Capítulo 45

9.4K 636 618
                                    

La juntada familiar se terminó antes de lo previsto pero justo como el abuelo y todos los augurios por mal tiempo lo habían anunciado, la lluvia se desplomó con fuerza y no distinguió ni caballetes, ni los platos vacíos, ni las cartas esparcida por la mesa. Igual y no faltaron manos para juntar lo expuesto en menos de un minuto y guarecerse un rato dentro de la casa de los García. A Micaél lo sobrecogió la idea de que en nada debían volver al departamento de la tía Leticia y con ello a todos sus horrores. La realidad solo lo animaba un poco porque sabía que David iba a pasar la noche con él. Nunca hubiera imaginado que aquella familia le proporcionaría sin saberlo tanto refugio.

Todo ello pensaba mientras lavaba una tanda larga de platos y ollas, desentendiéndose de las negativas de la madre de David para que se dejara de joder con eso, que después lo limpiaba ella, que por favor si él era uno de los invitados. Sin embargo, tal y como Micaél sabía sacarse de encima a su tía, lo mismo hizo con Graciela y la mujer le sonrió un poco abochornada, pero encantada. Vicente había reanudado la partida de truco, aunque esta vez enfrentado al abuelo Roberto y en un mano a mano. Por otro lado, Luz ayudaba a Carlos y a David a desarmar aquella mesa de madera larga e improvisada y un poco que se sorprendieron por la fuerza de la piba. En tanto que Manuel y Josefina ya se habían ido a dormir muertos de aburrimiento y de sueño.

—Tenés carita triste, corazón... —se animó a soltarle Graciela a aquel pibito que recién conocía pero que se mostraba tan respetuoso y ubicado que le inspiró aquellas ganas por tocar un tema.

—No, no... es que hoy hice muchas cosas y estoy un poco cansado —mintió Milo y se rio apenas para tranquilizar a la señora.

—Ah sí como no. Me hacés acordar a David cuando se cree que me puede mentir a mí, che...

—Bueno puede ser que esté con un par de problemas —dijo y volvió a componer una sonrisa forzada que le hizo doler los moretones de la cara.

—Vas a ver que con el tiempo todo se soluciona, querido. Hay que tener paciencia y ser positivos no más, qué le vamos a hacer...

—Pasa que no son digamos problemas comunes y corrientes. Trato de ponerle la mejor onda que me sale, pero... a veces se me complica... —contó apenas y se mordió con fuerza los labios hasta hacerlos desaparecer. De alguna manera tenía que desenredar ese nudo en la garganta —Perdóneme que le cuente esto. Nada que ver que me desahogue así, pero estos últimos días con mi hermano nos sentimos de cierta forma solos y desorientados...

—Corazón... —dijo Graciela apretándole con fuerza el hombro, y secando vasos y platos para concentrar su atención en otra parte que no fuera la cara angustiada de esa criatura —Todos en algún momento nos sentimos así.

—Mire yo ahora no tengo muchas ganas de hablar de esto, pero...

—A ver... Cuando yo quedé embarazada de David uf... no sabés la que se me armó. Eran otras épocas, otras generaciones y costumbres. Además, yo era la hija menor de seis hermanos. Mis viejos me quisieron matar... —comenzó a contarle porque bien sabía cuales eran los pesares de aquel nene. David se lo había comentado solo a ella para pedirle que lo ayudara a hacerlo pasar un buen rato a él y a su mellizo. Aquella desgracia la inspiró a compartirle la anécdota —Con mi marido éramos unos pibitos. Teníamos los dos diecisiete años... Uy mirá de solo acordarme me erizo toda... —se rio para mostrarle los brazos con la piel de gallina como cada vez que contaba algo que la emocionaba por demás —Beto siempre fue muy chapado a la antigua. Pobrecito mi viejo, pero qué jodido que era... Ahora está hecho una seda...

—La retaron un montón me imagino... —dijo Milo mirando de refilón al hombre que jugaba a las risas y a los gritos con su hermano.

—No solo eso... Me acuerdo que él y mi mamá me prepararon un bolso con todas mis cosas y me dijeron que, así como había tenido los ovarios suficientes para hacer esa "jodita" con Carlos, tenía de sobra para hacer mi vida de puta en donde se me cante. Con esas palabras... Así que agarré las pocas cosas que tenía y con un embarazo de cuatro meses me fui a vivir a la casa de la familia de mi marido. Teníamos diecisiete años, qué podíamos saber nosotros de la vida y con un pibe a cuestas. Fue una locura... Además, que en esa época pensar en una interrupción de embarazo era todavía más tabú de lo que es ahora. Pero así mismo y todo y con nuestras necesidades acá estamos.

7 Días para conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora