo? Apenas nada: rojo brillante y mi voz acusándolos. El resto yace en un mar negro y rojo, hasta que el agua me despertó.

—Nada, Caesar —respondo, llenando mi voz de derrota —. Solo recuperé la cordura al verme rodeada de agua.

—Entiendo. —Comprende el presentador, observándome con una pena tan sorprendente que me convenzo de que es una ilusión. —Hablemos entonces de tus otros aliados, Geld y Silber, por ejemplo, ¿qué sentiste respecto a ellos? —Otro encogimiento de hombros.

—No sabría decirte. Geld me asustaba, estaba loco, nunca sabías cómo iba a reaccionar. A menudo me preguntaba si estaba bien mantenerlo en la alianza o sería mejor dejarlo. Era peligroso. —Otro asentimiento del presentador. —Con esto no quiero decir que me alegre su muerte, pero sí que me sentí más segura nada más saber de ella. No debí hacerlo.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora