Opciones inesperadas

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-Parece como si tus piernas fueran a romperse pronto- Evelyn soltó una carcajada mientras miraba a su mejor amiga, lady Charlotte Davis, que rechazaba a los jóvenes que se acercaban para pedirle un baile con el pretexto de sentirse cansada, aunque la verdadera razón era que sus hermosos zapatos de diseñador la estaban matando.

-No todas nos atrevemos a llevar botas de campesina a un baile formal- le dijo Charlotte entre broma y fastidio.

Evelyn se encogió de hombros admitiéndolo. Por debajo del vestido sus delicados piececitos de veí­an enfundados en unas botas que usaba para hacer trabajos de jardinería.

-Ojala pudiera tener la energí­a de Diana. Incluso encontraría suficiente fuerza de voluntad para intentar hablar con Lord Astor- ambas se giraron a mirar como Diana se acercaba lentamente al grupo de caballeros que se encontraba del otro lado del salón.

No podí­a permitir que su pequeña hermana se metiera en más problemas de los acostumbrados. Ella misma podía ser algo abierta con sus opiniones, pero no se acercaba a comenzar una conversación con uno de los más famosos seductores del continente. Necesitaba alejarla de ahí­.

-Disculpa un momento Charlotte, necesito hacerla de guardián- dijo con fastidio mientras se alejaba.

-Guardián de qué?- le susurro su amiga mientras se alejaba.

"De la virtud" pensó con antipatía. Era irónico que ella defendiera semejante idea cuando se había plantado en aquel lugar abarrotado de gente con la sola idea de tener una enloquecedora aventura durante el resto de la temporada. Lo único que le faltaba era encontrar al caballero adecuado para recibir semejantes atenciones de su parte. Pero bien sabí­a que aunque pretendía disfrutar de aquellos placeres, no pensaba hacerlo con alguien como Michael Astor.

Mientras se acercaba a su hermana, que ya hablaba con el Duque y el Marqués de Hastings, buen amigo suyo y de sus padres, no pudo evitar concentrarse en la magnifica figura de Michael. Era bastante alto, vestido elegantemente, pero ni siquiera el traje de noche podí­a ocultar el cuerpo fornido y casi salvaje que se escondía debajo. Sus muslos musculosos, propios de un jinete experimentado se pegaban contra los pantalones de vestir de manera magnifica y los bien fornidos brazos ceñían al saco oscuro. Levantó la vista hacia su fuerte cuello hasta que sus ojos se posaron en aquel rostro de ángel: piel nívea, barba tupida cubriendo su mandíbula cuadrada y todo ello en armoní­a con unos enormes ojos azules del color de los zafiros.

Lo que no esperaba era ver esos ojos clavados en los suyos cuando sus miradas se encontraron. Sus pies le ordenaron que se detuviera, pero su mente lo desafío enarcando una ceja mientras llegaba al grupo.

En cuanto se detuvo, hizo una reverencia y se acerco instintivamente a su hermana.

-Diana, no esperaba encontrarte aquí­- le dijo mientras la miraba con ojos reprobatorios y se cogí­a los costados de la falda para no darle un pellizco a aquella mocosa.

Su hermana estuvo a punto de replicar, pero una voz ronca, grave y muy masculina interrumpió el silencio.

-No la reprenda, señorita Fairchild. Su hermana estaba siendo muy gentil en contarnos una historia bastante divertida para no morir del aburrimiento- contestó Michael con sus ojos aun clavados en Evelyn. Y no parecía que se fueran a despegar de ella en un largo rato.

-¿No le parece extraño que estas fiestas no le resulten excitantes tomando en cuenta que se realizan en su casa?- soltó Evelyn un tanto contrariada por la sonrisa sensual que se extendía por el rostro de Michael.

-Los bailes no podrían excitarme tanto como otras cosas...

Evelyn pensó que si en ese momento hubiera tenido una copa de champan la hubiera escupido toda. Incluso ella siendo una novata en asuntos sensuales sabia que aquel hombre estaba hablando de placeres que tenían lugar en dormitorios a media noche.

Sebastián carraspeo en eso momento, consciente de la atmosfera que se formaba a su alrededor y algo divertido por la mirada de confusión que se reflejaba en el rostro de Diana Fairchild. De pronto se sintió generoso con su amigo y decidió darle un regalo inmerecido dado la paliza que le había dado en el cuadrilátero aquella mañana en el club.

-Señorita Diana, seria tan amable de honrarme con esta pieza- extendió su mano hacia la joven que parecía sorprendida, aunque algo contrariada porque aquella invitación no venia de parte del Duque de Astor. Asintiendo, tomo la mano del Marqués, dirigiéndose a la pista.

Evelyn los miraba alejarse con desesperación. No quería quedarse a solas con Michael. No quería estar ahí­ perdiendo el tiempo cuando bien podí­a estar buscando al hombre que cumpliera con sus requisitos o en todo caso, sus fantasí­as. Por qué Evelyn Fairchild tenía fantasí­as y no podrían calificarse de inocentes. Moriría antes que casarse sin conocer los placeres de los que mujeres con mayor experiencia hablaban en susurros. Sabí­a que su matrimonio seria orquestado por sus padres, sin ninguna opinión de su parte así que antes quería vivir y cometer uno y mil deliciosos errores.

-Parece usted un tanto dispersa querida- observó Michael con una media sonrisa en los labios- ¿Se puede saber a quien busca con tanta insistencia?

Hasta ese momento Evelyn no habí­a reparado en que lo estaba ignorando vilmente pero su mente no pudo ignorar de ninguna forma la palabra "querida" y menos dirigida de parte de tan formidable hombre.

-Solo evaluando mis opciones- soltó antes de darse cuenta de lo que estaba confesando.

Tan pronto como las palabras salieron de su carnosa boca supo que habí­a cometido un enorme error. Michael la miraba con franca sorpresa mientras ella solo podí­a horrorizarse con su imprudencia.

- ¿Opciones? Ya veo...- susurro Michael que parecí­a haberse recuperado y ahora la miraba con franco interés- ahora me siento un tanto obligado a preguntar, ¿de qué opciones habla?

Porque él estaba más que dispuesto a ofrecerse como opción para cualquier cosa que ella necesitará. O deseará, pensó mientras sentí­a como cada musculo de su cuerpo se contraí­a al pensar en satisfacerla en todos los aspectos. Dejarla seca, exhausta y placenteramente saciada.

Evelyn lo miró sin saber como continuar con aquella conversación a medias. Había algo en él que la hacia sentirse incomoda, pero extrañamente segura.

Le dio la espalda mientras miraba a todas parejas bailando elegantemente en la pista. El movimiento de las faldas femeninas la hipnotizaba por segundos.

De pronto sintió como una pared cálida y dura de pegaba a su espalda con cuidado y unos labios se acercaban a su oído.

-Podríamos fingir que no entendí lo que se refería, pero creo que seria inútil- exhalo su cálido aliento en su oí­do, sintiendo como un escalofrío le recorrí­a toda la columna vertebral y se estremeció- O quizá...podrí­a fingir que sus zapatillas la molestan y yo muy amablemente me ofrecerí­a a llevarla a un lugar más tranquilo para examinar su piececito atormentado- dijo esto ultimo de una forma que hizo la sangre se le calentará.

Se sentía más turbada de lo que nunca lo había estado en su vida, pero la turbación pronto dio paso a la incredulidad y después a la furia. No era una mojigata que nunca hubiera compartido uno que otro inocente beso en algún pabellón oscuro de un jardí­n, pero aquella propuesta la hacia sentir como una mujerzuela y no lo era.

Dándose vuelta rápidamente encaro a aquel demonio de ojos azules.

-Le agradezco mucho su propuesta tan educada y caballerosa milord- sonrió de la forma más encantadora que pudo y vio como una sonrisa lobuna se extendía por su bello rostro, mostrando el claro entendimiento de que le darí­a lo que querí­a- pero estoy perfectamente bien- se levantó de forma descarada la falda lo suficiente para mostrar sus botas desgastadas- como usted podrá observar, no necesito su ayuda para ir a donde yo quiera y con quien yo elija- le soltó aquello ultimó con saña mientras hacia una reverencia y se alejaba dejándolo con la palabra en la boca.

La trampa del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora