capítulo diecinueve

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No fue buena idea el hecho de que Facundo me llevara hasta el edificio donde vivo. Mi madre estaba en la recepción y, de inmediato, reconoció el vehículo y se acercó a "saludar". No sé por qué supongo que nada bueno pudo haber salido de esa conversación, pero mis instintos me ordenaron alejarme de ahí por mi propia salud mental.

He decidido lavarme el pelo y renovar mis rizos. Debajo del agua dejo fluir mis preocupaciones por las tuberías o eso intento. Imágenes de mis momentos con Daniel me vienen a la cabeza: las conversaciones, los cigarrillos compartidos, el sexo... todo se arremolina y comienzo a preguntarme si valen la pena los resultados. En la situación hipotética de que sí esté embarazada; en la situación hipotética de que esté esperando un bebé de una persona que me ha dejado más que claro no querer nada conmigo; en la situación hipotética de que haya arruinado mi vida casi a propósito; ¿qué se supone que debo hacer? ¿Continuar o estancarme?

Agarro el champú y lo siento vacío. Vierto las últimas gotas en la palma de mi mano y echo agua al frasco para hacerlo rendir. ¿Desde cuándo en mi casa se mendigan gotas de las cosas que utilizamos día a día? ¿Tan mal está la situación? Es verdad que el final de mi relación con Facundo ha significado un bajón extremo en los ingresos de la casa; y es que el sueldo de mami no basta para nada más que lo esencial.

No es que vivamos mal, es que la costumbre de vivir con más de lo necesario no se abandona de un día para el otro.

Creo que incluso puedo comprender por qué mami se siente enojada. Aunque no hay razón válida para justificar el hecho de que no haga ni siquiera el intento por entenderme.

Al darle retroceso a la cinta, me doy cuenta de que las últimas semanas he pasado de mi madre casi por completo. Apenas nos dirigimos la palabra; en casa me limito a hacer lo que me toca, lo justo para que no se enoje; ya no discutimos siquiera. Es como si viviéramos totalmente separadas. Y en ningún momento me he sentido molesta por eso.

Cierro la llave y salgo de la bañera empapada de agua. Me envuelvo una toalla en el cuerpo y otra en el pelo para caminar a mi habitación dejando un desastre mojado chorreando por todo el camino. Miro por la ventana antes de cerrarla. Mami se despide de Facundo, quien se marcha en su vehículo. Tienen todo este rato hablando, y por la sonrisa satisfactoria de mi madre, fue acerca de algo que a ella le conviene.

Por alguna razón, eso me asusta.

Me siento en la cama con las manos sobre el rostro. Hay un vacío enorme que continúa creciendo en mí cada vez más. Es como si estuviera perdida por completo, como si no hubiese salida alguna. Miro mi calendario. Hace dos meses y medio de mi último periodo. En otra ocasión no me importaría, pero ahora mismo... tengo miedo.

Ocupo mi mente en observarme detenidamente al espejo. Mi piel bronceada se va tornando rosada con la llegada del verano. Mi pelo mojado cae sobre mis hombros y descansa en la parte alta de mi espalda. Se ve corto. No me importa.

Me acerco poco a poco a mi reflejo y me detengo a mirar mi rostro. Siempre me han dicho que tengo una carita preciosa y estoy de acuerdo, me veo bastante bien. Pero luego de mirarme por un momento puedo empezar a centrarme en pequeños detalles. Creo que a todo el mundo le pasa.

Si te paras a ver tu cara, vas a encontrar una pequeña inclinación de la nariz hacia un lado, una ceja más arqueada que la otra o un parpado mas caido que el otro. Es parte de existir. Nada es perfecto. Y de una manera u otra, todas las cosas del mundo son así.

Como mi vida, por ejemplo.

Desde fuera se ve estupenda. Raquel siempre me lo decía, las amigas de mi mamá también. Debo valorar la suerte que tengo: una casa donde vivir, padres maravillosos, un buen novio, una posición económica promedio, una buena apariencia... todo lo que una persona podría desear.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora