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Revisar y leer comentarios del otro fic me hace recordar cuan apreciable y diferente es esta chica comparada a Cynthia y, bueno, dan ganas de subir más partes así que aquí estoy con el momento cumbre :D

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Valentía.

Es lo que siento en mi interior con diecisiete años. Valentía, coraje, determinación y confianza.

Confianza en ganar los juegos.

Es lo que me hace gritar, ante todo el distrito, justo después de que Jeannie, nuestra escolta desde hace dos años, pida por voluntarias desde la tarima, esa frase:

– ¡Yo! ¡Me presento voluntaria como tu tributo!

– ¡Perfecto! – Celebra la mujer cuyo pelo es de un color que es un contraste entre amarillo chillón y rojo. Me parece algo ridículo, por alguna razón que no culmino de comprender todos los Capitolinos lo son.

Peor todavía, lo llaman moda. No sé si lo es, tampoco me importa, nada lo hace salvo la impresión que debo dar hoy, en la cosecha de los Septuagésimos Juegos del hambre.

La impresión de una auténtica ganadora.

– ¿Cómo te llamas, preciosa?–Me dice entonces, preciosa, hace tiempo que nadie me llama así, el último que lo hizo fue Finnick Odair.

–¡ Annie Cresta! –Y sonrío, feliz y altiva. El distrito entero me alabe y aplaude y yo solo puedo pensar en Denalie y Sean.

Por ellos ganaré.

Sin embargo, mi fortaleza flaquea en cuanto oigo el nombre de mi compañero de academia.

– ¡Roy Marino!– Él reacciona sorprendido, pero luego sonríe con confianza. No puedo creerlo, mi contrincante, la persona que me va acompañar a los juegos, ¿tiene que ser mi mejor amigo?

No es posible.

Alguien debería presentarse voluntario.

Pero nadie lo hace.

Y yo no puedo más que estrecharle la mano, ser firme y afrontarlo como puedo. No me gustaría matarle, no me creo capaz. Pero para eso hay veinticuatro tributos en los juegos, ¿verdad?

¿Verdad?

Cuando me llevan al edificio de justicia, para despedirme de mi familia, todavía no tengo una respuesta clara a la pregunta.



– Sabes que hiciste una locura, ¿verdad?–Me increpa mi padre, asiento – ¿Crees que puedes ganar?

– ¡Obvio!–Respondo con una sonrisa. –No me he preparado durante todos estos años para nada. Todo saldrá bien.

Todo saldrá bien.

Más que una frase, un juramento mental que me repito nada más penetrar en el tren, de camino al Capitolio.

Todo saldrá bien. Puedo con esto.

Puedo con todo.

– ¿Tenemos que ser enemigos?–Me pregunta Roy, dubitativo. Niego con la cabeza. – Sabes que solo uno puede ganar, ¿verdad?

– Pero no por ello tenemos que enfrentarnos. – Respondo, firme. – Somos profesionales, ¿recuerdas? Aliados hasta el final. – Le tiendo la mano, sonriente, y él no tarda mucho en estrecharla.

– Aliados hasta el final.–Acepta.

Y, al ver aquella brillante sonrisa en sus labios, me vuelvo a sentir confiada en ganar.

Y eso es bueno.

– Veo que os conocéis bien. Perfecto, ¿no creéis? ¡Estos juegos van a ser increíbles!–Nada más oír las palabras de nuestra escolta siento ganas de golpearla ¿En serio le parece divertido que deba ir a una arena con mi mejor amigo? Está loca.

– Sí. – Replico, fulminándola ácidamente. – Más que increíbles.

Y cierro la puerta de mi habitación de un portazo. Estoy cabreada, rabiosa y nunca he sido una experta en controlar mi furia, más bien esta me controla a mí.

– ¡Increíble! –Pronuncio cogiendo el primer objeto frágil que veo en mi habitación. – ¡Más que increíble! ¡Estoy condenada a ver a mi mejor amigo morir para ganar y a esa gente le parece divertido!

Y lo lanzo al suelo, más que enfadada. Siempre he sido una persona de emociones intensas y, en estos momentos, la furia que me recorre es simplemente explosiva.

Me hace protestar, romper cosas hasta que oigo una voz tan familiar como sensata a mis espaldas.

– Bonito espectáculo, pero sabes que eso no te ayudará a ganar, ¿verdad?

Y me volteo como si nada. Me siento bien, aplacada. Sé que hice una locura, pero igual me siento bien.

Finnick Odair todavía luce hermoso a sus diecinueve años. Pero, incluso así, no me inmuto. Soy fuerte ante él.

Un milagro. El vencedor más joven de los juegos del hambre y él más atractivo.

– Pero sí a desahogarme. – Respondo. – Lo que debo hacer para poder ganar.

Afrontar los juegos con cabeza, al igual que lo afronto a él.

Desde que se popularizó el hecho de que anda conquistando Capitolinas, desde los dieciséis años, dejé de prestarle más atención de la necesaria. De verlo como mi peculiar distracción, algo muy favorecedor.

Me permitió concentrarme en seguir entrenando hasta llegar a este momento.

– ¿Crees que vas a ganar? –Pregunta él, directo, casi desafiante. Me río.

– ¿Por qué no? – Respondo. – Soy valiente, profesional, fuerte, y letal. Cualidades indispensables para ello, ¿no?

– Y confiada. – Añade, entusiasmado. –Todavía no te puedo atisbar con la corona de vencedora en la cabeza pero sí llegando lejos si controlas ese carácter explosivo tuyo. Será suficiente por ahora. Soy Finnick, tu mentor.

– ¿Mentor? – Interrogo y él asiente. – Curioso, te veía más con Roy ¿Qué te hizo elegirme? – Él se acerca hasta casi rozarme, luego me recorre con la mirada.

– Tu carácter, preciosa. – Responde, me maldigo internamente al sentir mi rostro enrojecer. Idiota seductor, eso es lo que es ahora. – Me recuerdas a alguien. – Arqueo una ceja, ¿quién?

– ¿Q-quién?–Tartamudeo atrayendo su risa y alejamiento ¡Maldita sea! ¿Por qué tiene que ser tan guapo?

– Se supone que nombrarlo está prohibido.

Esa es su respuesta, la que me trae recuerdos. Rojo brillante, el color de aquel fuego del edificio de justicia. Y de las cuevas de los Sexagésimo Sextos Juegos del hambre, en la cuarta noche de la arena.

El color de la venganza.

Una venganza que llevó a nuestro distrito a alzarse otra vez, rebelarse, y así conseguir unos castigos más que dolorosos.

Castigos a la mínima persona que se atreviera a siquiera nombrar al chico sin miedo.

Sean Kingsley.

Y Finnick dice que le recuerdo a él.

Otro loco y, sin embargo, fue su locura la que la ayudó a vencer al Capitolio.

Una locura que envidio tanto como temo. La de desafiar las normas impuestas.

El color de la locuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora