Los días han pasado ensordecedores. Mi madre parece haberse curado rápido, pero a mi todavía me retumban las palabras en la cabeza. No he vuelto a saber nada de papi, y eso me alegra aunque me mortifica. Sé que si le hubiese pasado algo malo, ya supiera de sobra, pero no quiero ni pensar que él no quiere tener contacto conmigo. Con nosotras. Aunque yo soy la única a quien le importa.
Estoy en la escuela esperando que Facundo me pase a buscar. Tenemos que ir a comprar ropa para una reunión de su empresa y yo, naturalmente, tengo que asistir. Y no solo eso, asistir y comportarme como una damita de compañía.
—¡Fiesta en casa de Berto! —oigo como las chicas gritan emocionadas su próxima rumba. Yo me limito a esperar al vejestorio y oírlas vivir su propia vida.
—¡Patricia! —Una de las chicas, llamada Raquel, me saluda desde lejos y le devuelvo con una sonrisa. Se me acerca corriendo, dejando su grupo atrás. Se ve muy amigable, pero hablar con chicas de mi edad me intimida—. ¿Vas a la fiesta?
Sé de sobra que la respuesta es no. Pero quisiera tan solo... poder.
—¿Cuándo es? —La pregunta sale de manera mecánica por mis labios. Me arrepiento de inmediato de ello.
—Pasado mañana a las nueve, ¿sabes dónde vive Berto?
—No, ni siquiera sé quién es Berto —respondo risueña, a lo que Raquel responde con una mirada extrañada.
—Bueno, buscaré tu facebook en el grupo de la escuela y por ahí te paso la dirección en google maps, ¿te parece?
—Bueno, no sé si vaya a ir...
—Oye, dale. No te va a pasar nada. Nunca sales con el grupo. Este es el último año y tenemos que disfrutarlo al máximo, ¿no crees? Piénsalo bien. No creas que estarás sola, con esa carita consigues un chico o chica, lo que quieras, en un dos por tres. Además, ya puedes verme como amiga. —Con esta última frase, Raquel me guiña un ojo como señal de complicidad.
Tanteo mi respuesta, porque sé que a mami no le agradará mucho la idea. Además, ese mismo día es la cena con Facundo.
—Voy a ver si voy. Pero no te aseguro nada.
—¡Anímate! —Raquel mira hacia atrás como si la hubieran llamado y, con la misma fugacidad que llegó, se va agitando su mano y gritando: —¡Espero verte este viernes!
Ya en el vehículo de Facundo, me encuentro pensando en la propuesta de festejo este fin de semana. De verdad me encantaría ir. Por primera vez en días mi mente divaga en otra cosa más que en el rumbo de mi padre. Es un respiro, por cierto.
—¿Cómo te fue en la escuela hoy? —pregunta mi acompañante al detenerse en un semáforo en rojo.
—Bien —digo como para salir del paso. Miro mis manos fijamente, como buscando ideas en ellas. ¿Cómo me hago para ir a esa fiesta? Tengo que ir. Tengo que ver cómo son las cosas ahí.
ESTÁS LEYENDO
No te atrevas a decirme que me amas
Teen FictionPatricia nunca ha vivido la vida que desea vivir. Ha estado bajo las direcciones de su madre desde que tiene uso de razón y a sus 17 años no recuerda cuándo fue la última vez que tomó una decisión por sí misma. En la nube de rebeldía que llega jun...