Las luces resultaban preciosas formando un hermoso caleidoscopio de colores en el cielo nocturno. En ese aspecto, Emily, o Em, como su familia la llamaba cariñosamente, era una niña. Siendo una persona extremadamente sencilla, incluso para el ambiente familiar en el que se había criado, le gustaban el brillo en las cosas más sencillas: los primeros destellos del amanecer, la sonrisa bondadosa de Evelyn y la más traviesa de Diana, las gotas de rocío encima de los pétalos de una bonita flor, las joyas simples y delicadas. La admiración de la jovencita no se debía al valor económico que las cosas pudieran tener, sino a la belleza que ese brillo les concedía. Ese mismo que ahora hacia resplandecer el cielo.
Aquel fulgor consiguió que se olvidara tan solo por instante del hombre que se encontraba de pie a su lado y que en cuestión no podía estar más conmocionado por tenerla ahí, junto a él.
James, quinto conde de Welsh, era un hombre imponente y carismático a partes iguales. Si había algo de lo que no carecía era de confianza, excepto si esta involucraba a Emily Fairchild. Su obsesión había iniciado unos años atrás, un día que se encontraba paseando en Hyde Park montado en una impresionante pura sangre negro azabache. Mientras se dedicaba a observar los alrededores encima de su montura no pudo evitar notar a una jovencita que se acercaba encima de un caballo blanco. La belleza de aquella chiquilla era algo digno de admirar. Su esbelto cuerpo estaba grácilmente sentado en la silla de montar mientras el traje color borgoña se cernía sobre su delicada figura de una manera exquisita. Todo aquello era perfectamente normal, se dijo a sí mismo, consciente de que había visto y disfrutado de un buen número de mujeres bellas pero algo cambio en él cuando por fin pudo verle el rostro. No sabía que la estaba observando sin disimulo hasta que los ojos azules de la muchacha se posaron en los suyos y algo en su interior se encendió. Lo miraba con curiosidad, como si no entendiera la razón de su insistente mirada, como si ella no fuera la criatura más hermosa que hubiera existido jamás y precisamente ese absoluto desconocimiento de su propio atractivo solo consiguió avivar más las llamas en su interior. Se sintió incomodo al comprobar con sus propios ojos que la dama era apenas una niña, de unos 16 años por lo menos, aunque su cuerpo estaba bien formado, con unas preciosas curvas, piernas torneadas y pechos redondos y llenos. La chica pareció notar sus ojos chocolate bajando y examinando su cuerpo porque de pronto desvió la mirada, agachando la cabeza mientras su preciosa melena de pelo rubio le cubría el rostro.
Su corazón se aceleró al comprobar el sonrojo en esa piel blanca y perfecta. Y un deseo casi irrefrenable le nublo la mente. Fue un verdadero milagro que no se cayera de su montura.
A lo largo de ese tiempo había averiguado la identidad de aquella jovencita y se había convencido a si mismo de que no tenía ningún sentido alimentar una fascinación con una niña. Y había seguido viviendo, disfrutando y divirtiéndose pero en sus recuerdos siempre prevaleció el recuerdo de los ojos azules de Emily Fairchild.
El recuerdo del beso que habían compartido se agolpaba en su mente y no pudo evitar mirarla con anhelo. Emily notó sus ojos fijos en ella. Sentía su presencia, su magnetismo y tuvo miedo.
-¿Se encuentra bien?- le preguntó James en tono contenido, notando su evidente confusión.
Por fin tuvo el valor para mirarlo a los ojos. Y ahí estaba ese ardor, esa pasión contenida a duras penas.
-Si milord. Solo un poco agitada...creo que...- carraspeo brevemente mientras intentaba conservar la calma- creo que necesito caminar un poco. Quizás el movimiento me ayude.
-Por favor, permítame acompañarla. Solo esperemos a que el espectáculo termine- indicó con un movimiento de cabeza el panorama frente a ellos. Pareció dudar antes de seguir hablando pero al parecer decidió que no le importaba- con estas luces, sus ojos se ven más azules de lo que ya son- soltó con voz ronca sin dejar de mirarla.
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La trampa del Duque
RomanceEvelyn Fairchild desea con todas sus fuerzas una última aventura. No es que las tuviera anteriormente pero sería la última antes de verse obligada a casarse con un hombre sin rostro, alguien a quien ni siquiera había conocido pero que estaba a punto...