Capítulo 6

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"19 días sin ver el sol", fueron las palabras que leyó, con el ceño fruncido, David y pensó que ese diario sobrepasaba los límites del sensacionalismo. Era cierto que hacía casi tres semanas que aquel cuerpo luminoso no se asomaba por toda la región, pero no le parecía titular el hecho de semejante forma. Suspiró indignado y observó su teléfono para asegurarse que todavía disponía de una hora para luego marcharse a su escuela. Agradecía asistir por la tarde porque con aquel panorama lluvioso, húmedo y algo frío, las mañanas le resultaban lo más cercano al infierno.

—Sin mentirte David, en el año 59 llovió tanto que nuestra casa se destruyó entera —relató mientras tanto su abuelo en un tono más exagerado y dramático que el mismísimo diario que el chico se encontraba leyendo de forma digital. David almorzaba sin muchos ánimos, entretanto su abuelo armaba uno de sus numerosos monólogos descabellados e imposibles —Toda la ciudad abajo del agua, los autos, las casas, hasta los perros ¿Lo podés creer? —se exasperó el anciano hombre con su voz tomada por los años y acuchillando con sus ojos negros, los distraídos de su nieto.

—Che abuelo me parece que estás exagerando —dijo David y sonrió ante las expresiones indignadas del hombre.

—¡Cómo podés decirme eso! Esto pasa porque ustedes, los jóvenes de hoy en día, se creen que esta lluviecita es la gran cosa. Tormentas eran las de mi época nene —se indignó el hombre mientras continuaba almorzando. En aquel momento solo se hallaban los dos en la casa de David, ya que sus viejos trabajaban, Manuel asistía al colegio por las mañanas y Josefina se encontraba entretenida jugando en su pieza.

—Bueno puede ser que tengas razón —habló el chico con una sonrisa vencida y divertida en el rostro. Nada obtenía en contradecir a su abuelo. El hombre siempre disponía de la verdad al momento de relatar sus historias desproporcionadas e inverosímiles. David sabía que algunas de ellas eran ciertas, pero se encontraban contaminadas por la vieja memoria de Roberto, los matices, contradicciones y exageraciones que al hombre le fascinaba agregar.

—¡Pero más vale que sí! —le aseguró el hombre contento por el asentimiento de su nieto. Sin embargo, luego lo notó ensimismado en aquel teléfono de porquería que lo sacaba del mundo entero, al parecer de Roberto. No podía entender que tan divertida podía resultar esa cosa y de la forma en que lo abstraía de su entorno. ¿A caso sus relatos no eran más divertidos que ese chiflido de pájaro que a cada tanto soltaba el artefacto? ¿O cómo era posible que David si quiera escuchara los ruidos de la puerta? —David, David ¡Che David! —insistió Roberto.

— Ay Abuelo ¿Qué? ¡Ya te dije que tenés razón! —se exasperó David quitando sus ojos finalmente de su celular. Revisaba cada foto del boliche al que había asistido el fin de semana. Imploraba porque aquel lugar no subiera el terrible momento que él y Micaél habían protagonizado. Para su suerte nada.

—¡Nene la puerta! —lo alertó Roberto.

—¿Quién es? —gritó David desde su cocina, muy lejos de pretender incorporarse y abrir la puerta como una persona común y corriente.

— Federico ¡Abrime pajero! —le gritó desde el otro lado su amigo y David se levantó de la silla de mala gana.

—¿Así se hablan los chicos de ahora? —preguntó su abuelo alarmado y con sus grandes ojos bien abiertos y concentrados en la puerta. Aquella expresión a David le pareció tierna, sonrió y le dio un sonoro beso en la frente al hombre que pareció apaciguar sus gestos, antes de incorporarse finalmente y abrirle la puerta al desgraciado de Fede.

—¿No te parece demasiado temprano para empezar a romper las pelotas? —soltó David ofendido y dolido con Federico por su abandono en aquella noche donde salieron. No se olvidaba que por culpa de Milo tuvo que concluir su salida mucho antes que el resto y que su amigo, tan traidor como siempre, optó por quedarse en el boliche y dejarlo solo.

7 Días para conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora