Después de unas semanas, Evelyn se hizo a la idea de que no se iba a librar tan fácilmente de Michael. Se lo encontraba en todas partes: en el parque, en el teatro, en cada uno de los bailes a los que era invitada. No sabía si el duque lo hacía con afán de protegerla o simplemente porque le divertía fastidiarla. Si solo supiera que a veces el deseo opacaba la molestia que sentía al verlo en cada una de aquellas ocasiones. Su relación se había convertido en una extraña amistad, ni siquiera sabia como describirla.
Todo parecía un ciclo que se repetía infinitas veces: en cada ocasión lo veía hablar con un grupo de caballeros y al siguiente instante lo tenia pegado a las espaldas, la saludaba educadamente al igual que a sus hermanas y a continuación le ofrecía el brazo para caminar, con una absoluta apariencia de decoro y era solo apariencia porque en el mismo instante que no tenia a nadie cerca le susurraba confesiones atrevidas al oído como si el hecho de que fuera una criatura completamente sexual fuera un secreto. Sus confesiones no iban dirigidas precisamente a ella, pero siempre parecían encajar perfectamente en sus propias características. Aquella noche no era la excepción. Mientras hablaban y caminaban por el jardín de la anfitriona, la duquesa de Ashford, ella cogida de su brazo, Michael le explicaba muy diligentemente porque le encantaba el color rojo y más si la dama poseía una extraordinaria piel blanca. Una total coincidencia tomando en cuenta que esa noche Evelyn llevaba puesto un vestido rojo sangre que le dejaba descubierto los delgados hombros, hasta las cimas de los pechos.
Quería concentrarse en su misión, pero siempre que Michael aparecía, monopolizaba su atención y al final de cada noche ya no podía recordar porque no había hablado con alguien más. Sin mencionar la imponente presencia del duque; ningún hombre parecía atreverse a reclamar su atención teniendo a alguien más parecido a un ángel caído que a un hombre al lado.
Esa noche no era la excepción. Desde que había llegado hasta esos momentos en que paseaban por el jardín al borde del famoso laberinto de la mansión de los Ashford, conocido por sus escandalosos encuentros amorosos, no había estado en compañía de nadie más y sin saber cómo avanzaron hasta llegar a una pequeña glorieta con una banca de hierro forjado.
-Creo que deberíamos regresar- le susurro a Michael en un intento de retroceder, pero el brazo que sostenía el suyo no parecía ceder.
-¿Por qué?- le pregunto con una sonrisa de lado- ¿le aburre mi conversación?
-No es eso...- se detuvo intentando pensar una buena excusa mientras esos ojos azules se clavaban en los suyos con insistencia. Debería retar a cualquiera a sumar dos más dos cuando tenían esos ojos fijos en los suyos- es que no resulta apropiado que estemos solos aquí milord. Este lugar es bien conocido por...
-Sus encuentros ilícitos- concluyo Michael interrumpiéndola- pero eso no es lo que le pregunte querida, ¿le aburre mi conversación? ¿o no será que...? - le soltó el brazo mientras se ponía enfrente de ella. Comenzó a caminar lentamente hacia ella, obligándola a retroceder hasta acorralarla contra el seto a sus espaldas; levantó sus musculosos brazos y los puso a ambos lados de la cabeza femenina, dejándola entre sus brazos.
-¿A no ser que...?- la voz de Evelyn era débil y un ligero temblor le recorría todo el cuerpo.
-No he podido dejar de mirarte desde que entraste por esas puertas- la miraba a través de sus pestañas- ¿Por qué me haces esto? - le preguntó mientras exhalaba y su aliento mentolado le acariciaba los labios entreabiertos. Evelyn no pudo evitar pasar la lengua por ellos consiguiendo que los ojos de Michael se enfocaran de sus ojos a su boca cada pocos segundos.
-¿Hacer que?- el deseo le nublaba la mente, envuelta en una densa niebla- No entiendo...
-Ese vestido... ¿sabes lo que me hace? - bajo uno de sus brazos, tomando la mano izquierda de Evelyn, que tenia los brazos pegados a los costados y la coloco bruscamente sobre la bragueta de su pantalón- esto me hace.
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La trampa del Duque
RomanceEvelyn Fairchild desea con todas sus fuerzas una última aventura. No es que las tuviera anteriormente pero sería la última antes de verse obligada a casarse con un hombre sin rostro, alguien a quien ni siquiera había conocido pero que estaba a punto...