En realidad no lo había hecho, pensó Michael apesadumbrado. El conde Fairchild ignoraba por completo la estadía de Evelyn en el campo. No quería hablar de ello y menos cuando hacia unos minutos estaba completamente excitado, perdido en los ojos y la piel de Evelyn. Pero no era un completo estúpido como para creer que podía posponer el asunto sin más. Era una cuestión que se tenia que resolver a la brevedad.
Bajo a buen paso las imponentes escaleras principales de la mansión al tiempo que veía como la condesa se paseaba por el vestíbulo con mirada ausente y paso intranquilo.
-!Su señoría!- exclamó la condesa con sorpresa- ¿esta todo bien? ¿Cómo se encuentra mi precioso querubín?- preguntó con fingida preocupación. Amaba a su hija pero sabia que no estaba enferma en absoluto.
-Su precioso ángel esta bien y estable- le contestó Michael con una ceja enarcada y una expresión divertida. La dama era buena mintiendo pero no tanto como él- disculpe madame, pero me gustaría hablar un momento con el conde, si se encuentra en casa por supuesto- dijo, con repentina seriedad.
-!Por supuesto! Sígame por favor, lo acompaño a su despacho- soltó entusiasmada mientras hacia un refinado ademán para que la siguiera.
-No me gustaría importunar...- comenzó a decir Michael mientras avanzaba con paso firme detrás de ella.
-En lo absoluto, su señoría. El que este en nuestra casa representa un honor para nuestra familia- la condesa estaba al borde de un ataque de euforia. Su mente volvía a escuchar campanas de boda repiqueteando sin cesar.
La actitud de la señora no lo sorprendía en absoluto. Michael tenia un talento natural para saber lo que las damas pensaban y esta no era la excepción. Estaba seguro que la condesa Fairchild estaba contando mentalmente cuantos invitados asistirían al banquete de bodas y quienes serian los pajecitos en la ceremonia religiosa. Y por primera vez no sentía la necesidad de salir corriendo y desaparecer. Si de él dependiera, podía empezar en ese mismo instante con los preparativos de la boda aunque siempre y cuando tuviera la aprobación de Evelyn. Cualquier cosa que Evelyn deseara, la tendría sin demora. Si quería mil arreglos de rosas blancas los tendría, si quería la mejor cantante de opera del continente para la misa, lo tendría, si deseaba el anillo de compromiso más caro y extravagante, se lo daría con el mayor de los placeres. Cualquier cosa por ella y para ella. Siempre.
La señora lo guio hasta unas enormes y ornamentadas puertas de madera y tocó suavemente la puerta con los nudillos.
-¿Si?- la grave voz del conde se escucho a través de la madera.
-Querido, ¿puedo pasar?- preguntó quedamente la condesa.
-Pasa querida.
-Permítame un momento su Señoría- le dijo a Michael mientras entraba y cerraba la puerta con sumo cuidado. De ninguna manera quería dar la impresión de que le cerraba la puerta en las narices al futuro prometido y esposo de su hija.
Michael espero paseándose de un lado a otro. Parecía que si seguía, acabaría haciendo un hoyo en el los mosaicos del piso. Después de todo, no todos los días se pedía formalmente el derecho y el gran honor de recibir la mano de la mujer más hermosa que hubiera conocido jamás.
La condesa salió apresurada y con una enorme sonrisa en sus labios rosados.
-Por favor, pase- hizo un gesto con la mano hacia la puerta.
-Muchas gracias Madame- tomo su mano y le beso el dorso con delicadeza.
Acto seguido entro al despacho abarrotado de libros en estantes de madera. El conde estaba parado junto a una mesita que tenia en su superficie una licorera y dos copitas. Levantó una en dirección a Michael, el cual asintió, permaneciendo de pie.
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La trampa del Duque
RomanceEvelyn Fairchild desea con todas sus fuerzas una última aventura. No es que las tuviera anteriormente pero sería la última antes de verse obligada a casarse con un hombre sin rostro, alguien a quien ni siquiera había conocido pero que estaba a punto...