—¿Embarazada, dijiste? —Mi corazón late a mil pulsaciones por segundo. Por alguna razón, en mi cabeza esto se sentía más fácil, más razonable. Asiento ligeramente como respuesta y él camina de un lado a otro con las manos en la cabeza—. Pero no puede ser, si la vasectomía solo falla en un caso de cada cien. Es muchísimo más efectivo que cualquier método anticonceptivo para mujeres; ¡hasta me dieron una charla sobre quedarse sin hijos! Yo sabía que debíamos usar preservativo de todas formas, con la dicha que tengo, yo tenía que ser del 1%.
—Facundo —lo llamo al notar por donde van sus pensamientos. Se queda en silencio y me mira fijamente; es imposible descifrar lo que pasa por su cabeza—. No es tuyo.
—¿Qué? —espeta.
—Que no es tuyo. El bebé no es tuyo —digo sin darme cuenta de que es la primera vez que hablo como si de verdad hubiera alguien ahí.
—¿No es mío? —Niego como respuesta—. No es mío. No es mío. Ok. Entiendo. Tiene sentido.
Nos quedamos callados sin mirarnos ni hablar. Hay dolor en el ambiente, lo puedo sentir; por instinto llevo mi mano al vientre y me acaricio. Facundo observa esa acción y respira hondo mientras se masajea las sienes con ímpetu.
—Lo siento —murmuro porque de verdad lo siento. Siento estar embarazada y haberme hecho la ciega con respecto a Daniel, siento haberme abandonado, siento el haber creído que hacer todo lo malo me traería resultados buenos; y sobre todo, siento estar aquí, acorralando a este hombre con problemas que no deberían ser suyos, sino míos y solo míos.
—¿Por qué es tu insistencia en decírmelo, Patricia?
Por sorpresa, no tengo que pensarlo dos veces para responder.
—Eres el único que siempre está para mí y se preocupa. Mis padres no están realmente...
—¿Entonces por qué terminaste conmigo en primer lugar? Si soy de tanta ayuda y apoyo, debiste quedarte. Así no te hubieras metido en este lío que estás ahora. O quizás si, quien sabe.
—No digas eso —espeto con culpa—. Acudo a ti porque eres el único adulto que puede al menos aconsejarme sin perder la compostura. No te imaginas lo mucho que me cuesta hablarte de esto. —El nudo en mi garganta crece cada vez más—. Solo estoy tratando de portarme con madurez y hablar de mis problemas.
—Un hijo no debería ser un problema —masculla casi de manera imperceptible.
—Pero para mí lo es porque no tengo ni idea de qué hacer. Y encima, no tengo a nadie más que mi amiga de la escuela que es medio año más joven que yo y es tan tonta como yo... o un poco menos.
—¿Ella fue la que te metió en la vida loca?
—No. Yo me metí sola. Buscando amor y libertad, solo me volví más idiota de lo que ya era.
Ambos nos quedamos callados. La tensión se reparte en el ambiente junto al silencio. No sé qué va a pasar ahora. Mi corazón siente un respiro por haber soltado todo al fin, pero mi mente continúa maquinando soluciones inexistentes.
—¿Qué hago? —cuestiona el pobre con los ojos tan brillantes que, puedo jurar, en cualquier momento podría derramarse en lagrimas. Me limito a hacer un gesto lastimero indicando que no sé. No tengo ni la más mínima idea—. ¿Sabes qué, Patricia? En este momento me encantaría estar sacándote por esa puerta y diciéndote que no tienes derecho a ensuciarme con tu lodo.
—Puedes hacerlo. —El nudo en mi pecho hace que se me quiebre la voz.
—Pero no quiero, no puedo evitar sentir responsabilidad por ti. Simplemente no lo puedo evitar.
ESTÁS LEYENDO
No te atrevas a decirme que me amas
Teen FictionPatricia nunca ha vivido la vida que desea vivir. Ha estado bajo las direcciones de su madre desde que tiene uso de razón y a sus 17 años no recuerda cuándo fue la última vez que tomó una decisión por sí misma. En la nube de rebeldía que llega jun...