Capítulo 3

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David observó cansado la lluvia. No recordaba cuando fue la última vez que había visto el sol. Sin embargo, sabía que no debía pensar aquello con tal dramatismo, ya que se encontraba en un momento del año donde las precipitaciones eran algo acostumbrado. Pero ello no hizo que su malestar, por los días húmedos, desapareciera. Todo lo contrario, continuó con sus ojos grandes y expresivos clavados en la ventana que contemplaban el panorama oscuro y mojado.

Suspiró cansado para luego concentrar su atención en el agua oxigenada, las gazas y el frasco de povidona que debía utilizar para higienizar su brazo. Aquello se trataba de una actividad que debió realizar todos los días desde aquel accidente en el partido con los Esgrimas. Desde ese maldito momento solo había transcurrido una semana. Una semana en donde todavía la indignación y la angustia no se habían ido. Luego de limpiar su brazo y dejarlo en un estado más decente tomó el diario por milésima vez y leyó aquellas palabras que le brindaban un gusto amargo y satisfactorio a la vez.

Tras las intensas lluvias el Club Deportivo Esgrima quedó bajo el agua

Como efecto de la Corriente del Niño, el río en el día de ayer alcanzó los siete metros. Con esta cifra más de la mitad de la ciudad se encuentra afectada por las inundaciones. Sin embargo, esta vez el club Deportivo Esgrima, se convirtió en una de las instalaciones más perjudicada por dicho fenómeno. El director del club declaró que por el momento todas las actividades del centenario establecimiento quedan suspendidas de forma indeterminada hasta nuevo aviso.

Allí radicaba el karma, pensó David y aquel pequeño regocijo no provocó que se sintiera mejor. Pensó en la posibilidad de ver a su propio club bajo el agua y sintió su pecho comprimirse. Más allá del odio evidente que sentía por la institución de sus antagonistas de siempre, no podía negar que aquello no se trataba de una buena noticia. Sin embargo, en su interior sentía que esos imbéciles se lo merecían. No por haberles ganado. Él sabía y de sobra que esos tarados habían jugado bien, pero si los maldecía por las trampas, por los golpes, los pellizcones y por el clavo en su brazo. Suspiró agotado y se sintió triste y aburrido en un día sábado, a la noche y con esa lluvia molesta que no se iba y que entorpecía todo.

—Se terminó —dijo la voz de Federico que irrumpió no solo en la cocina de David, sino que quebró el silencio en el que aquel joven se encontraba.

—¿Se terminó qué, bobo? —preguntó David, tan habituado a tales apariciones. Apenas si le dirigió una mirada a su amigo que se hallaba en la puerta de su cocina, con una camiseta polo azul, unos jeans oscuros y sus acostumbrados lentes de nerd. Accesorio que usaba siempre y cuando no saliera a bailar o se encontrara por hacer algún deporte.

—Eso de que estés acá sin hacer nada, me deprimís mal —comentó Federico con sus indiferentes ojos grises observando con repugnancia el brazo, todavía hinchado y algo naranja por la povidona, de su amigo.

—Estoy con antibióticos Fede. Me duele mucho esta mierda todavía, no me rompas las pelotas —se quejó David y levantó apenas su codo para enseñar algo que era evidente —¿Decime qué querés que haga?

—Hay una peña universitaria cerca de acá. Llamalo a Camilo o alguno de los chicos y nos vamos —dijo Fede reposado en su propio hombro y cadera contra la heladera de su amigo.

—No Fede, no quiero y no puedo. En realidad, vos tampoco podés —dijo David y sonrió al rostro serio y estático de su amigo —¿Mañana vos no pensás entrenar? —preguntó, pero apenas formular aquella cuestión se sitió un imbécil.

—¿Vos sos boludo o te hacés? Si sabés que no puedo —refutó Fede. Molesto recordó la suspensión que el árbitro le dio durante un mes por pegarle al pelotudo ese. Treinta días donde no podía entrenar dentro de la institución, ni participar en ningún campeonato por otros tres meses.

7 Días para conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora