Cuando llegamos a casa es casi medianoche y aunque insisto en que no es necesario, Facundo insiste en dejarme justo en la puerta de mi casa. Durante todo el camino, guardó un voto de silencio tan rotundo que hasta la música fue vetada del vehículo. Aun así, mis propios pensamientos hacían tanto ruido que no me molestó su silencio ni por un instante. Veo venir tiempos difíciles para mí y no sé si tengo la mentalidad necesaria para afrontarlos. ¿Criar un niño? ¿Sola? ¿En qué creo que me estoy metiendo?
Las decisiones que he tomado casi por impulso en las últimas horas me van a pesar por el resto de mi vida; es más, todas las decisiones que he tomado en los últimos meses definirán el rumbo de mi vida completa.
¿Qué voy a hacer con mi vida? ¿Ya está arruinada? El no saberlo me inquieta demasiado. Sin embargo, en este momento me gustaría ser capaz de prometerme que la persona que vive en mi vientre no tendrá que pasar por lo mismo que yo. Que seré la madre que yo necesito.
—Tienes muchas cosas que pensar, Patricia: te toca enfrentarte a algo muy complejo —dice Facundo mientras subimos las escaleras que llevan a mi departamento. Una brisa fría se desliza entre los agujeros calados en el concreto del edificio, me acaricio los brazos para evitar los escalofríos—. Y no sigas pasando frío que te dará gripe.
—Gracias otra vez por preocuparte por mí. —Voy buscando la llave en mi bolso.
—Te ayudaré hasta donde pueda y sea correcto. Mi única condición es tu sinceridad. —Es fácil reconocer la intención oculta en sus palabras tan rebuscadas. Solo necesita que le diga quién es el padre del niño y él cree que con eso resolverá todo, pero no es así; si él lo supiera no0 haría más que empeorar toda la situación.
—Lo sé.
—No pierdes nada, Patricia. Ya perdiste bastante y te sigues viendo radiante. —Su comentario me saca una sonrisa—. Lo que quiero decir es que no importa como hayan sucedido las cosas, ahora nos toca hacerlo bien. A mí para reivindicar todo lo que te quité y a ti para enderezar los asuntos antes de que se cumplan nueve meses. —No digo nada. Mis ojos se quedan clavados en el piso mientras en mis mejillas se sienten los restos de la sonrisa que hace unos segundos fue—. Solo quiero que sepas que no te voy a condenar.
—¿Patricia? —se oye a mi madre desde dentro llamar.
—Soy yo, má —respondo.
—¿Con quién hablas?
Miro a Facundo con cara de circunstancias y él, con una pequeña seña, me indica que no importa.
—Es Facundo, vino a traerme. —En menos de un minuto, la puerta se abrió desde dentro mostrando a mi madre con su bata larga y el pelo recogido en la coronilla de su cabeza.
—Buenas noches, Facundo.
—Buenas, Susana. Te la traje sana y salva —dice dándome una palmada en la espalda.
—Gracias —murmura con un asentimiento y deja el silencio esperando a que nos despidamos.
Un instante de incomodidad se extiende entre los dos. Facundo me extiende la mano, pero yo lo abrazo dejando su brazo aplastado en el medio de los dos. Ambos reímos y él me acomoda un riso.
—Sigue dejándote el pelo así —dice y cuando voy a entrar agrega—: Susana, Patrie te tiene que decir algo. —Quedo petrificada cuando la puerta cierra y me quedo sola con mi madre, quien me mira como esperando que abra la boca en cualquier momento.
¿Por qué hizo eso?
—¿Qué me quieres decir, Patricia?
Me refugio en un vaso de agua para no responder, pero no me durará mucho la barrera. Mi madre mantiene los ojos clavados en mí, escudriñándome. ¿Será verdad eso que dicen de que las madres lo saben todo? ¿Ella tendrá sospechas de lo que escondo? Es cierto que estoy un poco más gorda que de costumbre, pero aun no se nota nada evidente.
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No te atrevas a decirme que me amas
Teen FictionPatricia nunca ha vivido la vida que desea vivir. Ha estado bajo las direcciones de su madre desde que tiene uso de razón y a sus 17 años no recuerda cuándo fue la última vez que tomó una decisión por sí misma. En la nube de rebeldía que llega jun...