—¡Digan wisky!
Una sonrisa apareció en el rostro de toda la familia ante el flash de la fotografía que los encandiló un momento para poder captar con intachable definición la imagen que quedaría para siempre en sus recuerdos.
Elle cumplía ese día sus dieciséis años. Con un vestido rosa pastel y su cabello recogido en un moño que su tía le adecuó de la mejor manera para que luciera más hermosa de lo que era, se encontraba en medio del grupo, esbozando una amplia y amistosa sonrisa que a leguas denotaba la emoción que la colmaba ese día. Lo había esperado con muchas ansias desde su último cumpleaños, como todos sus otros cumpleaños.
Se alejó del grupo que se ubicaba tras la mesa para acercarse a la torre de paquetes situados un tanto más lejos, reservado sólo para ella. Con la emoción de una chiquilla que hacía mucho tiempo había dejado de ser, Elle llegó y poco a poco comenzó a descubrir los numerosos regalos que sus amigos y familiares le habían dado ese día. Pronto se le sumaron los otros primos más jóvenes de la familia y tras ellos se aproximaron los demás para contemplar como la que cumplía años se emocionaba ante los obsequios.
—¡Anda, un diario! Muchas gracias, tía Rita —sonrió volviéndose hacia la nombrada.
—Un placer, cariño —replicó ésta una vez que apartó la pipa de su boca y liberó de entre sus labios una nube de humo gris.
Rápidamente Elle volvió a sumergirse en la actividad de abrir sus obsequios, topándose caja tras caja con algo que la sorprendía de grata manera. Continuó de esa manera hasta que llegó el regalo favorito: el de su querido abuelo. Se puso de pie y se aproximó, se trataba de la caja más grande hasta el momento. Dio algunas vueltas a su alrededor, como queriendo adivinar de qué se trataba, hasta que la curiosidad no pudo contenerse dentro de ella y finalmente abrió la caja que resguardaba el inmenso oso de peluche color café.
Un grito de emoción al verlo y dejó todo a un lado para correr a su abuelo y abrazarlo, agradeciéndole por el regalo que hubiese querido desde hacía un par de años.
—¡Gracias, abuelito! —sonrió la adolescente.
—¡Te lo mereces! —replicó alegre el anciano correspondiendo al gesto.
—Es increíble que te emociones por un simple oso, Elle —opinó con un deje cargante en la voz la que sería su prima Jane.
—Venga, Jane, no seas así —intervino Ginger. Junto a su marido Allan y cargando a Anny, su única y pequeña hija de casi tres años en brazos, miró a su deuda y alzó una ceja antes de añadir—: Es lo que a Elle le gusta. Deberías alegrarte por ella.
Jane sólo rodó sus ojos y soltó un suspiro un tanto resignado hacia el pensamiento de Ginger que, de alguna forma, coincidía con el de los demás sin siquiera tener que abrir sus bocas para expresarlo.
Una vez que Elle se apartó de su abuelo, todos se dirigieron a la sala para continuar con la festividad. Entre risas y sonrisas que en muchas ocasiones fueron fingidas y esforzadas, se alimentaba esa imagen de familia casi perfecta que en más de una ocasión convenció a la prensa. Esa faceta de la sociedad que buscaba a toda costa algún error, una pequeña falla de la que hacerse para arruinarles la vida y la tranquilidad a personas supuestamente prestigiosas como ellos. Pero la prensa sólo podían transmitirle al mundo empresarial y de negocios lo evidente: una familia unida y resistente a las pruebas presentadas día a día.
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Espuria Al Mando
Acción-Ningún villano tiene un final feliz. -Yo podría ser la excepción -aseguré sonriente.