Capítulo 24

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Milo no fue consciente de cuanto lo atraía David hasta ese preciso instante. A duras penas logró admitir que le parecía lindo luego de conocerlo un poco más. Cuando se vio presa de los buenos modos del pibe, de su dulzura permanente, de su inocencia de siempre, de su belleza tranquila y apacible. De esa vez que encontró algo extraño en los ojos chocolates del tipo. Tan oscuros como no lo era su aura. Transparente o colorida, o cualquier cosa que a Micaél le brindara paz. Pero ahora que disponía de los brazos grandes y plagados de músculos del chico abrazados a su anatomía, notó dentro de sí que necesitaba más y que poco tenía que ver lo que últimamente lo calentaba el tipo. Sino que se trataba de un anhelo que iba más allá. Se prendió fuego. Sí, aquello era un hecho. Su piel le hervía, su verga se hacía evidente entre aquellos pantalones de algodón que no le oprimían nada, su respiración se hallaba agitada. Pero no lo provocó el hecho que un hombre lo estuviera besando de aquella manera. Lo desequilibró el contexto. David. David él de las reticencias blandas. David, él de los hombres no. David él que se dejaba robar. David que no le regalaba ni uno. David que ahora sí. Y cómo.

Micaél deslizó sus manos por el pecho del chico y las descansó en su recoveco cómodo. Anudó sus dedos en la nuca del delantero y se apretó ahí con fuerza. Notó los pequeños labios de David estirarse en un amague de risa. Le resultó tan lindo sentir ese gesto a tal punto que una timidez extraña se apoderó de su persona y le acaloró los cachetes. Las manos de David descendiendo apenas hasta tomar sus caderas no le ayudaron en nada. El tipo le destrozó los sentidos y lo dejó un poco endeble. Bien que después se quejaba cuando sus propios besos se le iban de las manos, pero el comerciante no le hacía las cosas fáciles. Y mientras él se dejaba llevar, pero conteniéndose para no mandar aquel beso tranquilo al carajo, David le borraba dramas serios. Para cambiarle dilemas por hormonas revueltas. Los labios del chico que recorrieron con calma y apenas húmedos los de Milo, le mandaron las obsesiones de Rodrigo a un lugar que carecía de direcciones. Lo sacaron al padre y las infinitas novias imaginarias de Micaél de la cabeza del chico, haciéndolo volar. No pensó ni en closets, ni en relaciones toxicas, ni en retos de maestros histéricos. Cerró sus cajones de quilombos por un rato y tiró al carajo la llave que abría todas esas miserias.

David sintió como los labios del mellizo se abrieron apenas para sacar la lengua y acariciar así su labio inferior. Lo recorrió tranzando caminos horizontales que se tornaban reiterativos para hacerse lugar en la boca del comerciante. Y lo hizo. David sintió la humedad de Micaél y sus lenguas descontroladas. Peleándose por quién invadía más, por quién colmaba más, por quién robaba más aire en el otro. Los dientes del gemelo mordieron con fuerza la boca del chico y se rió con gracia y tan petulante como siempre cuando este siseó un poco por dolor. Tal hazaña le costó sentir su espalda retratarse con fuerza contra la pared y un David agazapado sobre su cuerpo hundiéndole la lengua en lo más profundo de su boca, atragantándole suspiros, impidiéndole soltar gemidos, robándole el aire que a duras penas lograba obtener entre tantos besos. Micaél se dejó devorar con aquella violencia porque solo allí fue capaz de notar las mismas contenciones que padecía él todos los días, pero en el bueno de David. Y también porque lo calentaba de una manera inexplicable aquel beso áspero, desesperado, agitado y que comenzaba a hincharle los labios.

Soltó su propia mano, tan prendida en el cuello de David, para arrastrarla por el pecho del chico. Que se hallaba tan agitado, de pulso apurado y caliente. Bendito era cada minuto de entrenamiento para el cuerpo de aquel tipo, pensó Micaél mientras sus dedos contorneaban los pectorales y los abdominales del chico. Qué bien le hacían. Qué bueno que estaba. Llevó su mano hasta la abultada entrepierna de David y gimió contra los labios del pibe al ser consciente de su inmensidad. Era tal y como se la había imaginado. Incluso más. Le gustó apretar aquella verga enorme, acalorada y sofocada entre prendas con sus dedos. Sentirla latir, endurecerse más. Tocarlo así tan indirecto le perturbó la existencia, pero también aumentó sus calores y su excitación. Sin embargo, su ansiedad podía más y por ello intentó escurrir su mano para sentir aquella piel que a través del tacto le prometía tanto y le sugería lo mucho que iba a poder acariciar mientras no llegara nadie ni los interrumpiera algún desgraciado. Pero la mano de David lo detuvo, aunque lejos estuvo de frenar una queja de Milo que supo filtrarse en entre los labios de ambos.

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