capítulo siete

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"A veces los seres queridos, los más cercanos, son los que menos consideración te tienen. Si te utiliza, eso no es amor"

Esas palabras retumban en mi cabeza durante todo el tiempo. Y mientras me bajo del vehículo después de un viaje silencioso hacia la casa de Milagros, se hacen más y más claras. Si yo le hubiese dicho a mami que no quiero estar aquí, ¿me hubiese entendido? ¿Hubiese cambiado de opinión? Quizás yo podría estar en mi casa en tranquilidad y no aquí con el corazón en las manos.

Facundo me toma de la mano y me mira a los ojos.

—Te quiero —dice y me da un beso en la frente—, y no te voy a obligar a hacer nada que no quieras.

Me siento diminuta ante su trato tan amable. Él no me obliga nunca a hacer cosas que no quiero, sin embargo, cada vez que estoy con él me siento obligada a hacer cosas que no quiero; no por él, sino porque sé el sermón que me espera en casa si no lo complazco lo suficiente como para que mami lo considere bastante.

Tomados de la mano tocamos la puerta y una señora con uniforme nos abre casi de inmediato.

—Los estábamos esperando —dice en un tono de voz tan robótico que da risa. Sonrío con sinceridad.

—Se nota que estaban esperando —dice Facundo sonriendo también. Me mira y soltamos una risa moderada los dos a la vez.

El ambiente se relaja con ese pequeño gesto y de ahí en adelante me siento como en casa. Milagros es una mujer maravillosa, y su novio también. Nos cuentan que ya están comprometidos y que la boda será próximamente. Expresamos nuestras alegrías y empezamos a charlar acerca de los detalles para la celebración.

El hijo de Milagros, Berto, llega un poco tarde e informa que a Daniel se le presentó algo en la universidad.

Una decepción mezclada con alivio me inunda al enterarme. Decepción porque esperaba verlo, y alivio porque no tenía ni idea de cómo podría afrontar su presencia. Ahora bien, Milagros no parece muy contenta con ello.

—Él prometió que estaría aquí, Berto. ¿Qué tipo de emergencia? —cuestiona de brazos cruzados.

Observo bien a Berto mientras explica que Daniel está solucionando un problema con un profesor acerca de su calificación. Facundo y el novio de Milagros charlan acerca de beisbol y yo me concentro en captar detalles sobre Daniel.

—No te preocupes, que el llega más o menos en media hora. —Mi corazón empieza a latir despavorido al captar el detalle. Me dan ganas de pedirle a Facundo que me lleve de nuevo a casa o que me saque de aquí de alguna manera. Es que no lo quiero ver.

—¿Estaban llorando mi ausencia? —La puerta se abre de repente. Su voz me llega a los oídos y todas mis fuerzas las ocupo en no mostrarme nerviosa ni incomoda—. Perdonen a todos por la tardanza, tuve un pequeño inconveniente en la universidad, pero ya está resuelto.

—Dani —Milagros canturrea el nombre de su hijo a modo de reproche—. Saluda a las visitas. Y vamos al comedor, para que cenemos.

Daniel saluda a Facundo con un abrazo afectuoso y luego reposa su mirada sobre mí. Espero que su trato sea tan frio como la primera vez que nos vimos, sin embargo, me extiende la mano. Tardo un par de segundos en reaccionar y estrecharla con timidez.

—Patricia —susurra mirándome a los ojos—, es un placer verla otra vez.

—Daniel —susurro.

Siento como mis mejillas se acaloran y doy gracias al cielo porque mi color de piel disimula mis sonrojos. Cuando Daniel suelta mi mano y todos vamos al comedor, esa sensación de vaivén, de mareo y distracción se apodera de mí de la misma manera que luego de besarnos; solo con tomar mi mano, ya estoy fuera de órbita.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora