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La muerte de Lucy Watson había fracturado la precaria confianza que se tenía como ciudadano. No era precisamente por la simpatía que la bella mujer despertaba en la sociedad británica, sino por la brutalidad del crimen cometido. Ninguna mujer, dama o no, se merecía tal destino. Cuando Scotland Yard llegó a la escena del crimen, en la residencia de la señorita Watson, encontraron todo en su lugar exceptuando la habitación donde se encontraba el cadáver sumergido en la bañera de color bronce. El cuerpo estaba pálido, cubierto únicamente por la transparencia del agua; lo más relevante era la posición del mismo y las inconfundibles marcas violetas que había alrededor de su delicado cuello. Había sido estrangulada hasta la muerte. La policía no se sentiría tan sorprendida si la victima hubiera sido una mujer de baja cuna, tal vez una prostituta en el barrio de Whitechapel pero esto era distinto.
Se hicieron las investigaciones pertinentes, dando casi por hecho que el perpetrador había sido un hombre, uno con la suficiente fuerza para matar a otro ser humano con sus propias manos y dada el estado de desnudez del cadáver era lógico pensar que había sido un crimen pasional. Esto llevo a que la policía hiciera una lista con los posibles sospechosos del crimen, poniendo especial atención en todos aquellos hombres que habían estado o estaban relacionados con Lucy Watson. Era de esperarse que el nombre de Michael estuviera en aquella lista, siendo conocido su anterior romance, un romance que ninguno de los dos había intentado ocultar.
La policía se presentó en Astor Park con la intención de llevar a cabo un interrogatorio. Michael, al saber la situación y la razón de la visita de los inspectores de Scotland Yard, accedió inmediatamente a contestar cualquier pregunta. El inspector Andrew Lawrence, un hombre maduro pero enérgico y prácticamente casado con su trabajo, había dirigido la larga lista de preguntas hechas al duque con un grupo numeroso de policías custodiando todas las entradas y salidas de la mansión. Era propio que en situaciones como esta, las personas salieran huyendo, haciendo más evidente su culpabilidad.
Después de lo que pareció una eternidad, el inspector Lawrence se quedó mirando a Michael Astor en silencio. Estaba seguro que no huiría, ni hoy, ni mañana, ni el día siguiente. Dada su profesión y su larga experiencia con criminales, solía desconfiar de todo y de todos, incluso la facción más ilustre de la sociedad era capaz de cometer los actos más viles pero en esta ocasión estaba más dispuesto a creer que el duque no tenía nada que ver con el asesinato. Y cuando sus informantes habían asegurado que numerosos testigos lo habían visto en casa de un aristócrata en compañía de su prometida, lo descartó por completo. Astor había contestado todas sus preguntas con la mayor franqueza posible, incluso aquellas que resultaban de lo más íntimas e impropias pero que Lawrence se había acostumbrado a hacer y que Michael contestó con toda la naturalidad que la situación lo permitía.
Así pues, la policía abandono Astor Park. Lawrence tenía los ojos puestos en alguien más. Siendo el hombre experimentado que era, su lista de sospechosos contenía otros nombres. Tacho el nombre del hombre al que acababa de interrogar solo para mirar fijamente el siguiente: Dawson Edwards, el último amante de Lucy Watson.
***
-¿Cuándo va a llegar el día que dejes de deslumbrarme?- le preguntó Michael muy serio mientras la miraba descaradamente de arriba abajo.
Estaban listos para ir a la opera. Era la noche antes de su fiesta de compromiso y para calmar los ánimos exaltados de las damas, los caballeros decidieron amenizar la noche con un evento que pudiera servir como un bálsamo antes de la gran noche que llevaban planeando durante semanas.
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La trampa del Duque
RomanceEvelyn Fairchild desea con todas sus fuerzas una última aventura. No es que las tuviera anteriormente pero sería la última antes de verse obligada a casarse con un hombre sin rostro, alguien a quien ni siquiera había conocido pero que estaba a punto...