Capítulo 6: "Los chantajes no son buenos, Mr. William"

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La noche que Hank eligió para viajar era tormentosa. En el horizonte, un cumulo de nubes se movía lentamente entre relámpagos y ruidos estrepitosos que, en la lejanía, no se oían tan magníficos como lo eran realmente. Aprovechó el silencio de la noche para bajar con sus maletas: un equipaje ligero pero necesario, sin llevar demasiadas cosas que de nada le serían útiles. Iba con una idea clara y necesitaba evitarse demasiadas cargas que podrían ser contraproducentes.

No había olvidado la charla que esa mañana había mantenido con William. Éste lo citó a su oficina y así lo hizo, se dirigió al despacho del susodicho e ingresó tras haber conseguido la permisión correspondiente para acceder. Se asomó y luego ingresó completamente, cerrando la puerta a sus espaldas. A pasos seguros se acercó hacia el escritorio, donde se detuvo y llevó sus manos a la espalda. Podía suponer lo que Will le pediría, o más bien el tema que deseaba tocar, pero no quería apresurarse a realizar conjeturas precipitadas; por ende, como lo hacía todo el tiempo, aparentó que no sabía nada y tampoco diría nada que pudiese comprometer las decisiones de su siempre amigo Frederick.

—¿Me mandó llamar, Mr. William?—preguntó Hank.

—Sí, Hank, toma asiento —permitió Will mientras ordenaba unos papeles sobre la mesa, los apartó a un lado y lo miró.

—Oh, como guste —dijo y se sentó—. ¿De qué deseaba hablar conmigo?

A pesar del tiempo que William se tomó para ordenar sus pensamientos, Hank se mantuvo con esa paciencia que siempre lo caracterizaba, con un rostro que, pareciera, siempre esperaba por el momento de la siesta para descansar... de nuevo. Si bien Hank no era una persona floja (sino todo lo contrario), su rostro pareciera pedir a gritos un momento de descanso todo el tiempo. Sus párpados casi caídos y unas pupilas calmosas que transmitían el mayor de los sosiegos en tan sólo un mirar eran rasgos que lo caracterizaban y lo convertían en una persona de suma confianza. No porque él mismo lo dijera, sino porque eso generaba: confianza.

Finalmente y tras algunos minutos, William apoyó sus codos sobre el escritorio y lo miró.

—¿Cuándo piensas ir por el hijo de Peter? —preguntó.

—Oh, ¿se refiere al heredero? —inquirió a modo de burla camuflada. Un destello de molestia apareció en los ojos de William que se tragó una maldición tras apretar sus mandíbulas—. Pues... Pensaba viajar en estos días. He reservado un viaje para mañana por la tarde. Si todo sale según lo previsto, estaría de camino a Ankara mañana mismo.

—Ya veo... —fue la respuesta de William. Tamborileó con los dedos sobre el escritorio soltando un apaciguado suspiro, ordenando nuevamente sus ideas antes de ver a Hank nuevamente—. ¿Realmente te interesa lo que suceda con Frederick? —preguntó sin rodeos.

—Usted conoce la respuesta, Mr. William —fue la réplica segura del mayordomo. Esbozó una sutil sonrisa y lo miró—. ¿Puedo saber por qué lo pregunta?

—Porque no parece que te interese el futuro de ésta familia —le espetó—. ¿Crees que al traer a ese engendro lograrás algo? Lo empeorarás todo, y sé que estás consciente de eso.

—Si me permite diferir con usted, Mr. William: usted preguntó sobre mi interés en el bienestar del señor Frederick, pero lo que me acaba de decir encierra el interés de la familia.

—¿Cuál es la diferencia?

—Con todo respeto, debo mi felicidad al señor Frederick. Los intereses de la familia me son indiferentes.

Espuria Al MandoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora