capítulo uno

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Estoy acostada en su cama. No estoy desnuda por completo, solo de la cintura para abajo: justo lo necesario. Esta es la tercera vez que me acuesto con Facundo y he sentido lo mismo que las veces anteriores. Asco.

Esta relación comenzó de la manera más bizarra posible, pero mami se empeña en decir que es muy bonita.

Luego de mis divagaciones de cumpleaños, decidí contarle a mi madre que sentía como que no estaba viviendo la vida que yo quería vivir. Los resultados no fueron los que esperé. Simple y llanamente estaba esperando que me diera permiso para terminar con Facundo y buscar la pareja que yo quisiera. Sin embargo, lo que hizo fue ordenarme que tuviera relaciones con él.

A veces me arrepiento de que mi madre quiera ser tan moderna. Es muy incomodo que sea ella quien te ordene tener relaciones con tu novio.

De todas formas, lo hice. Y me sentí sucia. Yo no quería. Se lo conté a mami. Su respuesta fue que es normal la primera vez, que ya me acostumbraría. No me he acostumbrado y dudo acostumbrarme en mucho tiempo.

Facundo tiene cincuenta y dos años. Y no corresponde con las historias de los libros y de mis amigas de la escuela, de esos hombres fuertes y dominantes que son dioses en la cama, que te aman con locura y te vuelven loca. No. Ni parecido. No es como que yo sepa mucho de esas cosas, después de todo es mi primer novio, pero no he sentido nada extraordinario ni del otro mundo. En ningún momento. Ni siquiera me dan ganas de abrazarlo.

Ya está dormido y yo me quiero ir a casa. No quiero que me mire o que me toque más. No por hoy. Pero ya mami me dijo que debo dormir con él para que se sienta bien atendido. Y por la mañana tengo que hacerle desayuno.

Intento por todos los medios quedarme dormida. No lo logro de ninguna manera. Es imposible con él a mi lado. No quiero estar aquí, aquí no soy feliz.

Por un momento quisiera llorar. Esto no es correcto, y si lo fuese, no se siente como tal. Esto es una mierda. Una autentica mierda.

Hago un esfuerzo sobrehumano para no soltar un caudal de lágrimas. Simplemente miro hacia arriba dispuesta a pasar la noche en vela. Deseo, deseo y deseo una vida. Deseo estar en mi cama. Deseo dormir sola. Deseo terminar esta relación dañina para mi salud mental. Deseo que mi madre comprendiera cuando le hablo. Deseo poder hablar sin esperar que otros deduzcan lo que en realidad quiero decir. Deseo ser diferente. Deseo poder alzar mi voz. No ser tan cobarde. No mantenerme en silencio. Deseo. Deseo. Deseo. Mil cosas y al final, aunque todos los deseos están en mis manos, no hago nada. Como siempre.

De pronto, mi teléfono comienza a vibrar sobre la mesita de noche. Lo cojo rápido para encontrar el nombre de mi madre parpadeando en la pantalla. Respiro hondo. No quiero hablar con ella. Pero, aun así, respondo la llamada.

—¡¿Dónde diablos estas Patricia Nicol?! —es la voz de mi padre la que retumba del otro lado del teléfono. Me asusto un segundo, pero me alivia saber que este drama podría terminar conmigo en mi habitación, y no en este motel de lujo.

—Creo que ya sabes donde...

—¡Claro que lo sé! Tu mamá te lo permite. No sé qué es lo que les pasa a ustedes dos. ¿Pretenden matarme? Te quiero aquí ahora mismo, Patricia. Y al vejestorio que llevas como novio también.

Me dan ganas de reírme. A papi jamás le agradó la idea de dejarme tener novio, y menos uno que me triplique la edad.

—Espera, deja despertarlo. —Dejo el teléfono sobre mis piernas mientras toco a Facundo en el pelo para que se despierte. Puedo escuchar gritos aún con el teléfono lejos de mi oreja. Mami y papi están discutiendo.

—Princesa —susurra mi vejestorio personal. Se me sale una sonrisa. No por su cariño, sino por mi pensamiento.

—Mi papá está haciendo todo un show debo ir a casa. Sabes cómo se pone.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora