capítulo dieciocho

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En modo mecánico tomo una camiseta cualquiera y me quedo con la falda de la escuela. En este punto de las cosas, ya no me importa nada. Espero que Facundo me ponga un mensaje o algo avisando que ya está ahí esperándome, pero nunca llega.

Quince minutos luego de su llamada decido salir por mi cuenta. Después de todo, la casa vacía no me hace bien.

La decoración del comedor me señala de manera acusadora mientras paso por allí. Eso salió todo del bolsillo de mi ex novio, a costilla mía, en contra de mi voluntad. Pero nunca hice nada para detenerlo. ¿O sí? En medio de toda esa palabrería de que soy una nueva persona perdí la dirección. En realidad nunca he tenido una dirección. Solo estaba siguiendo lo que mi madre quería para mí, ¿y ahora?, ¿a quién sigo? Porque esto no se siente como la felicidad que yo pretendía conseguir.

Salgo rápido del apartamento, me aseguro de cerrar bien la puerta y bajo las escaleras de dos en dos, como si escapando de casa escapase de todos los errores que he cometido en el último mes.

Cuando llego a la puerta principal del residencial donde vivo, miro a ambos lados y no alcanzo a ver el vehículo de Facundo por ningún lado. ¿Acaso me dejará esperando?

La duda me invade aunque sé de sobra que no existe hombre más responsable que él en la tierra. Sin embargo, también sé que sus ganas de verme no son muchas. Lo dejé, le mentí por un largo tiempo. Llevo la vida entera en una preparación constante para ser una joven madura, pero cada vez que miro hacia atrás no encuentro más que estupideces e inmadurez en extremo. La omisión de la verdad también es una mentira, y yo nunca inventé cuentos, pero nunca dije toda la verdad. Así con todo a mi alrededor. Me mentí a mí misma por años.

En este punto, mis pensamientos se vuelven confusos y ni siquiera sé en cuáles episodios específicos de mi vida estoy enfocada. No sé si estoy arrepentida por el hecho de haberme vuelto rebelde sin cabeza o si lo estoy por no haberlo hecho antes. ¿Estoy dispuesta a enfrentar consecuencias con la frente en alto?

El vehículo de Facundo dobla la esquina en el mismo instante que empiezo a preguntarme si me estoy volviendo loca. Yo misma no entiendo lo que pienso, lo que siento.

Sacudo todo lo que permea mi cabeza y agarro una bocanada de aire.

Facundo me saluda con la bocina y yo subo al asiento del copiloto con una sonrisa. El aire acondicionado me golpea las piernas con furor, mi piel se eriza. El ambiente que respiro me trae demasiados recuerdos a la vez: buenos recuerdos y otros muy malos. Con Facundo viví momentos estupendos de mi vida, pero nunca era como yo quisiera porque nosotros éramos más de lo que a mí me hubiese gustado.

—Estás más delgada, Patrie —es lo primero que dice.

—Hola; yo estoy bien, gracias por preguntar. ¿Y tú? —suelto incomoda. Lo último que quiero es empezar a hablar de lo mal que me veo.

—No estás bien, Patricia. ¡Maldición! Estás como sea, menos bien. Vámonos de aquí, de verdad tenemos que hablar. —Su tono de voz preocupado me hace pequeña.

Me hace débil el hecho de que se preocupe tanto por mí.

Él arranca y se dirige a algún lugar mientras yo me hago un ovillo en el asiento. Subo los pies y abrazo mis rodillas. De pronto siento ganas de llorar. Ese sentimiento de no saber qué demonios hacer me invade otra vez, me llena; un par de lágrimas rueda por mis mejillas haciendo que me paralice un momento. ¿En qué me he convertido?

—Patrie, en serio, esto se sale de mis manos. Cuando terminamos creí que serías feliz, más libre, que brillarías con más fuerza; pero te veo tan apagada. Ahí envuelta en ti misma, tratando de disimular que estás llorando... ¡me estoy volviendo loco! —Facundo habla de prisa como desesperado. Me mira con los ojos entornados y el ceño fruncido. Estamos aparcados en las orillas de una avenida con las luces intermitentes encendidas.

No te atrevas a decirme que me amasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora