capítulo nueve

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Todo el tiempo desde que se acaba la discusión con mi madre, hasta el siguiente día a la hora acordada con Daniel, estuve tan ocupada estando molesta que no tuve momento para ponerme nerviosa. No sé que esperar del encuentro al que me voy a enfrentar, pero sí sé que es correcto, porque es lo que yo quiero; no lo que otros establecieron para mí.

Cuando salgo de la escuela, Daniel está esperándome frente a la entrada principal. Muchas miradas cruzan por sobre él como esperando saber a quien espera. Yo, por mi parte, ando sin cuidado. No me importa mirarlo, no me impresiona.

En realidad, lo que pasa es que mi mente está bloqueada. Aún escucho a mi madre declararme como un error de su juventud y me pregunto si haber nacido es una bendición o más bien un castigo. Porque si desde el primer momento solo vine a arruinarle la vida a mi mamá, ¿cuál es el sentido de estar viva? Al fin y al cabo, ni siquiera la persona que estuvo supuesta a amarme desde el primer instante me considera importante. ¿Acaso es lo que yo misma piense de mí tan importante como para reemplazar el cariño de mi madre? No lo sé, ni siquiera lo quiero saber. Lo único es que necesito hacer lo que quiero hacer, dejar de pensar en ella. Porque al final no me ama tanto como debería. Y eso duele.

—Patri —Daniel me saluda tímido como si creyera que me voy a romper en pedazos si me habla un poco fuerte.

—Estoy bien —me apresuro a decir, antes de que él me haya preguntado como estoy. Es solo que siento la necesidad de decirlo. Estoy bien. Nada de esto me afecta. Estoy perfecta. Estoy bien.

Hago lo posible por mostrarme sonriente y relajada, pero se me hace imposible. Las lágrimas que amenazan con salir, se vuelven más abundantes ante la mirada de Daniel. Es como si me tuviera lastima.

—Lo siento, Patri.

—¿Qué sientes? —pregunto claramente a la defensiva—. Todo está perfecto, Daniel, no quieras venir a hacerte el héroe.

—Solo sé cómo se siente que intenten controlar cada mínimo movimiento.

—No, no tienes ni idea. —Con voz temblorosa y débil cubro todas sus preocupaciones. No soy objeto de lástima, eso jamás.

—Vamos al parque, ¿sí?

Asiento con la cabeza y comenzamos a caminar cabizbajos. Llevamos las manos metidas en los bolsillos, como si de una pasarela se tratara. El silencio reina entre los dos mientras que el bullicio externo nos envuelve. A pesar de que no pronunciamos palabras, hay demasiadas cosas implícitas entre ambos. Como si nos habláramos con la actitud, con el rostro, con la piel.

Camino al parque, mi mente se llena y se vacía una y otra vez. Pienso en toda la cólera que tengo acumulada y necesito sacar, en la tensión que siento al estar junto a Daniel, en la decepción que se aloja permanentemente en mis entrañas. Pienso en todo e intento pensar en nada.

Luego de unos minutos caminando sin parar y en silencio, llegamos a nuestro destino y, por acuerdo mudo, nos sentamos en un banco cualquiera con espacio suficiente en medio como para que se siente otra persona.

Miramos hacia adelante en medio de la incomodidad. Daniel saca un cigarrillo y lo enciende.

—¿Me dejas probar? —pido antes de que dé la primera calada. Su cara se torna sorprendida, pero me pasa la pequeña arma letal con cuidado de que no me queme.

Lo agarro entre mis dedos y me siento libre por un momento. Con lentitud lo coloco entre mis labios y me doy el permiso de tomar un poco de nicotina. Mi boca se llena de humo con sabor amargo. Adormecedor. Si me preguntan, no me gusta lo que se siente al fumar, pero sí me gusta la razón por lo que lo estoy haciendo. Expulso el humo con los ojos cerrados echando afuera junto con el todas las cosas que me apresan, que me quitan la libertad.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora