El frío recorría mi piel haciendo que mis pelos se pusieran de punta. El suelo estaba húmedo lo que me indicaba que había llovido, pero nunca llegué ver llover. La luna y algunas farolas que se encontraban en aquel callejón me permitían buscar el camino de salida. No recuerdo cómo había llegado allí, pero sabía que me encontraba en peligro.
Creí ver una sombra y con la voz temblorosa pregunté.
-¿Hay alguien ahí?
No hubo respuesta. Volví a ver a aquella sombra pasearse no muy lejos de mí y pregunté de nuevo con la intención de que me respondiera alguien. Pero si eso no había sucedido aún, no me podía esperar nada bueno de aquello.
Me quedé quieta en aquel sitio desconocido, pensando en cómo podría escapar de ahí. Pero, antes de que a mi mente viajara alguna idea remota, aquella sombra apareció otra vez. No poseía alguna forma conocida, solo era trazos gruesos y oscuros, que se mezclaban con la negrura del callejón. Esta vez fue diferente, sus líneas me apuntaban, con la clara intención de ir a por mí. Y yo, asustada, eché a correr tanto como mis piernas me permitían.
No miré hacia atrás ni una sola vez, solo pensaba en huir. Al principio quise saber si me encontraba sola, ahora que había descubierto que no, deseaba estarlo. El callejón parecía interminable y mis piernas empezaban a agotarse. Podía jurar que aquel lugar no tenía salida y pasaba por el mismo sitio cientos de veces.
Cuando no pude aguantar más, caí al suelo. Sentía arder mis manos y mi pierna derecha. Me arrastré por el duro asfalto, buscando ayuda pero no había nadie. Mi cuerpo se desplomó entero sobre el suelo, mi espalda empapándose de agua y esperando mi fin. La sombra apareció no muy tarde, esta vez permitiéndome ver su verdadera forma. Tenía cuatro patas, unas orejas puntiagudas y bastante pelaje. Era un perro. Aliviada, solté el aire que sin darme cuenta había retenido. El perro se puso delante de mí sin expresión. Y yo sonreí, pero mi gesto desapareció rápido. El animal cambió su forma y creí estar alucinando por el golpe. Su pelo se volvió grisáceo y sus ojos adoptaron un color dorado. Gruñó enseñándome sus incisivos y erizó su pelaje. Se agachó, listo para atacarme en cualquier momento.
Se había convertido en un lobo.
Jadeé horrorizada y me froté los ojos al pensar que era mi imaginación, pero seguía ahí. ¿Cómo pudo hacer eso? ¡Era imposible! Esto no era real, no podía serlo. Me arrastré hacia atrás con cuidado, no podía hacer movimientos bruscos o me atacaría. Pero tenía que salir de allí, corriendo de nuevo si era necesario. ¿Cómo podía haberse convertido de un inofensivo perro a un lobo? Todo era muy confuso. Sus patas delanteras dieron varios pasos, antes de abalanzarse sobre mí. No tuve otra opción que cerrar los ojos, taparme con mis manos, gritar y esperar que el dolor recorriese mi cuerpo.
No sentía nada ni oía ningún ruido del animal. Abrí los ojos y me encontré al lobo muerto delante de mí. Tapé mi boca y me aparté. Levanté mi mirada en busca de alguna respuesta y la encontré. Detrás del lobo había una persona. Su rostro estaba escondido tras una capucha que pertenecía a una sudadera azul oscuro que podía equivocarse con negro. Llevaba pantalones y zapatos del mismo color. El cuchillo con el que jugaban sus dedos me indicaba que había matado al lobo.
-¿Quién eres?
No me respondió, pero se bajó la capucha y dejó que observase su rostro. Era un chico joven, como mi edad podría decirse. Tenía el cabello castaño y alborotado, sus ojos eran de color miel y labios tentadores. Me quedé mirándolos más de lo que debía. Aunque, tenía la extraña sensación que no era la primera vez que le veía.
-Deberías irte, ellos aquí pueden tomar el control de tu mente.
-Tomar el control de mi mente. —Repetí incrédula—. ¿Quiénes son ellos?
Me levanté y miré hacia los lados del callejón. No había nadie excepto él, aquel lobo yacido en el suelo y yo.
-Te intento ayudar. Están buscándote, vete.
-¿Quiénes son y por qué me buscan?
Observé el callejón, esperando que no viniesen quienes se refería aquel chico, pero, en cuanto quise posar mi mirada de vuelta en él, ya no estaba. Lo busqué por todas partes pero no lo encontraba. Había desaparecido. Mi visión se volvió borrosa hasta que se convirtió todo en color negro.
Un pequeño ruido resonó en mis oídos y me obligué a abrir los ojos. Había sido todo un sueño. Miré hacia mi ventana y vi volar pequeños objetos contra el cristal. Confusa, me levanté y me asomé por ella. Una chica de estatura mediana, de pelo color cobrizo y ojos marrones saltaba extendiendo los brazos, como si hiciese aeróbic, para llamar mi atención. Era Amy, mi mejor amiga. Entendí rápidamente lo que eso significaba: llegaba tarde a clase.
-¡Noah! ¿Me puedes explicar que ha pasado? Te llamé como diez veces —se quejó con los brazos cruzados en cuanto bajé.
-Lo siento, me quedé dormida.
-Debe haber sido un sueño muy bueno porque dormiste media hora más.
Cuando llegó la hora de física y química dejé de prestar atención. Siempre he sido más de letras que de números. Por eso las matemáticas, esta asignatura y cualquier otra parecida no se me daban bien y acababa odiándolas. Habían intentado juntar letras con números, como si eso me fuese a gustar, pero esa combinación me alejó aún más.
Dirigí mis pensamientos de nuevo a mi sueño. Era un logro recordarlo, ya que normalmente los olvidaba a los 5 minutos de levantarme. Intentaba encajar piezas, darle sentido para acordarme, pero siempre me sentía como si me los estuviese inventado y realmente no hubiese soñado nada. Pero este parecía real y más a aquel chico misterioso. «Deberías irte, ellos aquí pueden tomar control de tu mente», repetía su voz en mis pensamientos. No sabía a que se refería. La verdad, no debía preocuparme mucho por ello, ya que era un sueño más. Extraño, pero lo era.
Unos dedos chasquearon en mi campo de visión y parpadeé confusa en dirección al profesor Murray, que me observaba muy atento. Noté las miradas también de mis compañeros de clase en mí y comencé a notar calor en mi cara. Me debió de preguntar algo y no me enteré.
-¿Qué? —pregunté avergonzada.
-¿Estabas distraída?
-No, estaba prestando atención.
-Entonces, responde la pregunta que le hice a tu compañero.
-Hum..., ¿podría repetirla? No me acuerdo.
-Si tienes esa memoria ya entiendo porqué sacas esas notas en los exámenes. —La clase se echó a reír, menos yo y Amy. Aunque sabía que ella intentaba esconder la sonrisa—. ¿Qué es un sistema inercial?
Tragué saliva. No tenía ni idea, por eso negué con la cabeza y escuché más risas. Una chica pelirroja a mi lado levantó la mano y el profesor le dio paso. Claro, a ella le encantaban las matemáticas.
-Es un sistema de referencia en reposo o con velocidad constante. Osea, con aceleración nula. Y cumple las leyes de Newton.
-Muy bien Amy. —La felicitó y yo me hundí en mi asiento.
Amy y yo quisimos almorzar en Frontline después de clase. Uno de los bares más conocidos de nuestra ciudad. Teníamos un pequeño hábito de comer aquí desde que podíamos salir solas a la calle. Era un lugar amplio y siempre me recordó a una bañera, porque todo era de color blanco, excepto algunos detalles en azul. Nosotras solíamos sentarnos junto a una pared llena de cuadros con fotografías antiguas y buscábamos parecidos. «Oye, ¿no te recuerda este señor a la chica de mechas violetas del siguiente curso?», dije un día. «¡Si le quitas el bigote son clavados!», me respondió y nos echamos a reír. Bebí un sorbo de mi refresco que acababan de traer y di un vistazo a la ventana mientras Amy decidía qué comer. Una persona encapuchada chocó contra un hombre mayor y entró en el restaurante. Sin mirar a nadie en concreto se dirigió directo a la barra y le entregaron una botella de agua, como si fuese una rutina. No sabía por qué, pero no podía apartar mi mirada de aquel desconocido. Me fijé en el anillo que estaba en su dedo anular. Por su vestimenta, me recordó al chico de mi sueño. Estaba delirando si pensé por un segundo que era él. Sacudí mi cabeza y le presté atención a Amy.
-Y bien, ¿qué opinas si nos pedimos el risotto? —comenté quitándole la carta de las manos.
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