capítulo dieciséis

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Miro a la nada mientras le doy vueltas con el tenedor a los espaguetis en el plato que tengo delante. No he probado más que un bocado y deben estar fríos ya, pero mi cabeza no calcula que ya puedo ponerme de pie y decir que no quiero cenar.

Mi madre ya terminó de comer su cena y esta fregando el plato en la cocina mientras yo pienso con el cubierto en la mano.

Es extraño sentirme sucia cuando hice algo que quería hacer. Después de todo, estoy siendo lo que quiero. Sin embargo, no se siente nada bien ahora mismo. Daniel y yo no hemos vuelto a tener contacto después del incidente de anteayer, y no me hace falta. Creo que necesito descansar.

El problema conmigo es que no estoy acostumbrada a este tipo de vida. Necesito adaptarme. Soy muy nueva; Daniel es todo un veterano... y hay demasiadas cosas que debo aprender. Abrir la mente a nuevas posibilidades, eliminar los prejuicios, eliminar los complejos, destruir los límites, desconectar los frenos. Solo vivir como persona que carece de un mañana, porque ya gasté demasiada vida planeando el futuro.

Le doy vueltas y vueltas al asunto intentando convencerme de que todo esto es correcto, mas mi moralidad no me permite abrir la mente hasta ese punto.

—Patrie. —Mami se acerca y me llama en un susurro cuidadoso, como con miedo de interrumpir en mi burbuja de manera muy brusca. Levanto la mirada y le clavo los ojos encima. Últimamente no hemos discutido para nada, pero eso no quita que la tensión entre ambas siga siendo arrolladora. Vivimos juntas, tratamos de convivir, solamente eso. Desde que rompí con Facundo es como si hubiésemos dejado de tener alguna relación entre ambas. Y es cierto que casi todo lo que hablábamos era sobre el dinero, pero también había algo más. ¿O no? Con los ojos sobre ella y sin apartarlos, espero su respuesta de cabeza ladeada—. No has tocado la cena, siquiera.

—No quiero —digo sin ánimo. Al fin suelto el tenedor y empujo el plato lejos de mí.

—Tenías que decirme antes para prepararte otra cosa —señala con sinceridad. Me mira entre sonriente y preocupada a lo que no respondo con mas que poniéndome de pie y retirándome hacia mi cuarto—. ¡Patrie! —llama con una desesperación notable—. Patricia, perdón. —La palabra hace que me detenga un instante y la mire. Con la mano puesta en la perilla de la puerta de mi habitación, doy la vuelta y pretendo escuchar lo que me va a decir. ¿Perdón? Eso me interesa—. Perdón, hija. He sido muy incoherente contigo, exigiéndote cosas sin ningún sentido. Entiendo por qué estas así tan rebelde, yo en mis tiempos también hubiese estado así... quisiera ser más condescendiente contigo, solo quiero lo mejor para ti.

—¿Y qué es lo mejor según tú? —cuestiono tratando de no ser sarcástica en demasía. Siento un nudo en el pecho, una nostalgia, una tristeza. Amo mi madre, y sé que, a su manera, ella me ama. O al menos lo intenta.

—Eres mi hija y no siempre estaré aquí. Solo quiero asegurarte un futuro seguro, que no te falte nada...

—Y no hay otra forma para lograrlo más que el viejo millonario —siseo entre dientes mientras ella parlotea. Su boca se cierra de inmediato y su mirada choca con la mía. Sus ojos oscuros se tornan brillantes, llorosos; pero no siento lástima, no me lastima.

—Mi error fue pensar que un hombre tan mayor podría ser más fácil para ti. Aún eres una nena, no quiero que nada te pase...

—¿Soy una nena? —pregunto a la defensiva—, ¿Cuál es tu definición de nena? Porque en la mía no incluye acostarse con un hombre de cincuenta años para sacarle el dinero. En mi definición de nena no menciona las cenas elegantes, las responsabilidades económicas ni el fingir ser lo que no se es. Ser una nena supone inocencia, y tú me quitaste la mía —Me descargo entre murmuros.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora