A la tarde, William citó a sus hijos mayores a su oficina tras la jornada laboral. Kayden llegó por último y, pese a no tener un trabajo estable que justificara su tardanza, ingresó a la oficina de su padre con la mayor de las tranquilidades. La sorpresa que se llevó fue grande cuando notó que no sólo él y su hermana estaban allí, sino que también estaba Matt. Con una mueca de disgusto, ingresó y soltó un resoplo. Tenía que convivir con ellos todos los días, no los saludaría de nuevo. Mucho menos cuando su padre había tenido el descaro de citarlos como "hermanos". Matt no era su hermano, y jamás lo sería.
—¿No sabes pedir permiso? —preguntó Will. Con sus codos apoyados sobre el escritorio de madera maciza, observó a su hijo por encima de sus manos juntas frente al mentón.
—Pensé que habías invitado sólo a TUS HIJOS. Los reales. No los que querías tener —escupió con amargura. Se dirigió al estante de bebidas y abrió una botella de cristal para volcar en un vaso del mismo material un poco de whisky.
—Kayden, no seas así —pidió su hermana—. Matt vino porque papá también quería hablar con él. Y ya que estamos los tres, qué mejor que aprovechar.
—Es cierto, había olvidado lo complicado que es juntar a ésta familia —comentó irónico.
—¿De qué querías hablar, tío? —preguntó Matt, ignorando por completo los comentarios ofensivos de su primo. Kayden apretó las mandíbulas e hizo fondo blanco de un momento a otro. No tenía paciencia con él y dudaba tenerla algún día.
William optó por ignorarlos y continuar. Se relajó en el asiento y suspiró antes de dirigir sus ojos hacia la parte superior del escritorio. Si bien aún no había nada especificado, tenía que utilizar su comodín favorito: la manipulación. Sabía que el respeto y el miedo que generaba en los demás podían, en algunas ocasiones (para no decir siempre), permitirle hacerse de los resultados más convenientes para alcanzar sus metas. Y esa no sería una excepción.
Como en un juego de ajedrez en el que se debe mover las fichas de la manera adecuada para obtener un jaque mate, o como en un juego de mahjong en el que se debe anticipar los movimientos del rival, en su día a día, en todos los aspectos de su vida, ejecutaba esas maniobras mentales para alcanzar obtener los más valiosos resultados. Inclusive de lo peor se podía sacar ventaja si se sabía mover bien las piezas. Y si sus hijos y su sobrino lo eran, no dudaría en usarlos también pese a saber que el más difícil de convencer sería Kayden. Sin embargo, también sabía cómo usar eso a su favor. Estaba consciente que era el más manejable dada su personalidad tan predecible: sabía que todo lo que le ordenara que no hiciera, lo terminaría haciendo sólo para llevarle la contra. Era tan así que logró aliar la fortuna de su familia con la de la joven Amanda Leonhart, pese a que Reinhald, el padre de ésta, no toleraba a William. Sin importar el título de "enemigos públicos", logró hacerse de más poderío al conseguir que su hijo mayor se comprometiera con la menor de dos hijos del legado Leonhart. Amén de todos esos beneficios, consiguió tener aún más cerca a su enemigo y poder estar al corriente de sus actividades.
Una maravillosa jugada, si se lo preguntaban. Lo malo recayó sobre su hijo, que se enlazó a una relación sin amor en la que tendría que convivir con alguien que no amaba y tendría, en un futuro próximo, que casarse próximamente con una joven a la que jamás iba a querer como se merecía. No todos salían ganando, pero por lo menos William no salía perdiendo.
—Hoy en la mañana el escribano de vuestro abuelo vino a la casa —explicó Will—. Modificó el testamento.
—¿Cómo lo sabes? —preguntó Ginger un tanto sorprendida ante la noticia que recibía.
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Espuria Al Mando
Aksi-Ningún villano tiene un final feliz. -Yo podría ser la excepción -aseguré sonriente.