Pasión y libertad

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No sabia a ciencia cierta como explicar su presencia en el vestíbulo de Astor Park, la residencia del Duque y contra toda lógica, tomando el te con lady Winifred Astor. La señora era amable y dulce pero su porte era tan imponente que no podía evitar intimidar. Evelyn pensó que era comprensible tener una presencia tan apabullante como el Duque con aquella señora por progenitora.

Se disponía a disculparse por milésima vez con lady Astor, cuando esta levantó la mano persuadiéndola de que no lo hiciera.

-Querida, no es necesario que te disculpes. En realidad, te agradezco que hayas venido. No suelo tener mucha compañía femenina y mi hijo casi nunca esta en casa, tomando en cuenta los numerosos asuntos que tiene que atender- dijo la señora con voz firme, pero cándida.

-He venido precisamente a buscar al Duque, su señoría- estaba nerviosa, pero tenía que terminar lo que había empezado.

-Oh querida, no tienes que llamarme así­, me gustaría que me dijeras por mi nombre de pila, además estamos aquí solas­ donde no tenemos que mantener las formas- le guiñó un ojo azul mientras sonreía.

-Gracias, su seño... - la señora la miró con el ceño fruncido- Winifred- dijo con turbación mientras lady Winifred  volvía a sonreír con cariño.

En su interior, lady Winifred estaba algo turbada porque una jovencita casadera, sin doncella que la acompañara, viniera sola a la casa de un hombre soltero y casadero por igual. Al principio pensó que se trataba de alguna de las conquistas de su hijo porque no era un secreto para ella ni para prácticamente nadie que su hijo se divertía de lo lindo. Pero al ver de quien se trataba y de que la muchacha en cuestión había llegado echando chispas por los ojos, visiblemente enojada supo que no se trataba de una visita amistosa.

Mientras la observaba tomando la taza con toda elegancia, se preguntó porque Michael no podía fijarse en una mujer así­. Era bonita, educada, de buena familia, con clase, educación y una dote apropiada. A no ser que ella estuviera ahí­ precisamente por eso. Tal vez Michael había decidido sentar cabeza y si no, tal vez solo necesitaba un empujoncito o una patada de caballo.

-Así­ que dime querida, ¿tienes un asunto importante que tratar con Michael?

Evelyn casi escupió el te. No estaba preparada. Todo el camino de casa a Astor Park pensó que tratará directamente con cierto demonio de ojos azules.

-Es una cuestión de diferencia de opiniones- dijo, intentando esquivar la pregunta de la dama.

Lady Winifred estuvo a punto de replicar cuando se escucharon cascos de caballos en la entrada.

Evelyn sintió como se le tensaban todos los músculos y comenzó a contar hasta 100 mentalmente para intentar calmar los nervios. Cuando apenas iba en el numero 20 se escuchó el abrir de puertas y una voz profunda invadió el vestíbulo.

-Thomas, ¿esta mamá en casa? - una voz profunda le pregunto al mayordomo.

-Si, señor. Tiene visitas en el saloncito verde- la voz seria y neutral del mayordomo contesto inmediatamente a la pregunta de su amo.

Lo único que se escucho fue un quedo "gracias" mientras unos paso firmes se acercaban a donde estaban las damas.

De pronto apareció su alta y escultural figura en el marco de la puerta. No quería sentirse deslumbrada pero no pudo evitarlo. Llevaba una camisa blanca con un chaleco azul marino que solo hacia resaltar más el color celestial de sus ojos. Tenía el cabello negro bien peinado y aun así­ un pequeño mechón de cabello rizado le caía­ por la frente. Al mirarlas a ambas abrió los ojos algo azorado, pero inmediatamente pareció recomponerse porque esbozo una sonrisa deslumbrante, mostrando una dentadura perfectamente blanca bajo la tupida barba bien cuidada. No pudo hacer nada más que mirarlo embobada.

La trampa del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora