Evelyn no sabia a ciencia cierta que era lo que había pasado después de aquel día. Mas tarde dieron un paseo por los bellos y extensos jardines de Astor Park. Al llegar a casa se sorprendió al pensar en lo absorta que había estado en la conversación. No habían hablado de cosas profundas, pero parecía que cualquier tema, por superficial que resultara, sonaba interesante en los labios de alguien como Michael. Era inteligente, con una menta aguda y afilada, un sentido del humor sarcástico y cínico que resultaba encantador. Tenia la facilidad de hacer bromas y reírse de si mismo sin dificultad. Y mientras más lo miraba y lo escuchaba, más envolvente resultaba. Era peligroso y aunque su mente fuera fiel no serviría nada si su corazón la traicionaba.
Después de despedir a Evelyn y verla partir por la glorieta de la entrada y sucesivamente por la larga y majestuosa entrada, Michael estuvo distraído toda la tarde. Se dijo que solamente se debía a la sorpresa de verla aparecer en su residencia de forma tan abrupta pero una incomodidad desconocida lo invadía. Mientras la noche se acercaba, se encontraba sentado detrás de su escritorio en su despacho de la planta baja. Hojeaba incansablemente algunos libros de contabilidad relacionados con una de las múltiples propiedades que poseía, pero no lograba encontrar la concentración que tanto necesitaba. Y a decir verdad tampoco la motivación. Lo motivaba más pensar en Evelyn. Le gustaba la forma que tenia de expresar sus opiniones, no era autoritaria, pero si firme en sus convicciones y eso era algo que lo complacía enormemente. Ella de ninguna manera agacharía la cabeza ante ningún hombre, aunque se tratara del mismísimo príncipe regente.
Un típico hombre ingles preferiría a una mujer sumisa, callada y útil para lo puramente necesario: atender una casa y procrear un heredero, si le daba más de uno ya era un mero lujo. Pero él no. Tal vez esa era la razón de que sus antiguos amores y vaya que habían sido muchos, no le calaban en lo hondo. Llegaban a la primera capa de su impenetrable corazón y nada más. Había muchas mujeres hermosas con las cuales divertirse y disfrutar, el problema consistía en que ninguna decía las cosas por creencia personal sino para intentar complacerlo y eso lo aburría soberanamente.
Ese no era el caso con su diosa de los ojos verdes. Era directa pero dulce, impertinente pero propensa a tener esos maravillosos sonrojos cada vez que se daba cuenta que había dicho algo que era mejor callar. La piel roja de sus mejillas no hacia más que encender la sobrecalentada imaginación de Michael. El solo imaginar ese sonrojo extendido por todo su cuerpo, hasta sus partes más íntimas, que su piel suave se tornara roja al besarla y que la blancura de sus pechos se encendiera por sus lametones no hacia más que inflamar su pasión.
Y de repente las fantasías daban paso a la realidad que no se le antojaba nada placentera. No quería compartirla, se decía una y otra vez mientras luchaba consigo mismo sabiendo perfectamente que la mujer en cuestión no era suya. Como si el pequeño beso que le dio resultara una declaración de posesividad en toda regla. Se llevo el pulgar a la boca, pasándolo por encima de su sensual boca, recordando primero el suave beso que le había dado y después el beso rápido y fogoso que no pudo evitar obsequiarle a continuación. Se excito mientras ella había lanzado un pequeño gemido. Se imagino como seria absorber sus gemidos y jadeos cubriendo su demandante boca con la suya mientras se encontrará encima de ella dándole placer, haciendo que se retorciera y gritará su nombre una y otra y otra vez. Ella le suplicaría parar, agotada y él le exigiría más y más hasta dejarla extenuada.
Miraba por la ventana mientras el sol se ponía en el horizonte, envolviendo la estancia de un anaranjado rojizo. Nunca había sido el noble caballero montado en un corcel blanco que se comportaba con respetabilidad, pero no le quedaba más remedio que jugar ese papel y aun así le seguía fastidiando el rechazo de la jovencita. Se consoló al pensar que podría estar cerca de ella mientras continuara con su plan de encontrar una aventura para la temporada. Después de todo estaba casi seguro de que él era el único que sabia sus verdaderas intenciones. Dudaba mucho que el conde Fairchild y su esposa supieran una sola de sus intenciones. Pero ver el resultado de sus esfuerzos en la forma de un imbécil rodeándola con sus aborrecibles brazos cuando eran sus brazos los que debían cernirse alrededor de su cuerpo lo sacaba de quicio. Imaginar que otro le susurrara palabras apasionadas al oído sabiendo que podía ser él quien le dijera las cosas más escandalosas y perversas mientras le prometía uno y mil placeres lo molestaba lo indecible. Y así, al llegar la hora de la cena su humor resultaba tan sombrío que incluso Thomas y el resto de la servidumbre se limitaron a atenderlo con el mayor cuidado y silencio posibles.
Michael sabía que podía calmar sus apetitos sexuales en un tronar de dedos. Bastaba ir a un establecimiento dedicada a las artes amatorias, un burdel o simplemente hacer acto de presencia en alguna casa habitada por una mujer hermosa, apasionada y desinhibida. Pensó en Lucy Watson, una mujer atrevida y ruda en el dormitorio pero que carecía de un corazón noble, o más bien dicho de un corazón en toda regla. Inmediatamente descartó la idea. No era que no estuviera de humor para un revolcón, el problema era que sus gustos se habían trasladado a una damita de cabello negro, ojos verdes y una piel blanca y tersa que hacía que su miembro se removiera inquieto, preso de añoranza. Tal vez visitar a Lucy no era tan mala idea después de todo...
Era medianoche cuando su visitante se levantaba de la cama para vestirse de esa forma pausada que hacia que su corazón se acelerara. Había sido formidable, excepcional como siempre. Sus extremidades se sentían placenteramente dolorosas por la cantidad de posturas de las que había sido víctima. Lucy lo miraba con deseo creciente mientras él cubría su magnífica desnudez, dándole la espalda. Aun así pudo ver su pecho musculoso a través del espejo del tocador que tenia enfrente. Se sentó en la cama desecha sin molestarse en cubrir sus pechos con la sabana mientras lo miraba con una rubia ceja enarcada.
-¿No piensas quedarte?- dijo con voz pastosa a causa del poco descanso que Michael le había permitido disfrutar.
-No. Tengo asuntos que atender mañana temprano y necesito regresar- le contestó Michael con tono indiferente mientras se abrochaba los botones de la camisa y se volteaba para mirarla.
-Puedes quedarte cariño- se puso a gatas en la cama- todavía nos faltan algunas cosas por hacer- le susurro en tono provocador mientras se bajaba de la mullida cama y se ponía enfrente de él, dueña de su esplendida desnudez.
Michael pasó de largo, esquivándola, en dirección a la puerta.
-Resulta tentador querida pero ya tuve suficiente por hoy.
-Nunca pareció ser suficiente antes- su tono era de reproche y enfado.
Michael se volteo mientras la miraba sin emoción.
-Creo que seria mejor ya no vernos- dijo con tono firme y despreocupado.
Lucy lo miró mientras sus grandes ojos azules se salían de sus orbitas.
- ¿¡No estarás hablando en serio?!- su voz subió varias octavas, escandalizada por semejante confesión. Eso no podía estar sucediendo. Ese hombre era suyo, así como ella era de él. No le permitiría separarse de ella. Jamás.
-Por supuesto que sí. Yo siempre hablo en serio y lo sabes- le dijo en tono de advertencia, desafiándola a que le dijera lo contario- esto ya no funciona para mí.
-¿¡Porque?!- grito desesperada- ¿es que acaso ya no te gusto?
-No es eso- soltó un suspiro. Lo que menos quería en ese momento eran reproches.
-Entonces que es? ¡dímelo! - lo miró a los ojos enloquecida mientras intentaba descifrar la razón de su abandono. Una luz de conocimiento se encendió en sus ojos- ¿Es por otra? ¿Es eso? ¿Quieres a otra?
-No querida, solo no quiero seguir con algo que ya no me complace- no quería ser duro con ella, pero sabía que, si no terminaba de tajo aquella relación, todo empeoraría.
Lucy se tambaleo desnuda hasta el marco de la puerta y le tomó las solapas del abrigo negro mientras lo sacudía con violencia.
- ¿¡Quién es?!- gritó enfurecida- ¡Dime ahora mismo quien es esa zorra!
Michael le tomó ambas muñecas mientras se las apretaba fuertemente y la miraba con infinita seriedad.
-Esto se acabó. Ahórranos el disgusto a ambos, por favor.
-No puedes venir a mi casa, hacerme el amor y después decirme que no quieres volver a verme. No puedes humillarme de esta manera.
-Mi intención nunca ha sido humillarte querida. Tu sabias perfectamente que yo no soy un hombre de compromisos y promesas de amor eternas. Además, solo para aclarar- salió de la habitación y la miró una vez más- no te hice el amor cariño, te follé que es algo muy distinto. Ambos lo deseábamos así que no me culpes por hacerte lo que tu misma me pediste. Esto se acabó.
Michael salió de la habitación con paso tranquilo mientras Lucy se desplomaba en la puerta y lo miraba alejarse mientras gritaba su nombre con desesperación.
ESTÁS LEYENDO
La trampa del Duque
RomanceEvelyn Fairchild desea con todas sus fuerzas una última aventura. No es que las tuviera anteriormente pero sería la última antes de verse obligada a casarse con un hombre sin rostro, alguien a quien ni siquiera había conocido pero que estaba a punto...