Final: Salvada

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No recuerdo mucho tras aquello, todo se nubló en negro y rojo, envolviendome en visiones semejantes a mis pesadillas y aquella voz.

"Por tu culpa, por tu culpa."

Una voz que intento espantar con todas mis fuerzas, despertar de las ilusiones que crea mi mente, primero para atormentarme, luego, extrañamente, resguardarme. Me vuelvo a sentir bien, me vuelvo a sentir viva, me vuelvo a sentir cuerda. Y, sin embargo, no puedo hacer eso, no puedo irme, ¿o sí?

¿Qué me espera a mi regreso?

Los cuerpos de mis padres y, en el futuro, los de todos los tributos que deberé mentorear y perder junto a Finnick. Jugando a su juego con una sonrisa tan falsa como brillante. Porque sino ellos convertirán mi vida en un infierno, es lo que me dijo mi mentor.

Pero, ¿no lo es ya? ¿Qué me queda sin cordura y padres? ¿Realmente vale la pena seguirles la corriente ahora? ¿Es que acaso no hay una salvación mejor?

Una salvación...

Los rostros de los vencedores derrotados vienen a mi mente. Haymitch Abernathy, mentor del doce, se ahoga en alcohol, asqueroso. Lancia, del distrito seis, vencedora de los Sexagésimo Primeros Juegos del hambre, en drogas, tentador, pero no por ello mejor. No quiero depender de una pastilla, no quiero depender de nada, ni de nadie.

Solo de mí misma.

Y yo soy una chica loca, ¿verdad?

¿Verdad?


Sí, lo soy, tal como lo demuestran las risas que salen de mi boca nada más despertar del desmayo que supuso encontrarme a mis padres envueltos en rojo. El color de la sangre, de la venganza y la locura que me embargó tras la muerte de Roy. Lo que me hizo rebanar la cabeza de mis antiguas aliadas, antes de gritar todo lo que pensaba sobre el Capitolio, los auténticos locos de la historia.

Pero no por ello estúpidos.

Mataron a mis padres, buscando quebrarme, ¿lo consiguieron? Seguramente. Pero no por ello consiguieron derrotarme, al contrario, logré escapar de ellos gracias a esa rotura. Utilizando mi locura a mi favor.

Sus risas, sus colores, sus vítores,... Dejé que todo me envolviera y me atormentara en los momentos en los que la realidad era demasiado dura para afrontarla. Cobarde me llamarían algunos, pero no me importó, esa cobardía me permitió seguir viviendo.

Sin alcohol, sin pastillas ni bálsamos estúpidos, y sin tener que ceder al juego del Capitolio para ello. Sola con mi locura, y Finnick.

Finnick...

Él no me comprendía pero seguía a mi lado. Me visitaba todos los días que podía, mantenía alimentada, muchas veces cuerda, incluso. No estoy segura de por qué lo hacía, por qué se empeñaba en hacerme regresar de mis ataques, a pesar de que varias veces pataleé y lo dañé. Cosas que me hacían llorar porque yo lo quería demasiado. Inconscientemente, él se había convertido en otra tabla de salvación, una dolorosa por todo lo que le hacía sufrir, pero lo era.

Gracias a él me mantuve viva y, poco a poco pero seguro, me hice dueña de mi locura. Lo advertí en mi Gira de la Victoria, cuando, después de tener un ataque, en el distrito siete, por ver la forma en que reaccionaban a mi aparición sus habitantes; sus denominaciones de asesina, decapitadora, loca, y no recuerdo qué más cosas, escuché algo de mis acompañantes:

Esto va mal. No podemos llevarla así al Capitolio. Tiene que aprender a controlarse. —La voz era de mi escolta. Arqueé una ceja, sorprendida, ¿por qué no? No es acaso el objetivo de la Gira: ¿llevarme al Capitolio donde deberé restregar, por enésima vez, mi felicidad ante los distritos? De solo pensarlo me da asco.

Y luego dicen que yo estoy loca.

¿Te crees que no lo sé? —Explotó Finnick, alterado —. Ellos no quieren mostrar el dolor real que provocan los juegos. No les favorece. —¿Ah no? Interesante, muy interesante... —Pero Annie no es una vencedora normal. Es incontrolable.

Incontrolable ¿De verdad piensa eso de mí? ¿Acaso no sabe que hace un tiempo que no sombro a la locura ante él? ¿Que no he dejado que mi cobardía nuble nuestra vida porque lo amo?

Mi cobardía, la que me hace ceder a la locura con una facilidad asombrosa.

Y ahora resulta que esa locura podría librarme de acudir al Capitolio...

Cuando mis acompañantes descubren que he escuchado su conversación es demasiado tarde.

Tengo dos ataques más, en los distritos de donde provienen algunas de mis víctimas, incluidas aquellas en las que estuve cuerda. Seis y Cinco. No mucho después nos anuncian que la Gira se ha cancelado y debemos volver a casa.


De vuelta al distrito cuatro y alejados de las cámaras, o eso creo, Finnick y yo tenemos una pequeña conversación.

—Annie, supongo que es muy estúpido de mi parte preguntarlo pero, ¿Por qué hiciste eso? Sabes que es un acto de rebeldía, ¿verdad? Negarte a seguir su juego —dice. Me encojo de hombros.

—También sé que no me queda mucho que me puedan quitar. Perdí a Roy, mis padres, mi cordura y con ello mis amigos —respondo —. Solo toca mi vida pero, ¿qué crees que es mejor? ¿Soportar cuerda un mundo de destrucción eterna o morir?

Finnick se queda callado mucho tiempo, demasiado. Finalmente dice, en voz potencialmente baja.

—No será eterna Annie, eso te lo prometo. Algún día acabará. No te puedo decir cómo sin meterte en problemas, pero ten seguro que lo hará. —Lo observo sorprendida, parece tan firme, tan decidido, ¿qué esconde este chico? Demasiado. —Y por ello me gustaría que no pensases en la muerte como una vía de escape. No pienso permitirlo.

—¿Por qué no? ¿Qué te importa lo que haga? ¿Por qué me cuidas siempre, Finnick? Sabes que eso te está destruyendo, ¿verdad? —Me mira, sorprendido, y asiente —¿Entonces por qué no me dejas caer?

—Porque no puedo —susurra —. Me horroriza solo pensarlo, imaginate cumplirlo. —Tan pronto como lo pronuncia mi boca se abre en una gran o, y debo pestañear fuertemente para asegurarme de que esto no es otra ilusión de mi cabeza. —¿Annie? ¿Qué te pasa? Vuelve.

Chasquea los dedos ante mí repetidas veces, alertado, cuando decido tirarme a sus brazos, sin dudar

—Finnick, ¿eres consciente de lo que dijiste? —le susurro. Él asiente, despacio. —Acabas de desvelarme que estás enamorado de mí. —Su expresión es un poema pero no lo niega, al contrario. Parece la mirada de quién ha caído en cuenta de algo importante. —Está bien. —Prometo mirándolo fijamente a los ojos. —Si te quedas junto a mí haré lo posible por no sucumbir a la muerte y esperar al final de la crueldad. Sea cuando sea.

Varias expresiones cruzan su mente: sorpresa, alegría y, finalmente, amor. Y me besa.

Y, por un segundo, siento que no necesito refugiarme en mi locura para subsistir, que sus ojos azul mar son una salvación tan buena como otra y se siente bien.

Me hace sentir feliz.

Lo cual es justo lo que merezco después de lo que sufrí. Felicidad.

—Lo haré Annie —dice entonces —. Haré lo imposible por conservarte a mi lado. Mi felicidad, mi salvación. —Y me abraza casi eufórico, al igual que yo, invadida de una euforia tan buena que podría ser un final. Mi final...

Me llamo Annie Cresta y soy la vencedora de los Septuagésimos Juegos del hambre. La loca del distrito, así me llaman, pero hace tiempo que ya no me siento así...

Hace tiempo que me siento salvada.


Fin

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Y con esta última escena de euforia entre nuestros dos amantes culminamos esta historia. Quiero agradecer a todos el apoyo brindado, los comentarios, votos y lecturas que me alegraban el día a cada capítulo publicado. Y espero que nos podamos seguir leyendo, aunque sea en otra historia ¡Hasta pronto!

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora