Muchas veces he leído en internet el tipo de mensajes alentadores que la gente suele publicar. Salir adelante, esforzarse, tener éxito... todo el mundo cree tener la clave de la felicidad. Yo también creía que había llegado a encontrar mi propia manera de ser feliz. Para mí, la felicidad era libertad. Sin embargo, la palabra libertad resultó ser más grande que yo. Nunca me enseñaron a ser libre, y ahora que lo soy no sé cómo manejarlo.
Ser libre me dejó más que agotada, me dejó en un camino sin salida.
Hace tres días que me enteré de que llevo una persona dentro y todavía no acabo de asimilarlo. Es difícil saber que la irresponsabilidad de dos personas puede llegar a un error tan grande como una vida. Lo peor de todo es que estoy sola, aunque es como dije: responsabilidad de dos personas.
Raquel ha intentado convencerme de hablar con mi madre, pero ella no entiende que eso sería como ir a decirle que ella siempre tuvo la razón y que tomar el rumbo de mi vida fue un error. Eso sería hacerle saber que la necesito, porque no tengo ni idea de qué hacer con mi vida sin meter la pata cada dos por tres. Eso sería como aceptar que necesito su dirección para no fracasar.
Y aunque todo eso es verdad, dolería demasiado admitirlo. Porque es la verdad. Sin mami no tengo ni idea de qué hacer con mi vida.
Escondida detrás de las gradas de la cancha de mi escuela, hojeando mi viejo cuaderno de dibujo y comiéndome una bolsa de maní, pienso en lo tonta que he sido en los últimos meses y en qué pretendo hacer de ahora en adelante.
Tarde o temprano, todos terminarán enterándose de mi metida de pata. Es inevitable.
Por un instante borro todo pensamiento de mi cabeza y me centro en los colores impregnados en mi libreta. Dibujos de habitaciones, telas, muebles, puertas y ventanas llenan cada pequeño espacio. Cada hoja está llena por completo de pequeños detalles y manchas de color. Acaricio la textura del lápiz que pasó varias veces por la misma línea para hacerla más gruesa; encuentro cada rincón de mi casa dibujado en ese cuaderno. De la casa en que vivo y de la casa en que me gustaría vivir.
Era muy buena. No debí dejar de dibujar nunca.
Pero estaba demasiado ocupada viviendo una vida de mentiras como para preguntarme lo que de verdad quería hacer.
Tomo el lápiz de mi bolsillo y empiezo a trazar formas aleatorias hasta encontrar inspiración en la geometría. Para cuando la campana suena, ya tengo una estantería llena de libros y plantas plasmada en el papel. Entonces me doy cuenta de que no era buena, soy buena. Puedo hacer algo con eso, ¿no?
¿Y si después de todo la manera de tomar el rumbo de mi vida no estaba en el desenfreno? ¿Y si en realidad debí centrarme en encontrar lo que de verdad quiero hacer? Estar con Daniel fue un arranque de rebeldía que me hizo bien, pues me ayudo a ver que en realidad vivía en una opresión; pero también fui tonta al bajar mis defensas y dejarlo hacer lo que quisiera con mi cuerpo y con mi autoestima. Él nunca me trató bien. Él nunca dio señales de tener algún cariño hacia mí. Él me trató de la misma manera en que mi madre me había estado tratando por mucho tiempo: me utilizó sin ninguna consideración. Y yo fui tan inocente que lo dejé ser.
Me dio tantas señales, pero yo las ignoré todas. Ahora estoy pagando.
Me pongo de pie con cuidado, voy hacia el aula con una parsimonia extrema mientras intento sacar todos esos pensamientos de mi cabeza. Intento no llorar. Intento ser fuerte. Intento continuar. Pretendo que sé lo que hago, mas no es así. No sé nada.
La única persona que podría interesarse con sinceridad y sin enloquecer en mi situación, es la última persona a la que me gustaría acudir. Sin embargo, debo ser responsable. Debo decidir qué haré con este niño, y necesito apoyo para hacerlo.
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No te atrevas a decirme que me amas
Teen FictionPatricia nunca ha vivido la vida que desea vivir. Ha estado bajo las direcciones de su madre desde que tiene uso de razón y a sus 17 años no recuerda cuándo fue la última vez que tomó una decisión por sí misma. En la nube de rebeldía que llega jun...