Capítulo 32

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Bautista solo supo que su consciencia se había apagado. No la sintió en ningún recoveco de la mente. En tanto por la cabeza de Federico divagaba la culpa de besar a un tipo hétero, que pasado unos cuantos minutos lo iba a separar de un empujón, le cantaría las mil y una. En el peor de los casos gritaría en voz alta que lo había obligado. Despotricando sobre maricones degenerados y tanta cosa que a un mundo entero le gustaba y le era cómodo pensar. Sin embargo, en ese momento Federico no pudo truncar su torrente de desgracias. A las que veía próximas. A la vuelta de la esquina. Se jactó de predecir el futuro y era que el pasado así se lo había indicado.

El defensor intentó pensar de manera lógica, fría y coherente. Se creyó optimista. Trató de convencerse que si lo apartaba iba a lograr desaparecer todas sus dudas. Las que tenía por el chico, las que comenzaban a tomar forma sobre su sexualidad. Pero no quiso pensar más porque no podía creer que se hallaba besando a Federico. Al tipo que se robaba toda su coherencia. Al ser inmundo que le hacía mierda su filtro entre cerebro y boca. Ese que provocaba un corto circuito en su intimidad y lo llevaba a largar su inconsciencia en el lenguaje. Que ya fue, se dijo a los gritos solo para sí. Para qué dejar de hacer eso. Para qué dejar de besarlo si lo que menos quería era justamente aquello.

Los labios de Bautista eran pequeños, finos, tan delgados, pero demasiado rojos para un tipo, pensó Federico mientras lo besaba sin pausa ni pudor en el medio de la calle. Aunque los refugiaba aquella casa deteriorada y abandonada. También la lluvia que se desplomaba con fuerza en el pavimento. Aquellos dos factores de soledad por tiempo y exceso de ruido por lo mismo lo animaron a tanta cosa. Federico lo sabía sino jamás se hubiera animado a besarlo así. Inclinó más su cabeza para poder indagar en aquel beso a su completo antojo. Sin embargo, sintió que aquella posición no se lo permitía. Por eso llevó su mano hasta el brazo de Bauti y tiró de este para lograr que el chico se sentara en su mismo escalón. Tampoco le bastó y hasta no tenerlo encima de sus piernas no se sintió a completo gusto.

—Esperá... —dijo Bautista separándose un poco de los labios resbaladizos del arquero —Mirá que peso un montón... —se preocupó, sin embargo, la risa estúpida, armónica y baja del imbécil ese logró que se le pasara la alarma.

—Pesamos lo mismo, boludo —lo cortó Federico acercándose otra vez a la cara crispada de Bautista —Y de todos modos, ahora, mucho que no me importa —murmuró al perfil acalorado y más rojo de lo habitual del pibe Tomó su labio inferior con los suyos carnosos y se llevó así todas las estupideces de siempre del tipo.

Bautista supo con ese beso que aquello iba más allá que un par de enfrentamientos vistosos con el chabón que arrebató su mente. También comprendió que con esa intervención había olvidado que eran dos hombres. Que Federico también medía una barbaridad como él, que pesaban lo mismo, que sus cuerpos eran similares. Que lo que él tenía entre las piernas no se diferenciaba mucho a lo suyo. Por un momento había olvidado el horror del principio. Y se dejó llevar por los besos que ansiaba con otra persona. Otro hombre. Le latió muy fuerte el corazón cuando pensó eso. Pero no se sobrecogió. Sino que tomó con fuerza los pelos cortos de Federico, abrió mucho su boca pequeña y se comió cuanto pudo de aquellos labios en forma de corazón.

Sí, esos mismos que miraba siempre de lejos. De lejos como Federico se los mordía mientras se indignaba por la nada misma que hacía Vicente o Gonzalo. Y él por su parte aprovechaba aquella distracción para mirarlo a pocos metros de distancia. Ahora que notaba la presencia cercana y atenta de Federico a su persona no se podía contener. Sintió la lengua del chico menearse contra la suya y apretó con más fuerza sus manos en la cara del rubio, al punto de torcerle los lentes. Chasqueó molesto su lengua antes que Fede se quitara de un manotazo apurado los anteojos. También a él le molestaban. También a él le urgía besar al tipo como ambos se lo merecían por tanto histeriqueo inhumano. Capaz que así Federico se sacaba esa sensación preocupante que comenzaba a aglomerarse en su costado, cada vez que besaba al bobo de Bautista.

7 Días para conocerteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora