capítulo ocho

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La respuesta llega casi de inmediato y con la misma rapidez los nervios incontrolables se apoderan de mí. No es que me arrepienta, es que esperaba tardanza de su parte. La pantalla de mi celular brilla anunciando una llamada a través de Messenger. La foto de Daniel se visualiza en ella.

Mi voz se vuelve pequeña y al tomar la llamada, tengo que repetir el "hola" dos veces.

—¿De verdad eres Patricia? —pregunta, con una convicción no acorde a su pregunta.

—Soy la misma —afirmo, sin alzar mucho la voz.

—Me sorprende que te hayas tomado la molestia de buscar mi facebook y escribirme.

—Me sorprende que te hayas tomado el momento de responderme —replico—. Y con una llamada; me has sorprendido.

Escucho una risita inocente del otro lado de la línea y una sonrisa se pinta en mi cara solo de imaginarlo.

—Es que prefiero hablar a escribir, espero que no te moleste. —Su tono de voz es relajado, a diferencia de cuando estábamos frente a frente durante la cena en su casa. Es como si estuviera siendo él mismo ahora.

—No, no, no hay ningún problema, al contrario, creo que así la conversación puede ser un poco más personal aunque no estemos juntos en persona, o sea, tú me entiendes.

—Ese es justo mi punto. Entonces, señorita, ¿a qué se debe el hecho de que haya buscado la manera de contactarme?

—Creo que tenemos algunos asuntos que resolver, ¿no? —Alzo las cejas y gesticulo al decir esta frase, como si en realidad él me pudiera ver.

—¿Asuntos que resolver hablando o sin hablar? —Su voz se torna grave y profunda, sensual. Me recuerda al momento caliente que pasamos juntos y mi corazón comienza a agitarse de inmediato. No entiendo que es lo que me pasa con Daniel; es increíble.

—¿Por qué pretendes ser sexy cuando estamos a solas? —cuestiono sin pensarlo y me arrepiento. ¡Dios! ¡¿Qué dije?!

—¿Sexy? —canturrea. Su risa suena junto con su voz—. Yo creo que lo sexy es tan relativo como la verdad. Todo depende de los ojos que lo miren.

—O los oídos que lo escuchen —digo, sintiéndome un poco más relajada. Busco mi zona de confort sobre la cama, coloco una almohada detrás de mi espalda y un cojín en mi regazo. Esta conversación se va a poner muy, pero muy interesante.

—¿Sabes? No puedo creer que hayas llegado al punto de estar con alguien que, evidentemente, no te gusta nada solo por dinero. No te conozco, es cierto, pero no te veo porte de chupavidas. Te falta.

—¿Qué me estás diciendo?

—Que no te creo, Patricia. No me creo tu relación o montaje con el jefe de mi madre.

—Volvemos al inicio, ¿crees que tienes derecho a juzgarme o a inferir quien soy luego de verme dos veces?

—Tú me diste la potestad de pensar lo que me dé la gana sobre ti en el mismo momento en el que te me lanzaste encima.

—¡Yo no me lancé encima de ti! ¡Todo ha sido por mutuo consentimiento!

—¿Sabes? Si yo fuera un poco más machista te diría que eres una puta, una fácil. Al fin y al cabo no llevabas minutos conociéndome cuando ya me habías dejado entrar entre tus piernas.

—Técnicamente ya me llamaste puta y fácil, Daniel.

—Y técnicamente no me metí entre tus piernas, Patricia.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora