Capítulo 14.

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La música hacía bombear los altavoces mientras nos adentrábamos en la fiesta. Me detuve unos segundos en observar el lugar. Era bastante grande, aunque al ver tanta gente concentrada bailando, el espacio se reducía. El disc-jockey estaba al final de la sala, subido en un pequeño escenario donde movía su mano derecha al ritmo de la música, mientras la otra tocaba el equipo. Recibí un tirón por parte de mi mejor amiga.

-Camina o moriremos aplastadas –dijo Amy.

Me dejé arrastrar entre cuerpos sudorosos hasta que conseguimos llegar a la barra. Amy llevaba un vestido azul océano con escote en forma de corazón, aunque por las luces neón que iluminaban la discoteca, se podía pensar que era de varios colores. Llamó al camarero y pidió dos gin-tonic. Aunque yo me negué y quise una coca cola, ella insistió en alcoholizarme. 

-¿Dónde están Alan y Simon? –le grité a Amy en el oído.

Dio un sorbo a su bebida y los buscó con la mirada por toda la discoteca hasta que sonrió. Sabía que los había encontrado. A los pocos segundos, ya se encontraban en frente nuestra. Como si lo hubieran ensayado muchísimas veces, dieron una sonrisa rápido y nos saludó a cada una con un beso en la mejilla.  


Después de cinco sorbos a mi bebida hasta acabarla, tres sonrisas y una carcajada, había conseguido que Amy fuese a bailar con Alan y Simon con una chica que llamó su atención. Me alegraba que se divirtiesen. Noté movimiento a mi izquierda y miré en esa dirección. Allí había un chico pelirrojo, el cual me saludó con una amplia sonrisa. Yo hice un movimiento de cabeza a modo de respuesta. 

-¿Quieres que te invite a otro? –dijo el pelirrojo señalando mi vaso vacío.

-No, gracias. Pago mis propias bebidas. 

-Bien.

Cuando creí que la conversación había finalizado, volvió a hablar haciendo que pusiera los ojos en blanco. ¿No podía disfrutar de la soledad?

-¿Cuántos años tienes?

-¿Nunca te han dicho que no se le pregunta la edad a una mujer? –alcé las cejas.

-Sí, pero eso solo se aplica a las viejas. Y por lo que veo, tú no tienes pinta de estar para nada vieja.

Sus ojos me recorrieron el vestido y las piernas para finalmente volver a mis ojos. Sonrió, aumentando las ganas de partirle la dentadura de un solo golpe. 

-¿Y de qué tengo pinta? –pregunté haciéndome la tonta.

-De estar buena. ¿Quieres bailar?

-No he venido sola.

-Pues lamento decirte que tu acompañante te ha dejado tirada. Si yo fuese él, no te hubiera dejado aquí sola.

-No está sola. Está conmigo –dijo una voz profunda detrás de mi. 

El pelirrojo hizo una mueca de disgusto antes de marcharse por donde había venido. Me giré para encontrar a mi héroe, que irónico. Le di una pequeña sonrisa antes de hablar.

-¿Qué haces aquí? 

-Pasar el rato, como tú. 

-No te imaginaba en un lugar como este.

-Entonces, ¿en qué lugar me imaginas mejor? –preguntó Axel burlón.

Sentí como me ponía roja; aunque podía disimularse por el calor que hacía allí. No entendía por qué me ponía tan nerviosa. Esquivé su pregunta cambiando de tema.

-¿Como está tu herida?

-Ya ha mejorado bastante.

Se levantó la camiseta y me dio una vista completa de su abdomen. Se marcaba cada uno de sus cuadraditos. Mi corazón empezó a latir rápido y tragué saliva. No había funcionado para nada cambiar de tema; lo había empeorado. Me fijé en la herida, solo quedaba una pequeña cicatriz. Se bajó la camiseta y me pasó el dedo índice por mi labio inferior. De un momento a otro mi pulso estallaría. Le miré a los ojos, porque aún tenía la mirada fija en su camiseta donde segundos antes había visto el cuerpo de un dios griego. Acercó su boca a mi oído.

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