A la mañana siguiente el futuro matrimonio se anunció de la forma más sencilla posible después del desayuno, seguido por una horda de felicitaciones, abrazos y muestras de afecto. Incluso Diana acepto de buena fe la noticia, con una sonrisa nostálgica en el rostro, bajo la atenta mirada de los ojos verdosos del Marques de Hastings. El conde Fairchaild por su parte estaba profundamente satisfecho, no solo por la seguridad que esta unión le otorgaría a su bien amada hija sino también por la profunda unión que se percibía en los novios. Michael le había declarado sus intenciones de forma clara anteriormente así que por él podían casarse a la mañana siguiente. Susan Fairchild, por otro lado, no pensaba lo mismo. Ella deseaba la boda más fastuosa que todo el continente hubiera visto. Para colmar los deseos de su suegra, Michael le aseguró que todo sería al gusto de las damas Fairchild, con lo cual la condesa se sintió complacida aunque Michael no se estuviera refiriendo a ella en concreto mientras miraba de forma soñadora a su prometida, la cual lo compensó con una sonrisa llena de dulzura, con una pizca de malicia, rememorando la noche que habían pasado juntos y todo lo que habían hecho.
Se acordó volver a la ciudad esa misma tarde; después de todos los preparativos de la boda no podían esperar, sin mencionar que primero se tenía que ofrecer la fiesta para anunciar el compromiso delante de la sociedad londinense. A decir verdad Michael deseaba ofrecer la fiesta con el único propósito de tener la excusa perfecta para poder pasar la mayor cantidad de tiempo posible con Evelyn. Que mejor excusa que visitarla en la víspera de su casamiento? Aunque deseará mucho más que eso. Sabía que ya no podría mantener las manos alejadas de su prometida y cada vez que escuchaba a la condesa mencionar los muchos detalles que se tenían que contemplar o que la planeación podía durar varios meses sentía que le dolía la cabeza. Lo primero que haría regresando a Londres seria comprar el anillo de compromiso más fabuloso y conseguir una licencia especial para adelantar el casamiento todo lo posible. Dios sabía que su paciencia tenía un límite. Si había algo que le gustaba en esta situación era ver el disgusto que le provocaba a Evelyn la espera al igual que a él mientras fruncía el ceño de forma adorable. Se sintió aliviado al pensar que bien podrían seguir escabulléndose por las noches para tener un poco de intimidad. Esa misma madrugada la había ayudado a vestirse con rapidez para después llevarla en brazos, adormilada, a su habitación. La deposito en la cama para después cubrirle el hermoso rostro de besos y cubrirla con las suaves mantas.
El dolor que había sentido al dejarla ir le hizo comprender que esa era la única forma en la que podría sobrevivir a los meses posteriores a la boda: robando momentos cada vez que la oportunidad se presentará. Esa misma tarde, justo cuando estaba a punto de abandonar su cuarto, Michael se giró en el marco de la puerta de su habitación, contemplado la cama en la que habían hecho el amor. El recuerdo le enardeció la piel como si lo hubieran lanzado a las llamas y estas en vez de consumirlo se habían mezclado con su piel, calentándola, rayando en lo insoportable. Se endureció casi al instante, su cuerpo lleno de tensión al pensar en los momentos de inmenso placer que se habían prodigado mutuamente la noche anterior y se prometió que volverían cuando ya estuvieran casados; ahora esa casa era un recuerdo glorioso de la seducción y posterior rendición de su dulce y antes virginal Evelyn.
En los siguientes días, ya de vuelta a la ciudad, los preparativos comenzaron con el anuncio público del compromiso y la preparación de la fiesta que se ofrecería unos días antes de la boda. A pesar de que la condesa Fairchild llevaba la batuta en muchos de los menesteres relacionados con la ceremonia y el posterior banquete que se celebraría, Michael le advirtió de una forma no tan sutil que no esperaría más de un mes para ser un hombre felizmente casado y la verdad sea dicha, para sentirse el dueño de Evelyn. Como era de esperarse, la condesa no aceptó esto de buena gana pero no le quedó otra opción viendo la expresión llena de determinación en el semblante de su señoría y no estaba dispuesta a convertiste en la persona que exasperara a semejante hombre.
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La trampa del Duque
RomanceEvelyn Fairchild desea con todas sus fuerzas una última aventura. No es que las tuviera anteriormente pero sería la última antes de verse obligada a casarse con un hombre sin rostro, alguien a quien ni siquiera había conocido pero que estaba a punto...