capítulo cuatro

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Entro a la casa y observo todo el ambiente. Un olor a alcohol inunda el lugar, y aunque no me gusta tomar alcohol, debo admitir que esta aura me gusta.

Busco con la mirada algún rostro conocido, pero es difícil ya que en la escuela soy algo así como la que nunca habla con nadie. Mi madre nunca me ha dejado tener amigos ni llevar compañeros a casa, mucho menos salir por ahí. Según ella, los adolescentes de hoy día son muy corruptos y mal educados. Mami pretende, más bien, darme una crianza llena de madurez desde el principio. Y la entiendo a la perfección: en este ambiente hay todo tipo de cualidades, excepto madurez.

La música me gusta, a pesar de que no la conozco. Al darme cuenta de que no voy a encontrar a nadie, comienzo a prestar atención a la letra de la canción que está sonando. Habla de amor, pero de una manera peculiar.

No sé si vivir o morir

Me encuentro en un limbo desde que te fuiste de aquí

Eres la única persona que yo quiero que se venga encima de mí

Mi libertad no la quiero 

Tampoco la vida e' soltero 

Yo lo que quiero es que quieras lo mismo que todos queremos 

Tener una cuenta de banco con dígitos y muchos ceros 

Hacer el amor a diario y de paso gastar el dinero

Me doy cuenta de que describe justo el mismo sentimiento que me gustaría sentir por alguien. Querer hasta el punto máximo, hasta que ya esa persona sea la única razón para vivir: enamorarme de verdad. Hacer lo que sea para estar a su lado. No lo que tenemos Facundo y yo, simplemente un acuerdo donde hay besos, relaciones e intercambio de favores. No, eso no. Intensidad. Es lo que quiero experimentar. Verdadera intensidad. Verdadero amor.

—Y aquí anda la damita de compañía, ¿eh? —Alguien me habla muy cerca al oído. Me espanto, pues estaba lejos en mis pensamientos, y cuando volteo me encuentro con el mismo Daniel que vi en una cena lujosa de hace rato. Nuestros ojos chocan y otra vez me siento desnuda ante su mirada—. ¿Qué haces aquí, Patricia?

—Te acuerdas de mi nombre —susurro con voz débil.

—Me lo dijeron hace media hora, no puedo tener tan mala memoria. Ahora responde a mi pregunta: ¿qué haces aquí? —Me mira de arriba abajo y fija sus ojos en mi falda tubo. Sus ojos se clavan con descaro en mi cadera y me dan ganas de decirle que disimule, pero estoy sellada, las palabras simplemente no salen—. ¿Tienes algo debajo de esa falda?

—Ahora esa es la pregunta de la noche —replico con dramatismo—. Y en todo caso, ¿por qué tú tienes que andar preguntándome lo que yo llevo abajo de la ropa?

—Es para que te la quites, porque de seguro estás incomodisima con eso. —Con esta frase baja la guardia. Su tono de voz es tan natural como si estuviera hablando con alguien de su círculo de amistades. No se siente mal.

—En realidad estoy bien así. Vine directo para acá porque no tenía sentido volver a la casa. —Decido obviar el detalle de que ando a escondidas. No es algo que todo el mundo deba saber.

—Entonces eres chica de secundaria... ¿qué edad tienes tú?

—Vas a seguir haciendo preguntas inapropiadas. Yo mejor me voy —camino hacia algún lado, pero luego de un par de pasos recuerdo que en realidad no tengo ningún lugar donde ir. Solo conozco a Raquel y apenas he hablado con ella unas tres veces, incluyendo el día que me invitó a la fiesta. Y aun si fuéramos mejores amigas de la vida, no sé donde está. Ni idea.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora