Tiempo

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Tony Stark era un niño que tenía todo:

La inteligencia superior para lograr muy lejos.

El dinero suficiente para vivir cien vidas.

La apariencia de un ángel que encantaba a todos.

La personalidad atrayente que movía masas.

Una madre que lo amaba tanto que no había forma de medir el sentimiento.

Y también una enfermedad tan rara que acortaba su vida.

— Mamá, quiero volver a casa. Voy a morir, lo sé pero quiero que sea en nuestro hogar.

Su madre había contenido las lágrimas y aceptado. Ese mismo día fue llevado a su habitación después de meses hospitalizado.

Un profesor privado fue contratado para cumplir su deseo de ir a la escuela.

— Tony, no puedo llevarte ahí pero puedo traerlo para ti.

Y María lo hizo.

El hombre que apareció fue un hermoso rubio con ojos azules llenos de la emoción de vivir, era optimista y vibrante. La Señora Stark lo había escogido por esa misma razón. Se adaptó perfectamente con la pequeña familia.

Amaneceres con besos de 'buenos días' y desayunos alegres.

Las tardes eran del profesor y su alumno, llenas de conocimiento y actividades recreativas.

Cenas exquisitas en medio de charlas amenas.

La risa del pequeño Stark volvió para llenar el hogar de la calidez que la alegría causa.

— Profesor ¿Desea tener hijos?

— Siempre quise una familia y aunque suene tonto, así me siento contigo y con tu madre.

— Yo me iré, profesor.

Los ojos azules que el pequeño amaba se pusieron acuosos y Tony a la pequeña edad de cinco años lloró con su profesor cómo no lo había hecho desde que decidió hace meses no desear cosas que no conseguiría.

María los encontró así y decidió irse a su habitación a derramar sus propias lágrimas, esas que aguantaba delante de su hijo.

El tiempo pasó. Los meses que los médicos le dieron al pequeño niño se convirtieron en cuatro años que fueron felices empañados por momentos tristes.

La recaídas del pequeño eran difíciles de ver, aunque la enfermedad no causaba dolor normalmente cuándo lo hacia venía en forma de escalofríos, dolores de cabeza y vómito constante. Tony bajaba de peso hasta que sólo quedaba una sombra del niño, su cabello perdía su lustre y sus ojos se volvían vidriosos.

Pasaban meses en que debía estar conectado a numerosas máquinas pero aún así recibía a su madre y profesor con una pequeña sonrisa que ocasionaba a los adultos sentirse impotentes pero a la vez tan fuertes y orgullosos del niño que criaban.

Cuándo salía airoso de una crisis todos celebraban cómo si fuera la última vez que lo hicieran. Tony recuperaba su peso y de nuevo conseguía poner a todos de puntillas.

Pero cómo todo en la vida, debía acabar. La muerte es implacable y no olvida.

La mañana del cumpleaños número ocho de Anthony E. Stark fue soleada.

— Es un hermoso día para irse.

— Tony.

— Todo irá bien, mamá. El profesor va a cuidar de ti y tú vas a cuidar de él.

— Mi bebé.

La voz de María llevaba la desolación en su tono y su rostro mantenía un velo de tristeza.

— Te amo, mamá.

Y se fundieron en un abrazo tan lleno de amor que uno podía tocarlo.

Sollozos que provenían de la puerta los hicieron voltear hacia ella.

— Oh, profesor. No debe llorar, ya había calmado a mamá.

— L-lo siento Tony. Soy un bebé grande.

— Usted lo es.

— No te traje un regalo pero dime lo que deseas y te lo traeré. Sólo dame tiempo.

El rubio pidió, casi había implorado aunque todos sabían que lo que pedía era lo que menos había.

— El tiempo es el mejor regalo, profesor. Deme usted éste día por mi cumpleaños, por favor.

Cantaron el 'Feliz Cumpleaños.'

Vieron el atardecer.

Comieron pastel y muchos dulces.

Y al anochecer cuándo la luna salió enorme se acostaron los tres en la cama del pequeño.

— No quiero irme.

Un quejido salió del niño.

María no pudo más que enterrar su cabeza en el cabello de su hijo, absorbiendo el olor que pronto iba a desvanecerse. Tratando de darle fuerza, de no derrumbarse frente a su niño.

— No quiero dejarles.

El rubio no pudo soportar esos bellos ojos llenos de dolor mirando cómo si él pudiera darle la clave. Se sintió inútil y falto de lo necesario para ser digno del afecto de éste hermoso ángel.

— Quería crecer, ser más alto que Steve aunque no tenía mucha esperanza en eso pero bueno.

Un sollozo de los dos adultos salieron en medio de la risa del niño.

— Hacerme cargo de la empresa y darle a mamá muchos dolores de cabeza porque sería perseguido por muchas personas. Soy hermoso.

Los dos adultos rieron bajito.

— Darle nietos a mamá, porque seguro que ella quisiera uno o dos.

— No lo dudes, mi niño.

La voz de María sonaba rota. Besó la coronilla de su hijo.

— Profesor ¿Me hubieras ayudado a traerle nietos a mi mamá?

Steve acarició la mejilla del pequeño.

—Por supuesto que lo hubiera hecho.

— Gracias.

María y Steve sonrieron para el pequeño, estaban dispuestos a seguir haciendolo si eso lo hacía sonreír.

— ¡Quiero vivir, mamá! Quiero estar con usted, profesor ¡Lo quiero! ¿Por qué me sucede eso? ¿Soy un niño malo? ¿No soy lo suficiente para quedarme?

Tony exploró en una letanía de deseos incumplidos, quejas contra el mundo y diciendo lo mucho que los amaba. Lloraron y gritaron. En toda la casa se escuchaba los lamentos y sufrieron con ellos.

Horas pasaron, los gritos perdían la fuerza y la habitación se sumó en un silencio tranquilo que fue roto por una voz infantil que sonaba a resignación.

— Ya todo va a acabar. No voy a sufrir más y ustedes tampoco. Los amo.

El niño cerró los ojos con una sonrisa luego de recibir y dar besos, abrazos y mimos para toda una vida.

Los adultos lo envolvieron con sus cuerpos hasta que dejó de respirar.

Puede que la vida de Tony haya acabado pero su recuerdo jamás se iría.

Sus dos personas amadas no dejarían que eso pasara.

Lloraron en el funeral y entierro.

Lo siguieron haciendo hasta que no quedaron más lágrimas en su cuerpo. 

Y luego vivieron lo mejor que pudieron.





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