capítulo cinco

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Cuando Facundo llega a buscarme, la fiesta está más encendida que cuando llegamos. La mayoría de los presentes están borrachos o drogados, lo que hace que todo se vea más loco de lo que realmente es. Yo, por mi parte, estoy mareada, a pesar de que no tomé ningún estupefaciente. Mi sesión de besos y caricias con Daniel me está pasando factura. Fue tan intenso que la cabeza me da vueltas y tengo el pensamiento nublado.

En el momento en que las cosas comenzaron a ponerse más fuertes, Daniel sacó su mano de mi blusa y se fue del lugar susurrando un "esto no es correcto". Sin embargo ya era muy tarde para nosotros. O al menos para mí.

No lo puedo quitar de mi piel, y mucho menos de mi mente. La conciencia me recome porque siento que estuvo mal.

Aunque lo disfruté.

Claro que sí lo disfruté.

—Tan mal te fue que no has dicho ni media palabra —infiere Facundo mientras parquea su vehículo en el frente de su edificio—. Desde que vi el ambiente supe que no era para ti.

—Me estás subestimando —afirmo sin siquiera mirarlo, perdida en mis pensamientos.

Facundo se quita el cinturón de seguridad y con rapidez me toma por la nuca y me besa. Por reflejos y falta de concentración, lo empujo y sollozo un no. Su rostro se torna sorprendido de inmediato. No tardo mucho en notar que he cometido un error enorme. Lo ofendí, y eso no estaba en los planes.

—Lo siento —dice entre los dientes. Se apea del carro y yo me quedo dentro, con la mirada perdida, anonadada.

Un nudo se me forma en la garganta en el momento que me doy cuenta de que en realidad no quiero estar aquí. Cada vez que tengo que quedarme con él siento el anhelo de irme de su lado. Y es injusto para él. Es injusto para mí. Es muy injusto el no poder elegir donde estar, el tener tu vida calculada y sin chance de cambio, el callarte tu misma por miedo a recibir un reproche en cambio. Pero también es injusto estar con alguien que te ve como un castigo y no como una bendición.

Con lágrimas en las puertas de los ojos camino por los pasillos de la gran y vacía casa. Intento imaginar lo dura que debe ser la soledad entre tantas cosas: estar rodeado de todo y no poder pronunciar ni una palabra porque nada te va a escuchar. Una pena se instala en mi pecho y me siento culpable por no entregar lo que, probablemente, Facundo está buscando en mí. Compañía sincera. Porque en el mundo del lujo y el dinero todos se aprovechan de ti. Lo he presenciado con mis propios ojos durante el tiempo que llevo saliendo entre gente rica. Aquí la política es cuidarse del que tiene menos y destruir al que tiene más.

Con la imagen de ese mundo tan triste en la cabeza, entro a la habitación principal de la casa y me encuentro con más objetos inanimados. Facundo no está ahí. Aprovecho para ponerme cómoda, así que tomo una camiseta del cajón.

Salgo sintiendo frío en las piernas descubiertas, mas no reparo en ello. Más bien, me ocupo en encontrar a Facundo para pedirle disculpas... si es que me salen las palabras.

— ¿Dónde estás? —cuestiono al aire y el eco extiende el sonido por todo el primer piso.

—En la cocina —responde Facundo muy calmado.

Voy a la cocina cabizbaja para encontrármelo preparando una sopa rápida en el microondas. No pronuncio palabra alguna, sino que me quedo de pie en la puerta de la sala mirándolo pasearse por ahí sin camisa. Su rostro delata lo que está pasando en su interior. Si hay algo que conozco de Facundo es la forma tan fácil de leer su expresión facial.

—No debí ser tan brusca.

—Fuiste espontanea —espeta con una dureza extraordinaria. Me callo ante su tono de voz. Él se voltea hacia mí y se acerca. Su ceño fruncido y su mirada triste me intimidan—. ¿Y sabes cuál es la peor parte? —añade impotente—. Que solo has actuado así conmigo hoy, y es la primera vez que nos siento real.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora