capítulo diecisiete

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No vuelvo a hablar con Raquel en todo el día. En realidad, no hablo con nadie, ni siquiera con los profesores. Me muestro ausente en todas las clases, aunque mi cuerpo está ahí mi mente vaga entre todos los momentos íntimos que he vivido con Daniel. Los he disfrutado. Y si no lo he hecho, pues me he convencido de que así es. No me arrepiento de nada, ni siquiera de ser una descuidada.

No me va a pasar nada de ninguna manera.

Si otros pueden hacerlo, ¿acaso soy yo la menos afortunada?

Me quedo parada frente a la puerta de la escuela a la hora de salir como cada día, aunque se supone que debería estar atenta al momento en que Daniel se parquee a mi lado y me toque bocina. Sin embargo, mis pensamientos andan viajando lejos, hasta el punto de no darme cuenta de que el auto está ahí frente a mis narices.

Daniel me llama con una sonrisa enorme en la cara y me despabilo de inmediato.

Todo se me ilumina al mirar su sonrisa. Olvido todas mis reflexiones negativas y corro al vehículo.

—Hola —canturreo pegándole un beso en la mejilla. Mi mente se queda en blanco.

—Estas distraída hoy, me parece —dice mientras pone el carro en marcha.

—Bastante, me la he pasado pensando en muchas cosas y tengo la mente loca. —Hago una pausa con la expectativa de que sea él quien me pregunte qué es lo que me tiene así, pero, como era de esperarse, solo me mira de reojo en silencio. Así que continúo así, sin más—. ¿No crees que hemos fallado en algo?

—¿Quiénes? —pregunta en el momento que se para en un semáforo.

—Tú y yo; nosotros.

—¿En algo como qué, exactamente? —cuestiona.

—En lo que sea. Algo que nos haya faltado, algo que se nos haya olvidado... no se —titubeo con rodeos, pero, por alguna razón, siento que él sabe mi intención de preguntarle algo directo. No debería ser difícil esto para mí. Si ya hemos compartido nuestra intimidad, no es la gran cosa reclamarle un pequeño detalle.

Pero me da miedo su reacción.

—Lo que quieres decirme, Patricia, dímelo y ya. Por favor —espeta.

—No es nada en especial, solo cuestionaba que quizás hemos pasado algún detalle en alto entre nosotros.

—Mírame. —Sus manos van a mi barbilla y me hala para mirarme directo a los ojos—. Tú y yo somos dos personas intercambiando favores y disfrutando plenamente de su sexualidad, en una relación como esta ningún detalle pasa por alto. Entonces, en vez de estar pensando todo tanto, disfruta. —Me quedo embelesada con su sonrisa una vez más. Esa sonrisa es lo que me conducirá a la locura total—. Ya llegamos, por si no sabías, Patricia. Puedes bajar del auto.

Miro a los lados soltando su agarre de mi rostro y me doy cuenta de que estamos parqueados frente al edificio donde vivo.

—Gracias por traerme —digo con voz escueta. Tomo mi mochila y salgo del coche rápido.

—Patricia —llama Daniel cuando voy llegando a la puerta principal del residencial—. ¡Disfruta!

Es como si un balde de agua fría me cayese encima con esa simple palabra. No le respondo, sino que corro hacia mi casa. Mi corazón palpita a mil por hora. ¿En qué me he metido? La cabeza me duele y el nudo en mi garganta vuelve a formarse. Llego al departamento para encontrarme con la puerta cerrada, al parecer mi madre no está.

Abro la puerta, la vuelvo a cerrar y grito. No me importa que los vecinos me oigan, no me importa que me duela la garganta mientras lo hago. Grito fuerte y me dejo caer. Mi corazón se desgarra en mil pedazos. No sé que he estado haciendo. No sé que he estado haciendo. Las lágrimas se deslizan como caudales desde mi interior. Dicen que llorar es como lavar el alma, limpiarla del dolor; pero mientras más fuerte es mi llanto, más vacía me siento. Es mentira. No me siento liberada, me siento más atada.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora