Un viaje precipitado

15.8K 1.3K 46
                                    

Reprimía la risa a duras penas. Mientras el carruaje daba tumbos por el camino que cruzaba los campos verdes y templados, Michael no podía evitar mirar cada pocos minutos a la mujer enfurruñada que iba sentada delante de él. Y cada vez que la observaba no podía evitar lamentarse que no pudieran estar ellos dos solos. Sentada al lado de él estaba su madre cubierta en pieles, mirando por la  ventanilla el paisaje que se extendía ante ellos. La condesa Fairchild y su hija menor iban en otro carruaje detrás del suyo, acompañadas por el único hombre que había aceptado acompañarlo en aquel viaje descabellado: James, conde de Welsh y uno de sus mejores amigos. La verdad era que no le había costado tanto convencerlo en cuanto menciono que Emily Fairchild iría. Pero aquello era otra historia.

Era una suerte que su madre lograra convencer a Evelyn de que viajara con ellos en su coche particular. En un principio lady Winifred se había sentido azorada por la repentina noticia de que su hijo saldría de viaje y deseaba que lo acompañara. Para Michael, esta invitación era solo un mero requisito para darle un matiz de respetabilidad a todo el asunto porque para ser sincero consigo mismo, él hubiera preferido que Evelyn y él viajaran solos. Se consoló al pensar que tendría mucho tiempo para estar solos después de la boda y pobre de aquel que se atreviera a interrumpirlos. Siendo ella una dama de noble cuna y él un caballero, poseedor de un titulo y una cuantiosa fortuna, perteneciente a uno de los círculos más brillantes de la sociedad británica, no podía darse el lujo de ser tan descarado.

Cuando Evelyn fue consciente del viaje que haría para recuperar su salud supuestamente extraviada, no podía salir de su asombro. Se había sentido intranquila desde el mismo instante en que Michael se lo había dicho, o mejor dicho, se lo había impuesto porque no le había dado muchas opciones. Había sido tajante. Pero se había tranquilizado de manera gradual al pensar que cierto demonio de ojos azules no iba a acompañarla y siendo ella una joven casadera, estaría acompañada por su madre y sus hermanas o talvez su padre. Pero su sorpresa y su espanto fueron monumentales al darse cuenta de que aquella mañana el duque de Astor estaba sentada cómodamente en la mesa del desayuno y la miraba con expresión lobuna. Se podía decir que se lo estaba pasando en grande. Y seguía haciéndolo porque no paraba de lanzarle miradas burlescas y millones de intenciones apasionadas asomaban al fuego azul de sus ojos. Vaya que había sido estúpida. Nunca se le cruzo por la mente que el muy canalla le estaba mintiendo y ella se había tragado la mentira como un niña tonta. Había sido tan ingenua al pensar que la dejaría en paz, que no insistiría más en sus deseos. Por el contrario, su descaro no tenia limites. Y se lo hacia saber, lanzándole miradas asesinadas, con el ceño fruncido. Esto no hacia más que hacerlo sonreír casi al borde de la risa.

Lady Winifred, por su parte, sabia perfectamente lo que estaba sucediendo. A pesar de ser una mujer mayor y sumamente apegada a las buenas costumbres y los modales refinados, no era tonta y sabia lo que su hijo se traía en manos. Ella misma había sido victima de la imponente y apasionada personalidad de su difunto marido, el anterior duque de Astor y padre de Michael. Michael había heredado múltiples rasgos de su padre: una personalidad fuerte, presencia imponente, la plena seguridad de que conseguiría lo que quisiera tarde o temprano, de naturaleza juguetona y benevolente pero sobre todo un gran corazón, que descubrían todos los que tenían el placer de conocerlo más allá de las apariencias sociales.

A decir verdad, no le gustaban los métodos que su hijo utilizaba pero la empresa que se traía entre manos la complacía enormemente. Su sueño más anhelado por fin estaba comenzando a hacerse realidad: su hijo tenia intenciones de comprometerse. Y no solamente eso, sino que lo haría con una dama que le agradaba y que sería la perfecta receptora del titulo de duquesa. Michael no había podido elegir mejor a su esposa. Evelyn era una jovencita bella, inteligente, educada, en ocasiones demasiado vehemente y expresiva para los modos ingleses pero conociendo a su hijo, esto solo la hacia más atractiva a sus ojos. Y Michael necesitaba una mujer que no solo lo amara sino que lo retara intelectualmente. Así que había ido con ellos, sabiendo que su hijo infringiría todas las normas que se encontrara a su paso pero consciente de que esto solo sería una razón más para orillarlo a un muy esperado compromiso matrimonio. Talvez era egoísta de su parte exigirle compromisos de ese tamaño y responsabilidades aun más grandes como eran los anhelados nietos pero jamás lo haría sino supiera que se encontraba enamorado. No necesitaba preguntárselo porque las miradas que le dirigía a la jovencita de ojos verdes eran por demás elocuentes. Asimismo, le daba alegría saber que el interés de su hijo había sido presa de una jovencita que a pesar de moverse en los mismos círculos que ellos, nunca se habían encontrado. Esto solo podía significar que el interés era genuino y no un mero compromiso para su ducado.

La trampa del DuqueDonde viven las historias. Descúbrelo ahora