Capítulo 12: "Nadie se esperaba algo como eso"

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El tan anhelado día llegó. Todos trataron de verse lo más presentables posibles, usando las ropas que mejor combinaban con la ambición y el luto.

En la sala se ubicó la familia fiel y segura ante lo que, a lo mejor, hubiera especificado Frederick antes de morir. Si bien suponían las palabras que estuvieran especificadas en aquel papel que tanto los mortificaba desde que tuvieron conocimiento de su existencia, querían creer que, en el último momento, el viejo quiso cambiar algunas cosas para darles una sorpresa, como la última buena broma que hubiera hecho. Sin embargo, en sus rostros, la desdicha producto de la reciente pérdida opacaba demasiado bien la ansiedad que generaba la codicia de querer averiguar qué habían heredado.

También arribó al lugar Jodie. Como un lunar negruzco en medio de una piel blanca inmaculada, así era su apariencia. No contaba con trajes costosos o ropas de última moda. Lo que llevaba encima, eso usó. Era así de simple. No obstante, se sentía un poco intimidada por la situación que se vivía, en especial luego de ver los rostros sutilmente coléricos de los presentes que como si quisieran amedrentarla no dejaban de mirarla en ningún momento.

Aclaró su garganta y caminó tras haberle dado una ojeada a Hank y a Sylvia que con la mirada le dieron su apoyo moral. Ellos no podían estar presentes, era un tema que le incumbía sólo a la familia. Si bien Hank era alguien de confianza, la mano derecha de Frederick durante toda su vida, en ese momento sólo era un mayordomo más y debía reconocer dónde se encontraba su lugar.

Con las manos dentro de sus bolsillos, caminó a pasos fingidamente seguros hacia el interior de la sala sin permitirse inmutar por las miradas amenazantes de los presentes. Finalmente se ubicó en uno de los sofás, obligatoriamente al lado de los primos adolescentes. Fue incómodo, hasta para alguien como ella, tener que compartir el mismo espacio con las personas que deseaban alejarla lo más posible; pero no había otra manera. A un lado de Elle, se relajó en el asiento mirando al frente sin querer hacer contacto visual con nadie. Tenía claros sus movimientos: le dicen cuánto dinero tiene y se larga. Así de simple. Nadie podía decirle lo contrario, a fin de cuentas era su dinero.

—Oh, usted debe ser Jodie Sullivan —saludó el escribano una vez que llegó y observó entre los rostros conocidos el que desentonaba—. ¿Qué tal fue su viaje?

—Méh, normal —desacreditó importancia Jodie estrechando la mano del profesional que le saludaba. Éste sonrió y finalmente se dispuso a principiar con la lectura del testamento.

La familia, un tanto tranquila al haber llegado el momento tan deseado, borró toda clase de sonrisa al oír la primera frase del papel: "El primer deseo sentenciado es que mi fiel amigo Hank esté presente el día en el que se lea mis últimas palabras conocidas". Bueno, sólo dejaron de sonreír los mayores que, seguros, daban por sentado que ese sería uno de los únicos momentos en los que Hank no intervendría.

Allí salieron a buscarlo, por fortuna estaba cerca. Así fue como lo trajeron, un tanto desconcertado por la orden que había recibido por parte de Matt, el encargado de encontrarlo. Ingresó con respeto y se ubicó a un lado de Carl Brown, de pie y con las manos en su espalda, como ya era habitual. En silencio dio una ojeada a los presentes que, una vez más, lo ignoraban. Todos menos Jodie. Ella esperaba un tanto ansiosa a que comenzara para poder pintárselas cuanto antes.

Al cabo de algunos minutos Mr. Brown comenzó la pseudoceremonia, con las formalidades correspondientes a su trabajo y a situaciones como la que actualmente atravesaba.

«Mediante el documento presente, yo, Frederick Harold Rosenzweig Wolff, a la edad de ochenta y siete años, hago constar la futura repartición de mis bienes tras mi deceso...» —comenzó a leer el escribano.

Espuria Al MandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora