Capítulo 20

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No supo cómo sentirse cuando el reloj, empotrado en la pared, le marcó con una aguja punzante y oxidada que eran las tres de la tarde. Mal, supuso, porque debía concluir con sus obligaciones y pensar en sus dramas, en heridas en la cara, en dolores musculares, en miedos por acecho. Patear aquellos pensamientos no lo alejaban de la realidad. Micaél podía abstraerse con lo que fuera, pero ello no lograría distraer de sus obsesiones al perverso de su ex. Tragó con fuerza y se dirigió a la salida. Ignoró los chistes estúpidos que su hermano Vicente le hizo a los malhumorados de Bautista y Federico. Para amargado y deprimido ya estaba él. Respirar en aquel ambiente comenzaba a tornarse pesado. También reflexionó Milo que debía dejar de hacerse el idiota y al menos sincerarse consigo mismo. No solo se hallaba deprimido por concluir su jornada y volver a pensar en sus desgracias, sino por dejar lo único que lo distraía. Lo alejaba de sus problemas para hacerlo sentir bien. Ruborizado, quizás. Duro, podía ser.

David se hallaba a unos pocos pasos por detrás de él. Y Milo solo podía pensar que se había excedido aquella mañana. En consecuencia, el pibe del sindicato, todo el día se mostró esquivo y más tímido que nunca. Justo cuando necesitaba llevarse bien con alguien, el mellizo se tomó todas las atribuciones del mundo con un tipo que siquiera era de su palo. "No puedo sacarte y no sé por qué". Las palabras acaloradas y calientes del castaño flotaron en su cabeza para darle cosquillas y vértigo en partes que no estaba bueno cuando había tanta gente por todos lados. Aquella frase de David le significó que podía excederse un poco. Solo un poco pero tampoco para gemirle de semejante manera en la cara como lo había hecho esa mañana. Se recordó desbordado y excitado balanceándose contra, lo que sintió, la pija tan grande e imponente del boludo de David. Con su propia voz ronca y agitada en los pobres y aturdidos oídos del chico.

Caminó y no quiso mirar a nadie. Deseaba inmolarse de aquel sitio y materializarse, otra vez, en su casa. O quedarse, pero en la misma situación que se encontró en horas tempranas de aquella jornada. No, no podía pensar eso. No podía. Por Dios, se trataba del bobo de David. Que era un idiota, que jugaba bien, que significaba todos los problemas cuando de balompié se trataba. Qué quizás le resultaba todos los dilemas del mundo también en otras cuestiones. Que era bueno. Que le gustaban las chicas, pensó aquello último y apuró sus pasos. Pero los frenó en seco. A la salida de aquel club. Al otro lado de la calle. A unos pocos metros de dónde Micaél se hallaba, todos sus miedos se encontraban enfrascados en una sola persona.

Rodrigo con su figura grande e imponente lo esperaba en la vereda del frente. Quizás era toda la violencia que le representaba el tipo. Los puños que bien conocían su cara. Que en otros tiempos le proporcionaron caricias. Quizás los insultos que siempre le soltaba, le gritaba, le escupía, quién una vez fue su novio. Quizás por el horror que personificaba Rodrigo que Micaél se tornaba el tipo más vulnerable, débil y frágil. Se giró y agradeció que aquel joven no lo había visto. Desesperado buscó a Agustín y cuando lo encontró se sintió un poco más tranquilo. Ojalá que afuera reviente el tiempo. Que una tormenta vuele todo. Que el agua hiciera mierda las calles. Que el tiempo de porquería se tornase a su favor para nunca salir de ahí. Era en lo único que podía pensar.

—¿Che profe puedo ayudar al turno tarde? —preguntó Milo a Agustín que se hallaba poniendo cartones a una ventana rota para tapar el frío y la humedad del exterior.

—Obvio que podés —contestó alegre el docente, pero apenas razonar las palabras del chico su ceño se frunció extrañado —De todos modos, mañana hacés las horas que te corresponden. No vas a sacar ventajas por quedarte después de hora. Mirá que ya los voy conociendo tanto a vos como a tu hermano. Y apenas se me haga más fácil reconocerlos se terminaron las tomadas de pelo —comenzó con su sermón sin mirar el rostro despectivo y que empezaba a tornarse cansado del mellizo —Ustedes se piensan que yo...

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