—Me mandaron inyecciones de hierro y a comer lechuga —digo con cara de horror cuando Facundo me interroga acerca de cómo fue mi consulta con el ginecólogo—. Dijo que tengo anemia leve y que si me porto bien eso no va a afectar el bebé. También me dijo que estoy de seis semanas.
—Hace dos meses que terminamos —masculla sin quitar la mirada de la carretera y la pronunciada curva por la que vamos. Me quedo callada ante su intervención—. Continúa, qué más te hicieron.
Me quito la insinuación que hizo de la cabeza y procedo a dar todos los detalles posibles. El doctor es bastante simpático, me preguntó muchas cosas y se interesó bastante en mí, mi pasado y el ambiente en que vivo. Tuve que ser muy sincera respecto a los malos hábitos que tengo para comer: me salto comidas algunos días y otros como tanto que no puedo conmigo misma. Le dije que casi siempre me siento bien y que es muy raro que me enferme, pero según el examen sanguíneo, tengo un poco de anemia. El señor Gonzales, mi doctor, dijo que es normal por lo irregular de mi ciclo y mi edad; de hecho mencionó que es algo muy común en las embarazadas menores de 20 años.
—¿No te preguntó sobre el padre? —espeta mi acompañante en este punto de la conversación. Siento la tentación de rodar los ojos.
—Sí, me preguntó si era necesario denunciar.
—¡Estoy de acuerdo! ¡Ese infanate debería estar preso! —exclama con indignación extrema.
—Todo lo que pasó fue con consentimiento mutuo —digo con pesar.
—El hecho de que te dejara sola y embarazada no fue con consentimiento mutuo. —Su voz suena severa, tajante. No puedo refutar su argumento porque es cierto por completo: lo justo sería que Daniel se ocupara de esto tanto como yo. Al fin y al cabo, todo lo que hicimos, lo hicimos juntos.
—Tampoco lo puedo obligar.
—Si tan solo me dejaras decirle tres palabras...
—Ya dije que no.
—Bien, sigue diciéndome. ¿Te recetaron algo más además de inyecciones y lechuga? Por cierto, ¿por qué lechuga?
—Porque la lechuga es rica en hierro y eso ayudará con la anemia —repito lo mismo que me explicó el médico—. También me pusieron acido fólico, pero ese me lo dan en la botica pública.
—¿Segura que no es mejor comprarlo en un laboratorio o algo así?
—El doctor dijo que no era necesario. También le pregunté y dio a entender que es una decisión personal.
—Lo compraremos en un sitio más confiable que lo que sea que el gobierno les provee a los hospitales.
—No tienes que encargarte de eso.
—Pagaré todo lo que tenga que ver con tu salud y la del pequeñín.
—O la pequeñita... —Por primera vez en la mañana veo una sonrisa en su rostro. Al parecer la esperanza de un bebé le hace mucha ilusión y, de alguna manera, a mí también.
—¿Cuándo tienes que volver?
—Dentro de cuatro semanas debo volver a repetir los análisis de sangre y me harán la primera ecografía. ¡Podré escuchar el corazoncito latir! ¡Qué hermoso!
—Qué bueno que te dé tanta alegría. En realidad no creía que ibas a ser tan positiva.
—Yo tampoco. —Es fácil creer que ya lo acepté y que mis miedos se esfumaron, pero, al contrario, cada vez estoy más asustada. No sé si pueda cuidar este bebé mientras está en mi vientre y mucho menos cuando salga de él—. Estoy muy asustada, aun así —digo sin pensarlo mucho.
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No te atrevas a decirme que me amas
Teen FictionPatricia nunca ha vivido la vida que desea vivir. Ha estado bajo las direcciones de su madre desde que tiene uso de razón y a sus 17 años no recuerda cuándo fue la última vez que tomó una decisión por sí misma. En la nube de rebeldía que llega jun...