El comienzo

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¡Dónde estoy!

¡Qué ha pasado!

¡Cómo he llegado hasta aquí!

No hay nadie. 

Estoy sola en un frondoso y profundo bosque desconocido. 

Estoy rodeada de una espesa niebla que es iluminada por la blanca e intensa luz de la luna llena. Parece que va a amanecer pronto.

Tengo mucho miedo y estoy aterrada.

Trato de calmarme, cosa que me lleva un buen rato.

Después de hiperventilar y tener casi un ataque de ansiedad, me fijo en la ropa que llevo puesta. Estas prendas no son mías. Llevo puesto un buzo holgado, parecido a los buzos naranjas que llevan los presos, de color blanco y en el cual está acoplado un cinturón. También llevo unas botas negras.

Me intento levantar, pero me doy cuenta que mi tobillo derecho no tiene buena pinta y además me duele una barbaridad. Para verlo mejor, me quito la bota. Para mi asombro, descubro un moratón enorme. Está morado e hinchado y no deja de dolerme.

A cinco metros de mí, veo una rama que se adapta muy bien a mi altura y podría usarla de muleta. Así que, raptando por el suelo, consigo alcanzarlo.

Para cuando me doy cuenta de lo exhausta que estoy, y tan solo he caminado unos escasos metros, caigo rendida al suelo y me quedo dormida. 

Aprovecho esta intervención para presentarme. Yo soy Lena, Lena Winchester. Soy una adolescente de dieciséis años normal y corriente, al menos eso es los que era antes de acabar en este extraño lugar. Entre mis gustos se encuentran  leer, ver series y películas. Además soy melómana, es decir, amo la música. Un rasgo que heredé de mi padre. 

Vivo, o por lo menos vivía, con mi madre Jane y mis hermanos mellizos pequeños Alan y Luke, de once años. Vivíamos todos juntos en un apartamento en Manhattan, Nueva York, junto con mi perro San Bernardo, Thor.

Desgraciadamente, mi padre falleció cuando tan solo tenía cinco años. Apenas lo recuerdo.

De vez en cuando, algún vago recuerdo me inunda la mente.  Aunque, cuando necesitaba que alguien me refrescará la memoria, siempre acudía a mi madre. Ella recuerdaba cada detalle de él. Siempre le preguntaba cómo era papá, cuales eran sus gustos, sus manías,... Solo conservábamos unas pocas fotos suyas, como la del día que se casó con mama. No le gustaba salir en las fotos.

Por eso, cuando cumplí diez años, mi madre me regaló una foto suya en la que salía sonriente. Por lo que me contó, la foto la sacó ella en el momento en el que mi padre estaba despistado y no se dió cuenta. Por eso parece tan natural y feliz.

Era alto y musculoso pero desde que nos tuvieron a mí y a mis hermanos, dejó de hacer deporte para pasar más tiempo con nosotros. Le encantaba tocar el piano. Era el pasatiempo que más le gustaba. De hecho, fue él quien me enseñó a tocar el piano a una temprana edad. 

Tenía una amplia y bonita sonrisa, una nariz de tamaño medio, y sus ojos eran de un azul cielo oscuro los cuales te atrapaban en su mirada. Su pelo era rubio, rubio avellana y no lo tenía muy corto. Su nombre era Connor. Por lo que nos explicó mamá, trabajaba en un laboratorio, pero a causa de un accidente de trabajo falleció hace unos once años.

Me despierto a causa de la poderosa luz de los rayos del sol la cual atraviesa mis párpados, causando que me despierte. Tengo esperanzas de haber soñado todo eso del bosque misterioso pero, lamentablemente no es un sueño. 

No llevo reloj pero por la posición del sol puedo calcular que serán aproximadamente las nueve de la mañana.

Cojo la rama para apoyarme y me dispongo a levantarme, cosa que me cuesta.

MetahumanosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora