capitulo veintidos

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—Te traje un poco de esto. Está demasiado bueno, comí hasta más no poder. Mami se la lucio preparando la carne molida, sabe demasiado rico. —Entro al vehículo con una expresión muy efusiva y un recipiente lleno de pastelón para Facundo—. Te va a encantar, lo prometo. Yo me comí casi tres pedazos, pero al tercero recordé que también tenía que dejar espacio para la cena contigo y me controlé. Aun así, podría comerme una tonelada de esa cosa. No te imaginas —Me callo de pronto al darme cuenta de que Facundo me está mirando fijamente con una sonrisa que le llega a los ojos—. ¿Qué pasa?

—Estás bonita, Patrie —dice.

—Bueno, dejé que mami me maquillara un poco y me puse un vestido. Ya sabes, recordando los viejos tiempos. —Evito mencionar la parte de que quiero utilizar toda mi ropa bonita mientras me quede.

—No es eso, es que estás radiante, y estas hablando hasta por los poros. Te ves feliz. Hace mucho no te veías así.

Siento la sangre arremolinarse en mis mejillas e imagino que estoy más roja que un tomate maduro.

—Quizás porque he tenido algo así como un buen día.

—Eso es motivo de alegría para todos. —Su sonrisa es tan sincera como nunca lo había sido; él también se ve radiante.

—Tú también luces bien —no puedo evitar decir.

—Aunque yo no he tenido un buen día —masculla mirando hacia el frente, muy concentrado en el camino.

Cuando nos paramos en el primer semáforo para salir del residencial donde vivo, Facundo me mira con esos ojos de circunstancia. Intento seguir relajada y sonreír, pero pensar en lo que le voy a confesar, lo que le quiero pedir y encima que me mire con esa cara, hace que me ponga bastante nerviosa de golpe.

—Patricia, quiero proponer algo, pero necesito que no lo malinterpretes para nada.

—Claro, dime —titubeo. La voz me tiembla y un calor nervioso se instala en mi estómago. Estoy en una cuerda floja de emociones, entre la emoción, la calma y el nerviosismo.

—Tú ya cenaste y me trajiste cena a mí, así que no deberíamos ir a cenar, no tiene sentido. Pero no quiero pedirte que vayamos a mi casa, aunque sería lo más lógico, allá tendríamos espacio para conversar y para ponerme cómodo porque estoy bastante cansado, y...

—Vamos, no le des más vueltas a ese asunto. Nos vamos a tu apartamento y hablamos en paz. —El color vuelve a su cara de a poco y comienza a respirar con normalidad. ¿Desde cuándo soy yo la que mantiene la calma? parece que el instinto maternal (o lo que sea) ya empezó a hacerme efecto.

Facundo se pone en marcha hacia su casa y yo me dedico a mirar a través de la ventanilla. Un silencio profundo se extiende en el ambiente sin tornarse incomodo. Mis manos empiezan a sudar por los nervios y la tensión que siento, el silencio activa mis pensamientos y me doy cuenta de que hasta ahora no he pensado en las palabras que voy a utilizar para hablar con Facundo.

Ahora mismo esto parece una idea terrible.

¿Qué se supone que le diga? ¿Que estoy embarazada dos meses después de que terminamos nuestra relación y que es del hijo de una de sus empleadas quien, por cierto, él me presentó? ¿Cómo sonaría eso? Si pretendo conseguir algún tipo de ayuda o al menos un consejo inteligente, tengo que hablar con tacto y decir solo lo necesario.

Es sencillo darme cuenta de que la clave para lograr esto es simplemente no mencionar al padre del niño que llevo en mi vientre.

Me estremezco al darme cuenta de que mi plan suena como algo que diría mi madre.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora